De la mano de san José iremos contemplando los dolores: aquellos momentos en los que tuvo que pasar las pruebas que el Señor le tenía preparadas, los momentos que se entregó de forma plena al querer de Dios, aun sin comprender del todo lo que tenía guardado para él.
También iremos meditando los gozos de san José: la alegría y la felicidad de compartir su vida junto a su esposa, la Santísima Virgen y el Niño. El gozo de saberse en las manos de un Dios que le había escogido para tan gran tarea.
Los cristianos siempre han visto en san José un ejemplo de entrega y de fe en Dios y podemos considerarlo maestro de oración. Fue él, después de la Virgen, quien más de cerca trató al Niño Dios, quien tuvo con él el trato más amable y sencillo.
Antífona
(para todos los días):
¡Oh feliz Varón, bienaventurado José!
A quién le fue concedido no sólo ver y oir al Hijo de Dios,
a quién muchos quisieron ver y no vieron , oir y no oyeron,
sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo.
V: Rogad por nosotros bienaventurado San José.
R: Para que seamos dignos de alcanzar las
promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amen.
PRIMER
DOMINGO
Oh castísimo esposo de María, glorioso San
José: qué aflicción y angustia la de vuestro corazón
en la perplejidad en que estabais, sin saber si debíais
abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla.
Pero cuál no fue también vuestra alegría, cuando
el ángel reveló el gran misterio de la Encarnación.
Por ese dolor y gozo, os pido consoléis nuestro
corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con
la alegría de una vida justa y de una santa muerte,
semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
SEGUNDO
DOMINGO
Oh bienaventurado patriarca glorioso San José,
escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios
hecho hombre: el dolor que sentisteis, viendo nacer al
Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambio de pronto
en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los
ángeles, y al contemplar las maravillas de aquella noche
tan resplandeciente.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos
que después del camino de esta vida vayamos a
escuchar las alabanzas de los ángeles, y a gozar de los
resplandores de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
TERCER
DOMINGO
Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas,
glorioso San José: la sangre preciosísima que el
redentor derramó en su circuncisión os traspasó el
corazón, pero el nombre de Jesús, que entonces se le
impuso, os confortó, llenándoos de alegría.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos el vivir
alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con
el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los
labios.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
CUARTO
DOMINGO
Oh santo fidelísimo, que tuvisteis parte en
los misterios de nuestra redención, glorioso San
José: aunque la profecía de Simeón acerca de los
sufrimientos que debían pasar Jesús y María, os causó
dolor a par de muerte, sin embargo, os llenó también
de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación
y resurrección gloriosa, que de ahí se seguiría para un
gran número de almas.
Por ese dolor y por ese gozo, conseguidnos ser
del número de los que por los méritos de Jesús y por la
intercesión de la bienaventurada Virgen María han de
resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
QUINTO DOMINGO
Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de
Dios hecho hombre, glorioso San José: cuánto sufristeis
teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo,
particularmente en vuestra huída a Egipto, pero cuán
grande fue también vuestra alegría teniendo siempre
con vos al mismo Dios, y viendo derribados los ídolos de
Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos alejar
para siempre de nosotros al tirano infernal, sobre todo
huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de
nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que,
ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo
para ellos, y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
SEXTO
DOMINGO
Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que
pudisteis admirar al Rey de los Cielos, sometido a
vuestros más mínimos mandatos; aunque la alegría
al traerle de Egipto se turbó por temor de Arquelao,
sin embargo, tranquilizado luego por el ángel vivisteis
dichoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos la
gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor
nocivo; de poseer la paz de la conciencia, de vivir
seguros con Jesús y María, y de morir también asistidos
de ellos.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
SÉPTIMO
DOMINGO
Oh modelo de toda santidad, glorioso San José,
que, habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús,
le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta
que lleno de gozo le encontrasteis en el Templo, en
medio de los doctores.
Por este dolor y gozo os suplicamos, con palabras
salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor, para
que no nos suceda jamás perder a Jesús por algún
pecado grave. Mas si por desgracia le perdiéramos,
haced que le busquemos con tal dolor, que no nos
deje reposar hasta encontrarle favorable, sobretodo en
nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar
eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
FINAL
(para todos los días): Acordaos: Oh
purísimo Esposo de María, oh dulce protector mío
San José, que jamás se oyó decir que haya dejado
de ser consolado uno solo de cuantos han acudido a
vuestra protección e implorado vuestro auxilio. Con esta
confianza vengo a vuestra presencia y me encomiendo
a Vos fervorosamente, oh padre nutricio del Redentor.
No desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas
piadosamente. Amén.
Oración: Oh
Dios, que por providencia inefable
os dignasteis escoger al bienaventurado José para
esposo de vuestra Santísima Madre: os suplicamos nos
concedáis la gracia de que, venerándole en la tierra
como a nuestro protector, merezcamos tenerle por
intercesor en los cielos. Amén.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria, por las intenciones del Papa.
Es conveniente hacerlo
confesando y comulgando.
Hay una maravillosa tradición cuyo origen se remonta al siglo XVI que consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San José, a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes.
Se suelen «contemplar» o considerar, los principales misterios acontecidos a los largo de su vida en la tierra entretejidos de gozos y dolores, en los que se refleja de algún modo toda vida humana, la nuestra, y en la que encontramos luz, serenidad, fortaleza, sentido sobrenatural, amor a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen.
Toda la vida de San José fue un acto continuo de fe y obediencia en las circunstancias más difíciles y oscuras en que le puso Dios. Él es al pie de la letra “el administrador fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia” (Lc 12, 42). Desde tiempo inmemorial, la Iglesia lo ha venido venerando e invocando como continuador en ella de la misión que un día tuviera para con su Fundador y Madre.
En los momentos de noche oscura, el ejemplo de José es un estímulo inquebrantable para la aceptacíón sin reservas de la voluntad de Dios. Para propiciar ese veneración e imitación y para solicitar su ayuda, ponemos a continuación el siempre actual Ejercicio de los siete Dolores y Gozos.
Versión Corta:
Por la señal, de la Santa Cruz…
Ofrecimiento
Glorioso Patriarca San José, eficaz consuelo de los afligidos y seguro refugio de los moribundos; dignaos aceptar el obsequio de este Ejercicio que voy a rezar en memoria de vuestros siete
dolores y gozos. Y así como en vuestra feliz muerte, Jesucristo y su madre María os asistieron y consolaron tan amorosamente, así también Vos, asistidme en aquel trance, para que, no faltando yo
a la fe, a la esperanza y a la caridad, me haga digno, por los méritos de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo y vuestro patrocinio, de la consecución de la vida eterna, y por tanto de vuestra
compañía en el Cielo,
Amén.
PRIMER DOMINGO
El dolor: cuando estaba dispuesto a repudiar a su inmaculada esposa.
La alegría: cuando el Arcángel le reveló el sublime misterio de la encarnación.
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de tu corazón en la perplejidad en que estabas sin saber si debías abandonar o no a tu esposa sin mancilla! Pero ¡cuál no fue también tu alegría cuando el ángel te reveló el gran misterio de la Encarnación!
Por este dolor y este gozo, acompáñanos siempre, ¡ayúdanos!, en nuestras grandes o pequeñas noches oscuras del alma, cuando no entendamos los designios de Dios o no sepamos descubrir su amabilísima Voluntad en los sucesos de cada día. Ayúdanos a ser humildes, a permanecer en oración, hasta de noche, en sueños, para que -fieles- alcancemos la gracia de la perseverancia final. Que agradezcamos al Señor cada instante de nuestra existencia, seguros de que pase lo que pase siempre aguarda una tarea importante que cumplir en la obra de la Redención.
San José, Padre y Señor, ruega por nosotros.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
SEGUNDO DOMINGO
El dolor: al ver nacer el niño Jesús en la pobreza.
La alegría: al escuchar la armonía del coro de los ángeles y observar la gloria de esa noche.
Oh bienaventurado patriarca, glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre: el dolor que sentisteis viendo nacer al niño Jesús en tan gran pobreza se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este gran dolor, ayúdanos a desprendernos de todas las cosas de la tierra, convencidos de que solo Dios basta. Haz que sepamos seguir a Jesús desde Belén al Calvario, con el sentido sobrenatural y el garbo humano con que tú supiste llevar, con Jesús y María, la cruz que el Señor dispuso para ti.
Te pedimos también, por el inmenso gozo que tuviste al ver a Jesús recién nacido, mientras escuchabas el canto de los Ángeles en el cielo, proclamando la gloria de Dios y la paz para los hombres de buena voluntad: ¡Bendice a todos los hijos de la Iglesia de Dios y atiende especialmente a los más necesitados!
¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía!
Padrenuestro, Ave y Gloria.
TERCER DOMINGO
El dolor: cuando la sangre del niño Salvador fue derramada en su circuncisión.
La alegría: dada con el nombre de Jesús.
Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José: la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión os traspasó el corazón; pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, os confortó y llenó de alegría.
Por este dolor y este gozo alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos, con el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los labios.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
CUARTO DOMINGO
El dolor: la profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María.
La alegría: la predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas.
Oh Santo fidelísimo, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José; aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María os causó dolor mortal, sin embargo os llenó también de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.
Por este dolor y por este gozo conseguidnos ser del número de los que, por los méritos de Jesús y la intercesión de la bienaventurada Virgen María, han de resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
QUINTO DOMINGO
El dolor: en su afán de educar y servir al Hijo del Altísimo, especialmente en el viaje a Egipto.
La alegría: al tener siempre con él a Dios mismo, y viendo la caída de los ídolos de Egipto.
Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente en vuestra huida a Egipto!, pero cuán grande fue también vuestra alegría teniendo siempre con Vos al mismo Dios y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al tirano infernal, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que, ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
SEXTO DOMINGO
El dolor: a regresar a su Nazaret por el miedo a Arquelao.
La alegría: al regresar con Jesús de Egipto a Nazaret y la confianza establecida por el Ángel.
Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis . admirar al Rey de los cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos; aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el ángel, vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y este gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, poseer la paz de conciencia, vivir seguros con Jesús y María y morir también asistidos por ellos.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
SÉPTIMO DOMINGO
El dolor: cuando sin culpa pierde a Jesús, y lo busca con angustia por tres días.
La alegría: al encontrarlo en medio de los doctores en el Templo.
Oh modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que, lleno de gozo, le hallasteis en el templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y este gozo, os suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor para que jamás nos suceda perder a Jesús por algún pecado grave. Mas, si por desgracia le perdiéramos, haced que le busquemos con tal dolor que no hallemos sosiego hasta encontrarle benigno sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Ave y Gloria.
PRIMER DOMINGO
La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice:
“He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre «Emmanuel», que quiere decir «D ios con nosotros».”
Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, la cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús.. Mt 1, 18-25.
Su dolor: cuando decidió repudiar en secreto a María.
Su gozo: cuando el ángel le comunicó el misterio de la Encarnación: que el niño nacido de María es Hijo de Dios y el Mesías esperado.
"...Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José —como ya se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mateo 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José».
En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pue blo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mateo 1,24); lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Romanos 5,5) configura de modo perfecto el amor humano?…
Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella, él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
SEGUNDO DOMINGO
Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Les dijo el Ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».
Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que h abían visto y oído, según se les había dicho.. Lc 2, 1-20
Su dolor: cuando vio al niño Jesús nacer en la pobreza.
Su gozo: cuando los ángeles anunciaron su nacimiento.
"...Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf. Juan 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo»...”
Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo.
José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento», al qu e Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva; más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos, venidos de Oriente..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
TERCER DOMINGO
Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno. Lc 2, 21.
Su dolor: En la circuncisión de Jesús.
Su gozo: Cuando lo llamó «Jesús».
"...Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito ejercita su derecho-deber respecto a Jesús.
El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad, explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abrahán, de la cual la circuncisión era signo, alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas.
En la circuncisión, José impone al niño el nombre d e Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
CUARTO DOMINGO
Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que «todo varón primogénito sea consagrado al Señor», y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.
Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo de que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido del Espíritu, vino al templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley sobre Él, Simeón le tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo, Israel. Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Lc. 2, 22-35
Su dolor: cuando oyó la profecía de Simeón.
Su gozo: cuando supo que los sufrimientos de Jesús salvarían al mundo
"...Este rito, narrado por Lucas, incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo.
El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate, no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate.
El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de el», y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y g loria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción».
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con María— él participa en esta fase culminante de la auto-revelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
QUINTO DOMINGO
Partido que hubieron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate; toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y está allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Levantándose de noche, tomó al niño y a la madre y se retiró hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes, a fin de que se cumpliera lo que había pronunciado el Señor por su profeta, diciendo: «De Egipto llamé a mi hijo». Entonces Herodes, viéndose burlado por magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos de dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los magos. Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice: «Una voz se oye en Ramá, lamentaci ón y gemido grande; es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere ser consolada, porque no existen». Mt 2, 13-18.
Su dolor: al huir a Egipto con Jesús y María.
Su gozo: al estar siempre en su compañía.
"...Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos». Y cuando partieron los Magos él «envío a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo». De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte.
La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la Encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la Encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generació n; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo, junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
SEXTO DOMINGO
Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel, porque son muertos los que atentaban contra la vida del niño. Levantándose, tomó al niño y a la madre y partió para la tierra de Israel. Mas habiendo oído que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes, temió ir allá, y advertido en sueños se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho por los profetas, que sería llamado Nazareno.
El niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él. Mt 2, 19-23
Su dolor: cuando temía volver a su casa.
Su gozo: al ser avisado por el ángel de ir a Nazaret.
"...Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lucas 2, 51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra ép oca la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la Encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención.
En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».
Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; sa n José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas...." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” )
SÉPTIMO DOMINGO
Sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando era ya de doce años, al subir sus padres según el rito festivo, y volverse ellos, acabados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo echasen de ver. Pensando que estaba en la caravana anduvieron camino de un día. Le buscaron entre parientes y conocidos, y al no hallarle, se volvieron a Jerusalén en busca suya. Al cabo de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas.
Cuando sus padres le vieron, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote. Y Él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es p reciso que me ocupe en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les decía. Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres. Lc 2, 41-50
Su dolor: al perder al niño Jesús.
Su gozo: al encontrarlo en el Templo.
"...Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole «tu padre». Y así es lo que se decía y pensaba: «Jesús… era, según se creía, hijo de José». No obstante, la respuesta de Jesús en el templo habría reafirmado en la conciencia del «presunto padre» lo que éste había oído una noche doce años antes: «José… no temas tornar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó exactamente este misterio: «Debo ocuparme en las cosas de mi Padre»..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos”
7 domingos de san José
1er domingo de san José
VOCACIÓN Y SANTIDAD DE SAN JOSÉ*
— El más grande de los santos.
— «A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello».
— Nuestra propia vocación: «porque tenemos la gracia del Señor, podremos superar todas las dificultades».
I. Comenzamos hoy esta antigua costumbre de preparar, con siete semanas de antelación, la festividad del Santo Patriarca, que tuvo a su cargo en la tierra a Jesús y a María. En cada uno de estos domingos, procuraremos meditar la vida de San José, llena de enseñanzas, fomentaremos su devoción y nos acogeremos a su patrocinio.
San José, después de María, es el mayor de los santos en el Cielo, según enseña comúnmente la doctrina católica. El humilde carpintero de Nazareth sobresale en gracia y en bienaventuranza por encima de los patriarcas, de los profetas, de San Juan el Bautista, de San Pedro, de San Pablo, de todos los Apóstoles, santos mártires y doctores de la Iglesia. Ocupa en la Plegaria eucarística I (Canon Romano) del misal el primer lugar, después de Nuestra Señora.
Al Santo Patriarca le han sido encomendados, de un modo real y misterioso, los cristianos de todas las épocas. Así lo expresan las bellísimas Letanías de San José aprobadas por la Iglesia, que resumen todas sus prerrogativas: San José, ilustre descendiente de David, luz de los patriarcas, esposo de la Madre de Dios (...), modelo de los que trabajan, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los afligidos, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia santa... Salvo a María, a ninguna otra criatura podemos dirigir tantas alabanzas. La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. Este patrocinio «es necesario a la Iglesia no solo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que (...) la religión y la vida cristiana fueron florecientes» y que «están ahora sometidos a dura prueba». Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto (cfr. Lc 24, 49; Hech 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos». Muy especialmente del más grande de todos ellos.
A lo largo de estas siete semanas, en las que preparamos su fiesta, podemos renovar y enriquecer esta sólida devoción y obtener muchas gracias y ayudas del Santo Patriarca. Son días para acercarnos más a él, para tratarle y amarle. «Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
»-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios». Aprovechemos particularmente en estos días este poder de intercesión, encomendándole aquello que más nos preocupa, de lo que tenemos más necesidad.
II. A San José se le puede aplicar el principio formulado por Santo Tomás a propósito de la plenitud de gracia y de la santidad de María: «A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello».
Por esto, la Virgen Santísima, llamada a ser Madre de Dios, recibió, junto con la inmunidad de la culpa original, desde el mismo instante de su Concepción una plenitud de gracia que superaba ya la gracia final de todos los santos juntos. María, la más cercana a la fuente de toda gracia, se benefició de ella más que ninguna otra criatura. Y después de María, nadie estuvo más cerca de Jesús que San José, que hizo las veces de padre suyo aquí en la tierra. Después de María, nadie recibió una misión tan singular como José, nadie le amó más, nadie le prestó más servicios... Ningún otro estuvo más cerca del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. «Precisamente José de Nazareth “participó” en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo (Ef 1, 5)».
El alma de José debió ser preparada con singulares dones para que llevara a cabo una misión tan extraordinaria, como la de ser custodio fiel de Jesús y de María. ¿Cómo no iba a ser excepcional la criatura a quien Dios encomendó lo que más quería de este mundo? El ministerio de San José fue de tal importancia que todos los ángeles juntos no sirvieron tanto a Dios como José solo.
Un autor antiguo enseña que San José participó de la plenitud de Cristo de un modo incluso más excelente y perfecto que los Apóstoles, pues «participaba de la plenitud divina en Cristo: amándole, viviendo con Él, escuchándole, tocándole. Bebía y se saciaba en la fuente superabundante de Cristo, formándose en su interior un manantial que brotaba hasta la vida eterna.
»Participó de la plenitud de la Santísima Virgen de un modo singular: por su amor conyugal, por su mutua sumisión en las obras y por la comunicación de sus consolaciones interiores. La Santísima Virgen no pudo consentir que San José estuviese privado de su perfección, alegría y consuelos. Era bondadosísima, y por la presencia de Cristo y de los ángeles gozaba de alegrías ocultas a todos los mortales, que solo podía comunicar a su esposo amantísimo, para que en medio de sus trabajos tuviese un consuelo divino; y así, mediante esta comunicación espiritual con su esposo, la Madre intacta cumplía el precepto del Señor de ser dos en una sola carne».
¡Oh José! -le decimos con una oración que sirve para prepararnos a celebrar la Santa Misa o a asistir a ella- varón bienaventurado y feliz, a quien fue concedido ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y oír, y no oyeron ni vieron. Y no solo verle y oírle, sino llevarlo en brazos, besarlo, vestirlo y custodiarlo: ruega por nosotros. Atiéndenos en aquello que en estos días te pedimos, y que dejamos en tus manos para que tú lo presentes ante Jesús, que tanto te amó y a quien tanto amaste en la tierra y ahora amas y adoras en el Cielo. Él no te niega nada.
III. Enseña San Bernardino de Siena, siguiendo a Santo Tomás, que «cuando, por gracia divina, Dios elige a alguno para una misión muy elevada, le otorga todos los dones necesarios para llevar a cabo esta misión, lo que se verifica en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo y esposo de María». La santidad consiste en cumplir la propia vocación. Y en San José esta consistió, principalmente, en preservar la virginidad de María contrayendo con Ella un verdadero matrimonio, pero santo y virginal. El Ángel del Señor le dijo: José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues lo que en Ella ha nacido es obra del Espíritu Santo. María es su esposa, y José la amó con el amor más puro y delicado que podamos imaginar.
Con relación a Jesús, José veló sobre Él, le protegió, le enseñó su oficio, contribuyó a su educación... «Se le llama su padre nutricio y también padre adoptivo, pero estos nombres no pueden expresar plenamente esta relación misteriosa y llena de gracia. Un hombre se convierte accidentalmente en padre adoptivo o en padre nutricio de un niño, mientras que José no se convirtió accidentalmente en el padre nutricio del Verbo encarnado; fue creado y puesto en el mundo con ese fin; es el objeto primero de su predestinación y la razón de todas las gracias». Esa fue su vocación: ser padre adoptivo de Jesús y esposo de María; sacar adelante, muchas veces con sacrificio y dificultades, a aquella familia.
San José fue tan santo porque correspondió fidelísimamente a las gracias que recibió para cumplir una misión tan singular. Nosotros podemos meditar hoy junto al Santo Patriarca en la vocación en medio del mundo que también hemos recibido y en las gracias necesarias que continuamente nos da el Señor para vivirla fielmente.
Nunca debemos olvidar que a quienes Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello. ¿Dudamos cuando encontramos dificultades para llevar a cabo lo que Dios quiere de nosotros: sostener a la familia, vivir la entrega generosa que el Señor nos pide, vivir el celibato apostólico, si ha sido esa la inmensa gracia que Dios ha querido para nosotros?, ¿seguimos el razonamiento lógico de que «porque tengo la gracia de Dios, porque tengo una vocación, podré superar todos los obstáculos?», ¿me crezco ante las dificultades, apoyándome en Dios?
«Lo has visto con claridad: mientras tanta gente no le conoce, Dios se ha fijado en ti. Quiere que seas fundamento, sillar, en el que se apoye la vida de la Iglesia.
»Medita esta realidad, y sacarás muchas consecuencias prácticas para tu conducta ordinaria: el fundamento, el sillar –quizá sin brillar, oculto– ha de ser sólido, sin fragilidades; tiene que servir de base para el sostenimiento del edificio...; si no, se queda aislado». San José, que fue cimiento seguro en el que descansaron Jesús y María, nos enseña hoy a ser firmes en nuestra peculiar vocación, de la que dependen la fe y la alegría de tantos. Él nos ayudará a ser siempre fieles, si acudimos frecuentemente a su patrocinio. Sancte Ioseph... ora pro nobis... ora pro me, le podemos repetir muchas veces en el día de hoy.
2º domingo de san José
LAS VIRTUDES DE SAN JOSÉ
— Humildad del Santo Patriarca.
— Fe, esperanza y amor.
— Sus virtudes humanas.
I. En este segundo domingo dedicado a San José podemos contemplar las virtudes por las cuales el Santo Patriarca es modelo para nosotros, que, como él, llevamos una vida corriente de trabajo. San Mateo, al presentar al Santo Patriarca, escribe: José, su esposo, como era justo.... Esta es la alabanza y la definición que el Evangelio hace de San José: hombre justo. Esta justicia no es solo la virtud que consiste en dar a cada uno lo que se le debe: es también santidad, práctica habitual de la virtud, cumplimiento de la voluntad de Dios. El concepto de justoen el Antiguo Testamento es el mismo que el Evangelio expresa con el término santo. Justo es el que tiene un corazón puro y es recto en sus intenciones, es el que en su conducta observa todo lo prescrito con relación a Dios, al prójimo y a sí Mismo.... José fue justo en todas las acepciones de la palabra; en él se dieron en plenitud todas las virtudes, en una vida sencilla, sin relieve humano especial.
Al considerar las virtudes del Santo Patriarca, ocultas en ocasiones a los ojos de los hombres pero resplandecientes siempre a los ojos de Dios, hemos de tener en cuenta que estas cualidades a veces no son valoradas por aquellos que solo viven en la superficie de las cosas y de los acontecimientos. Es un hábito frecuente entre los hombres «darse enteramente a lo de fuera y descuidar lo interior; trabajar contra reloj; aceptar la apariencia y despreciar lo efectivo y lo sólido; preocuparse demasiado por lo que parecen y no pensar qué es lo que deben ser. De aquí que las virtudes que se estimen sean las que entran en juego en los negocios y en el comercio de los hombres; muy al contrario, las virtudes interiores y ocultas en las que el público no toma parte, en donde todo pasa entre Dios y el hombre, no solo no se siguen, sino que incluso no se comprenden. Y sin embargo, en este secreto radica todo el misterio de la virtud verdadera (...). José, hombre sencillo, buscó a Dios; José, hombre desprendido, encontró a Dios; José, hombre retirado, gozó de Dios». Nuestra vida, como la del Santo Patriarca, consiste en buscar a Dios en el quehacer diario, encontrarle, amarle y alegrarnos en su amor.
La primera virtud que se manifiesta en la vida de San José es la humildad, al descubrir la grandeza de su vocación y la propia poquedad. Alguna vez, al terminar la tarea o en medio de ella, mientras miraba a Jesús cerca de él, se preguntaría: ¿por qué me eligió Dios a mí y no a otro?, ¿qué tengo yo para haber recibido este encargo divino? Y no encontraría respuesta, porque la elección para una misión divina es siempre asunto del Señor. Él es el que llama y da gracia abundante para que los instrumentos sean idóneos. Hemos de tener en cuenta que «el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios añade, a la vida santa de los que cumplen su voluntad, dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da su valor a todo, lo divino. Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió –si se me permite hablar así– la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro. Dios no se deja nunca ganar en generosidad. José podía hacer suyas las palabras que pronunció Santa María, su Esposa: Quia fecit mihi magna qui potens est, ha hecho en mí cosas grandes Aquel que es todopoderoso, quia respexit humilitatem, porque se fijó en mi pequeñez (Lc 1, 48-49).
»José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes».
El conocimiento de su llamada, la enormidad de la gracia recibida y su gratuidad confirmaron la humildad de José. Su vida estuvo siempre llena de agradecimiento a Dios y de admiración ante el encargo recibido. Eso mismo espera el Señor de nosotros: mirar los acontecimientos a la luz de la propia vocación, vivida en su más plena radicalidad, admirarnos una y otra vez ante tanto don de Dios y agradecer la bondad del Señor que nos llama a trabajar en su viña.
II. No le hizo vacilar la incredulidad ante la promesa de Dios, sino que, fortalecido por la fe, dio gloria a Dios.
La fe de José, a pesar de la oscuridad del misterio, se mantuvo siempre firme, precisamente porque fue humilde. La palabra de Dios transmitida por el Ángel le esclarece la concepción virginal del Salvador, y José creyó con sencillez de corazón. Pero la oscuridad no debió de tardar en reaparecer: José era pobre, dependía de su trabajo ya cuando recibe la revelación sobre el misterio de la Maternidad divina de María; y resulta aún más pobre cuando viene Jesús al mundo, No puede ofrecer un lugar digno para el nacimiento del Hijo del Altísimo, pues no los reciben en ninguna de las casas ni en la posada de Belén; y José sabe que aquel Niño es el Señor, Creador de cielos y tierra. Después, la fe de José se pondría de nuevo a prueba en la huida precipitada a Egipto... El Dios fuerte huye de Herodes. ¡Cuántas veces nuestra fe habrá de reafirmarse ante acontecimientos en los que se pone de manifiesto que la lógica de Dios es, en tantas ocasiones, distinta de la lógica de los hombres! San José supo ver a Dios en cada acontecimiento, y para esto fue precisa una gran santidad, resultado de la continua correspondencia a las gracias que recibía.
La esperanza se puso de manifiesto en su anhelo creciente ante la llegada del Redentor, que había de estar a su cuidado. Más tarde esta virtud se ejercitó desde los primeros días de Jesús Niño, cuando le vio crecer a su lado, y se preguntaría muchas veces cuándo se manifestaría como Mesías al mundo. Su amor a Jesús y a María, alimentado por la fe y la esperanza, creció de día en día. Nadie les quiso tanto como él. Y este amor se manifestaba en su vida diaria: en la manera de trabajar, en el trato con los vecinos y clientes...
III. ... como era justo...
La gracia hace que cada hombre llegue a su plenitud, según el plan previsto por Dios; y no solo sana las heridas de la naturaleza humana, sino que la perfecciona. Los innumerables dones que recibió San José para cumplir la misión recibida de Dios y su perfecta correspondencia hicieron del Santo Patriarca un hombre lleno de virtudes humanas y sobrenaturales. «De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José (...). Yo me lo imagino -decía San Josemaría Escrivá joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana».
Su justicia, su santidad delante de Dios se traslucía en su hombría de bien delante de los hombres. San José era un hombre bueno, en toda la plenitud de esta palabra: un hombre del que los demás se podían fiar; leal con los amigos, con los clientes; honrado, cobrando lo justo, realizando a conciencia los encargos que recibía. Dios se fió de él hasta el punto de encomendarle a su Madre y a su Hijo. Y no quedó defraudado.
La vida de San José estuvo llena de trabajo, primero en Nazareth, luego quizá en Belén, en Egipto y después de nuevo en Nazareth. Todos le conocieron por su laboriosidad y espíritu de servicio, que debió tener una extraordinaria importancia en la formación de un carácter recio, como se comprueba en las diversas circunstancias en las que aparece en el Evangelio. No podía ser de otra manera quien en todo secundó con tanta prontitud los planes de Dios y se vio sometido a pruebas difíciles, según nos relata el Evangelio de San Mateo.
Su oficio en aquella época requería destreza y habilidad. En Palestina, un «carpintero» era un hombre hábil, singularmente hábil y muy estimado. Construía objetos tan diversos, y tan necesarios y útiles, como vigas, arcas donde guardar la ropa, mesas, sillas, las tablas donde se amasaba la harina antes de llevarla al horno, yugos, artesas... Y utilizaba instrumentos tan distintos como la sierra, el cepillo, la garlopa, el escoplo, la lima, el formón, la azuela, el martillo... Sabía encolar, ensamblar... Conocía bien las diferentes maderas: su calidad, su dureza, para qué era más apropiada cada una...
Según aparece en el Evangelio, las virtudes humanas y sobrenaturales de San José se pueden resumir en pocas palabras: fue un hombre justo. Justo ante Dios y justo ante los hombres. Eso se debería decir de cada uno de nosotros. Eso es lo que Dios espera de todos.
Su justicia se manifestaba en un corazón puro e irreprochable, en un oído dispuesto para captar el querer divino y llevarlo a cabo. Era una persona agradable y cordial en el trato, atento a las necesidades de sus amigos y vecinos, amable con todos, alegre. Aunque el Evangelio no ha conservado ninguna palabra suya, sí nos ha descrito sus obras: acciones sencillas, cotidianas, en las que se reflejaban su santidad y su amor, y que deben ser el espejo donde frecuentemente nos miremos nosotros, que hemos de santificar una vida normal, como la del Santo Patriarca. «Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: “San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan grandes cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI, Alocución, 19-III-1969)»
3er domingo de san José
JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA
— Matrimonio entre San José y Nuestra Señora. El «guardián de su virginidad».
— El amor purísimo de José.
— La paternidad del Santo Patriarca sobre Jesús.
I. A todos los santos se les suele conocer por una cualidad, por una virtud en la que son especialmente modelo para los demás cristianos y en la que sobresalieron de una manera particular: San Francisco de Asís, por su pobreza; el Santo Cura de Ars es modelo del sacerdote entregado al servicio de las almas; Santo Tomás Moro se distingue por la fidelidad a sus obligaciones como ciudadano y por la fortaleza para no ceder en su fe, que le llevó al martirio... De San José nos dice San Mateo: José, el esposo de María. De ahí le vino su santidad y su misión en la vida. Nadie, excepto Jesús, quiso tanto a Nuestra Señora, nadie la protegió mejor. Ningún otro ha gastado su vida por el Salvador como lo hizo San José.
La Providencia quiso que Jesús naciera en el seno de una familia verdadera. José no fue un mero protector de María, sino su esposo. Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos esenciales, separados por un período de tiempo: los esponsales y las nupcias. Los primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las arras en manos de la mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde este momento la novia recibía el nombre de esposa de... La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre los esponsales y las nupcias. En ese tiempo, la Virgen recibió la visita del Ángel, y el Hijo de Dios se encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio divino que se había obrado en Nuestra Señora y se le pidió que aceptara a María como esposa en su casa. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (Mt 1, 24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero».
Esta segunda parte era como la perfección del contrato matrimonial y entrega mutua que ya se había realizado. La esposa -según la costumbre era llevada a la casa del esposo en medio de grandes festejos y de singular regocijo3. Ante todos, el enlace era válido desde los esponsales, y su fruto reconocido como legítimo.
El objeto de la unión matrimonial son los derechos que recíprocamente se otorgan los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a la generación. Estos derechos existían en la unión de María y de José (si no hubieran existido, tampoco se hubiera dado un verdadero matrimonio), aunque ellos, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su ejercicio; y esto, por una inspiración y gracias muy particulares que Dios derramaría sobre sus almas. La exclusión de los derechos habría anulado el matrimonio, pero no lo anulaba el propósito de no usar de tales derechos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que nosotros entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro. José, virgen por la Virgen, la custodió con extrema delicadeza y ternura.
Santo Tomás señala diversas razones por las cuales convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio verdadero: para evitar la infamia de cara a los vecinos y parientes cuando vieran que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio de su concepción sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad... Nuestra Señora quiso a José con un amor intenso y purísimo de esposa. Ella, que le conoció bien, desea que busquemos en él apoyo y fortaleza. En María y José tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben ser el amor y la delicadeza. En ellos encuentran también su imagen perfecta quienes han entregado a Dios todo su amor, indiviso corde, en un celibato apostólico o en la virginidad, vividos en medio del mundo, pues «la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo».
II. En Nazareth se desposaron José y María, y allí tuvo lugar el inefable misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Con los desposorios, María recibió una dote integrada –según la costumbre– por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno... Tal vez todo ello no montara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más. Siendo José carpintero, le prepararía los mejores muebles que había fabricado hasta entonces. Como ocurre en los pueblos no demasiado grandes, la noticia debió correr de boca en boca: «María se ha desposado con José, el carpintero». La Virgen quiso aquellos esponsales, a pesar de haber hecho entrega a Dios de su virginidad. «Lo sencillo es pensar -escribe Lagrange que el matrimonio con un hombre como José la ponía al abrigo de instancias, renovadas sin cesar, y aseguraría su tranquilidad». Hemos de pensar que José y María se dejaron guiar en todo por las mociones e inspiraciones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede aplicar aquella verdad que expone Santo Tomás: «a los justos es familiar y frecuente ser inducidos a obrar en todo por inspiración del Espíritu Santo». Dios siguió muy de cerca aquel cariño humano entre María y José, y lo alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales entre ambos.
Cuando José supo que el hijo que María llevaba en su seno era fruto del Espíritu Santo, que Ella sería la Madre del Salvador, la quiso más que nunca, «pero no como un hermano, sino con un amor conyugal limpio, tan profundo que hizo superflua toda cualquier relación carnal, tan delicado que le convirtió no solo en testigo de la pureza virginal de María -virgen antes del parto, en el parto y después del parto, como nos lo enseña la Iglesia sino en su custodio». Dios Padre preparó detenidamente la familia virginal en la que nacería su Hijo Unigénito.
No es nada probable que José fuera mucho mayor que la Virgen, como frecuentemente se le ve pintado en los lienzos, con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María, pues «para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas».
Ese es el amor que nosotros –cada uno en el estado en el que le ha llamado Dios– pedimos al Santo Patriarca; ese amor «que ilumina el corazón» para llevar a cabo con alegría la tarea que nos ha sido encomendada.
III. Los Evangelios nombran a San José como padre en repetidas ocasiones. Este era, sin duda, el nombre que habitualmente utilizaba Jesús en la intimidad del hogar de Nazareth para dirigirse al Santo Patriarca. Jesús fue considerado por quienes le conocían como hijo de José. Y, de hecho, él ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia: al imponer a Jesús el nombre, en la huida a Egipto, al elegir el lugar de residencia a su vuelta... Y Jesús obedeció a José como a padre: Bajó con ellos y vino a Nazareth y les estaba sujeto....
Jesús fue concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo y nació virginalmente para María y para José, por voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Y de la misma manera que escogió a María para que fuese su Madre, escogió también a José para que fuera su padre, cada uno en el terreno que le competía.
San José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre; la gracia encendió en aquel corazón bien dispuesto y preparado un amor ardiente hacia el Hijo de Dios y hacia su esposa, mayor que si se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús amándole como a su hijo y adorándole como a su Dios. Y el espectáculo -que tenía constantemente ante sus ojos de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un estímulo para amarle más y más y para entregarse cada vez más, con una generosidad sin límites.
Amaba a Jesús como si realmente lo hubiera engendrado, como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida humana. Le consagró sin reservas sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir cada vez mejor esta entrega de su vida. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y tierno. Podemos representárnoslo tomando al Niño en sus brazos, meciéndole con canciones, acunándole para que duerma, fabricándole pequeños juguetes, estando con Él como hacen los padres, prodigándole sus caricias como actos de adoración y testimonio más profundo de afecto. Constantemente vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera querido ser también su hijo. Hemos de pedirle que sepamos nosotros quererle y tratarle como él lo hizo.
4º domingo de san José
DOLORES Y GOZOS (I)
— El Señor ilumina siempre a quien actúa con rectitud de intención. El misterio de la concepción virginal de María.
— Nacimiento de Jesús en Belén. La Circuncisión.
— La profecía de Simeón.
I. Cuando contemplamos la vida de San José descubrimos que estuvo llena de penas y de alegrías, de dolores y de gozos. Es más, el Señor quiso enseñarnos a través de su vida que la felicidad nunca está lejos de la Cruz, y que cuando la oscuridad y el sufrimiento se llevan con sentido sobrenatural, no tardan en aparecer la claridad y la paz en el alma. Junto a Cristo, los dolores se tornan gozos.
El Evangelio nos habla del primer dolor y del primer gozo del Santo Patriarca. Escribe San Mateo: Estando desposada su Madre, María, con José, antes de que conviviesen, se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. José conocía bien la santidad de su esposa, no obstante los signos de su maternidad. Y esto le llevó a estar en una situación de perplejidad, de oscuridad interior. Nadie como él conocía la virtud y la bondad del corazón de María, y la amaba con un amor humano, limpio, purísimo, sin medida. Y, porque era justo, se sentía obligado a actuar con arreglo a la ley de Dios. Para evitar la infamia pública de María, decidió en su corazón dejarla privadamente. Fue para él -como lo fue para María una durísima prueba que le desgarró su corazón.
Del mismo modo que fue inmenso el dolor en medio de la oscuridad, así debió ser inconmensurable el gozo, cuando vino la luz a su alma. Estando él considerando estas cosas...estas cosas que no entiende, en las que su alma está sin luz, que no puede comunicar a nadie. Encontrándose en esta situación, se le apareció un ángel en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Todas las dudas desaparecieron, todo tenía su explicación. Su alma, llena de paz, parecía el cielo claro y limpio después del paso de una gran borrasca. Recibe dos tesoros divinos, Jesús y María, que constituirán la razón de su vida. Le es dada la esposa más amable y digna, que es la Madre de Dios, y el Hijo de Dios hecho hijo suyo por ser también Hijo de María. José es ya otro: «se convirtió en el depositario del misterio escondido desde siglos en Dios (cfr. Ef 3, 9)».
De este dolor y gozo primero podemos aprender que el Señor ilumina siempre a quien actúa con rectitud de intención y confianza en su Padre Dios, ante situaciones que superan la comprensión de la razón humana. No siempre entendemos los planes de Dios, sus disposiciones concretas, el porqué de muchos acontecimientos; pero si confiamos en Él, después de la oscuridad de la noche vendrá siempre la claridad de la aurora. Y con ella la alegría y la paz del alma.
II. Meses más tarde, José, acompañado de María, se dirige a Belén para empadronarse, según el edicto de César Augusto. Llegaron a esta ciudad muy cansados, después de tres o cuatro jornadas de camino; de modo especial la Virgen, por el estado en que se encontraba. Y allí, en el lugar de sus antepasados, no encontraron sitio para instalarse. No hubo lugar para ellos en la posada, ni en las casas en las que San José pidió alojamiento para el Hijo de Dios que iba en el seno purísimo de María. Con la congoja en el alma, José debió de ir de casa en casa contando la misma historia: ...acabamos de llegar, mi esposa va a dar a luz... La Virgen, unos metros detrás, quizá con el borriquillo en el que harían gran parte del camino, contemplaba la misma negativa en una puerta y en otra. ¿Cómo podemos nosotros penetrar en el alma de San José para contemplar una tristeza tan grande? ¡Con qué pena miraría a su esposa, cansada, con las sandalias y el vestido llenos del polvo del camino!
Es posible que alguien les indicara la existencia de unas cuevas naturales a la salida del pueblo. Y José se dirigió a una de ellas, que servía de establo, seguido de la Virgen, que ya no puede dar un paso más. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito y lo recostó en un pesebre....
Todas estas penas quedaron completamente olvidadas desde el momento en que María puso en sus brazos al Hijo de Dios, que desde aquel momento era también hijo suyo. Y le besa y lo adora... Y junto a tanta pobreza y sencillez, la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas.... José también participó de la felicidad radiante de Aquella que era su esposa, de la mujer maravillosa que le había sido confiada. Él vio cómo la Virgen miraba a su Hijo; contempló su dicha, su amor desbordante, cada uno de sus gestos, tan llenos de delicadeza y significación.
Nos enseñan este dolor y este gozo a comprender mejor que vale la pena servir a Dios, aunque encontremos dificultades, pobreza, dolor... Al final, una sola mirada de la Virgen compensará con creces los pequeños sufrimientos, alguna vez un poco mayores, que tendremos que pasar por servir a Dios.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno. Mediante este rito, todo varón quedaba integrado en el pueblo elegido. Se realizaba en la casa paterna o en la sinagoga por el padre u otra persona. Con la circuncisión se le imponía el nombre.
Si para los judíos este tenía un especial sentido, en el caso de Jesús, que significa Salvador, venía impuesto por el mismo Dios y comunicado a través del ángel, quien había dicho: Le impondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Y había sido decretado por la Trinidad Santa que el Hijo viniese a la tierra y nos redimiera bajo el signo del dolor; era preciso que la imposición del nombre -que significaba la misión que iba a realizar estuviese acompañada de un comienzo de sufrimiento. Uniendo, pues, el gesto a la palabra, José inauguró el misterio de la Redención, haciendo verter las primeras gotas de esa sangre redentora que tendría todos sus efectos en la Pasión dolorosa. Aquel Niño que lloraba al recibir su nombre iniciaba su oficio de Salvador.
San José sufrió al ver aquella primera sangre derramada, porque, conociendo la Escritura, sabía, aunque veladamente, que un día Aquel que ya era su hijo derramaría hasta la última gota de su Sangre para llevar a cabo lo que su nombre significaba. Se llenó también de gozo al tenerlo en sus brazos y poderle llamar Jesús, nombre que luego tantas veces repetiría lleno de respeto y de amor. Siempre se acordaría del misterio que encerraba.
III. Cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Allí, en el Templo, tuvo lugar la purificación de María de una impureza legal en la que no había incurrido, y la presentación, la ofrenda de Jesús y su rescate, como estaba prescrito en la Ley de Moisés. En el Templo, movido por el Espíritu Santo, vino al encuentro de la Sagrada Familia un hombre justo ya anciano. Tomó en sus brazos al Mesías, con inmensa alegría, y alabó a Dios.
Simeón les anuncia que aquel Niño de pocos días será signo de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y señala también que María habría de estar íntimamente unida a la obra redentora de su Hijo: una espada atravesaría su corazón. La espada de que les habló Simeón expresa la participación de María en los sufrimientos de su Hijo; es un dolor inenarrable, que traspasa su alma. María vislumbró enseguida la inmensidad del sacrificio de su Hijo y, por lo mismo, su propio sacrificio. Dolor inmenso, sobre todo, porque en aquel momento en que es llamada Corredentora sabe que algunos no querrán participar de las gracias del sacrificio de su Hijo. El anuncio de Simeón, «la espada en el corazón de María -y añadimos inmediatamente: en el corazón de José, que es uno con ella, cor unum et anima una no es más que el reflejo de la lucha por o contra Jesús. María está, así, asociada (...) al drama de los cien actos diversos que será la historia de los hombres. Pero para nosotros es evidente que también José está asociado a ello, en la medida en que a un padre le es posible estar asociado a la vida de su hijo, en la medida en que un esposo fiel y amante puede estar asociado a todo lo que atañe a su esposa». Mucho más en el caso de San José: cuando oyó a Simeón, también una espada atravesó su corazón.
Aquel día se descorrió un poco más el velo del misterio de la Salvación, que llevaría a cabo aquel Niño que se le había confiado. Por aquella nueva ventana abierta en su alma contempló el dolor del Hijo y de su esposa. Y los hizo suyos. Nunca olvidaría ya las palabras que oyó aquella mañana en el Templo.
Junto a este dolor, la alegría de la profecía de la redención universal: Jesús estaba puesto ante la faz de todos los pueblos, sería la luz que ilumine a los gentiles y la gloria de Israel. Ninguna pena más grande que el ver la resistencia a la gracia; ninguna alegría es comparable a ver que la Redención se está realizando hoy y que son muchos los que se acercan a Cristo. ¿No hemos participado quizá de este gozo cuando un amigo nuestro se ha acercado de nuevo a Dios en el sacramento de la Penitencia o se decide a dedicar su vida a Dios sin condiciones?
«¡Oh Santísima y Amantísima Virgen! –le pedimos a Nuestra Señora–, ayúdanos a compartir los sufrimientos de Jesús como Tú lo hiciste y a sentir en nuestro corazón un horror profundo al pecado, un deseo más intenso de santidad, un amor más generoso a Jesús y a su cruz, para que, como Tú, reparemos con nuestro amor ardiente y compasivo sus inmensos padecimientos y humillaciones». San José, nuestro Padre y Señor, ayúdanos con tu intercesión poderosa a llevar a Jesús a muchos que andan alejados o, al menos, no lo suficientemente cerca, como Él desea.
5º domingo de san José
DOLORES Y GOZOS (II)
— Huida a Egipto.
— La vuelta a Nazareth.
— Jesús perdido y hallado en el Templo.
I. Un día, instalada ya probablemente en una casa modesta de Belén, la Sagrada Familia recibió la inesperada y sorprendente visita de los Magos, con sus dones de homenaje al Niño Dios. Pero enseguida, después que se marcharon estos ilustres personajes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
A la gran alegría de la visita de aquellos hombres importantes, siguió el abandono de la casa recién instalada y de la pequeña clientela que ya tendría José en Belén, el dirigirse a un país extraño y desconocido para él y, sobre todo, el temor a Herodes, que buscaba al Niño para matarlo. Una vez más, la claridad y la penumbra en que Dios deja tantas veces a los que elige: junto a unas alegrías que no tienen comparación posible, sufrimientos grandes. Dios no quiere a los suyos lejos de la alegría ni tampoco de la Cruz. El Señor, «amador de los hombres -señala San Juan Crisóstomo al comentar este pasaje mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José».
La Sagrada Familia se puso en camino enseguida, como había dicho el ángel, y llevarían lo indispensable para el camino. «Porque José era pobre, le fue fácil partir a la primera señal. ¡Su fortuna no era para él ningún obstáculo! Ninguna clase de impedimenta, habrían dicho los latinos. Empuña su bastón de viaje, su humilde montura –la que le asigna la tradición: un burro y en ella se va sin más con María y el Niño–Dios. Pasará inadvertido por esa misma pobreza. Y porque José, además de su pobreza, practica la humildad y la obediencia en sus más altos grados, obedece sin retrasos y sin queja a las órdenes celestiales».
Mientras tanto, muchos niños menores de dos años de toda aquella comarca dieron su vida por Jesús, sin saberlo. Este martirio les abrió enseguida las puertas del Cielo y gozan ahora de una felicidad eterna contemplando a la Sagrada Familia. Sus madres fueron santificadas por el dolor que sufrieron en sus almas, y se convirtió para ellas en instrumento de salvación.
San José, con esfuerzo grande, quizá en los comienzos sin saber si tendría con qué alimentar a la Sagrada Familia al día siguiente, hubo de reconstruir de nuevo su hogar. Después de un tiempo, encontraría una estabilidad, pues pondría todos los medios humanos a su alcance para que así fuera. A pesar de encontrarse en tierra extraña, aquel tiempo, quizá años, José tuvo el gozo y la alegría de la convivencia con Jesús y María, que tendría presente el resto de sus días. Quizá más tarde, de nuevo en Nazareth, recordarían aquella época como «los años de Egipto» y hablarían de las preocupaciones y sufrimientos del viaje y de los primeros meses, pero también de la paz que gozaron ellos, los padres, al ver a Jesús que crecía y aprendía las primeras oraciones de sus labios.
Jesús aparece junto a la Cruz desde los comienzos, y, con Él, las personas que más amaba y quienes más le amaban, María y José. El Santo Patriarca sufrió, pero no se impacientó ante esos planes divinos difíciles de entender; tampoco nosotros «debernos sorprendernos demasiado por la contradicción, el dolor o la injusticia, ni tampoco perder por ello la serenidad. Todo está previsto».
II. La Sagrada Familia permaneció en Egipto hasta la muerte de Herodes. Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y vete a tierra de Israel; pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño. Así lo hizo José; pero «en las diversas circunstancias de su vida, el Patriarca no renuncia a pensar, ni hace dejación de su responsabilidad. Al contrario: coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana. Cuando vuelve de Egipto oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá (Mt 2, 22). Ha aprendido a moverse dentro del plan divino y, como confirmación de que efectivamente Dios quiere eso que él entrevé, recibe la indicación de retirarse a Galilea». Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazareth....
José levanta una vez más su hogar y pretende dirigirse a Judea, con toda probabilidad a Belén, de donde partieron para Egipto. Pero Dios Padre tampoco en esta ocasión quiso ahorrar las dificultades, el miedo, a los que más quería en la tierra. Por el camino debió de enterarse José de que Arquelao, que tenía la misma fama de ambición y de crueldad que su padre, reinaba en Judea. Y él llevaba un tesoro demasiado valioso para exponerlo a cualquier peligro, y temió ir allá. Mientras reflexionaba dónde sería más conveniente para Jesús instalarse -siempre es Jesús lo que motiva las decisiones de su vida fue avisado en sueños y marchó a la región de Galilea. En Nazareth encontró antiguos amigos y parientes, se adaptó a una nueva tierra, la suya, y vivió con Jesús y María unos años de felicidad y de paz.
Nosotros pedimos a María y a José que, para amar más a Dios, sepamos aprovechar las contrariedades y dificultades que la vida lleva consigo y que no nos desconcertemos si, por querer seguir al Señor un poco más de cerca, nos sentimos a veces más próximos a la Cruz, como una bendición y signo de predilección divina. «¡Oh Virgen bendita, que supiste aprovecharte tan bien de tu permanencia en tierra extranjera, ayúdanos a servirnos bien de la nuestra en este valle de lágrimas! Que a ejemplo tuyo ofrezcamos a Dios nuestros trabajos, molestias y dolores para que Jesucristo reine más íntimamente en nuestras almas y en las almas de nuestros prójimos». A San José le pedimos que nos haga fuertes en las dificultades, mirando siempre a Jesús, que también está muy cerca de nosotros. Él será nuestra fuerza.
III. En el último dolor y gozo contemplamos a Jesús perdido y hallado en el Templo.
Estaba prescrito en la Ley que todos los israelitas debían realizar una peregrinación al Templo de Jerusalén en las tres fiestas principales: Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos. Esta prescripción obligaba a partir de los doce años. Cuando se vivía a más de una jornada de camino, bastaba con que acudieran en una de ellas. La Ley nada decía de las mujeres, pero la costumbre era que acompañasen al marido. María y José, como buenos israelitas, iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años subió a Jerusalén con sus padres. Para el viaje, cuando se tardaba más de una jornada, se reunían varias familias y hacían juntos el camino. Nazareth distaba cuatro o cinco jornadas de Jerusalén.
Una vez terminada la fiesta, que duraba una semana, las pequeñas caravanas se volvían a reunir en las afueras de la ciudad y emprendían el regreso. Los hombres iban en una, y las mujeres formaban otra; los niños hacían el camino indistintamente con una u otra. Hombres y mujeres se reunían al anochecer para la comida de la tarde.
Cuando María y José se reunieron al finalizar la primera etapa del viaje, notaron enseguida la ausencia de Jesús. Al principio creyeron que iba en algún otro grupo, y se pusieron a buscarle. ¡Nadie había visto a Jesús durante el viaje! La siguiente jornada, entera, la pasaron indagando sobre el Niño: hicieron un día de camino buscándolo entre parientes y conocidos. ¡Nadie tenía la menor noticia! María y José estaban con el corazón encogido, llenos de angustia y de dolor. ¿Qué podía haber ocurrido? Aquella noche antes de volver a Jerusalén debió de ser terrible para ellos. Al día siguiente, muy temprano, regresaron a Jerusalén, y allí preguntaron por todas partes. ¿Dónde estaba Jesús? ¿Qué había ocurrido? Preguntan, describen a su hijo, pero nadie sabe nada. «Prosiguen su búsqueda -él con el rostro contraído, ella curvada por el dolor enseñando a las generaciones futuras cómo hay que comportarse cuando se tiene la desgracia de perder a Jesús».
Quizá lo peor de todo fue el aparente silencio de Dios. Ella, la Virgen, era la preferida de Dios; él, José, había sido escogido para velar por ambos y tenía, también, experiencias de la intervención de Dios en los asuntos de los hombres. ¿Cómo, al cabo de dos días de clamar al Cielo, de buscar incesantemente y cada vez con mayor ansiedad, el Cielo permanecía mudo a sus súplicas y a sus sufrimientos?. A veces Dios calla en nuestra vida, parece que lo hemos perdido. Unas veces, por nuestra culpa; otras, parece que Él se esconde para que le busquemos. «Jesús: que nunca más te pierda...», le decimos en la intimidad de nuestro corazón.
Al tercer día, cuando parecían agotadas ya todas las posibilidades, encontraron a Jesús. Imaginemos el gozo que inundaría las almas de María y de José, sus rostros resplandecientes al volver a casa con el autor de la alegría, con el mismo Dios, que se había perdido y que acababan de encontrar. Llevarían al Niño en medio de los dos, como temiendo perderle de nuevo; o, al menos -si no temían perderle queriendo gozar más de su presencia, de la que durante tres jornadas habían estado privados: tres días que les habían parecido siglos por la amargura del dolor.
«Jesús: que nunca más te pierda...». A San José le pedimos que nunca perdamos a Jesús por el pecado, que no se oscurezca nuestra mirada por la tibieza, para tener claro su amable rostro. Le pedimos que nos enseñe a buscarlo con todas las fuerzas –como lo único necesario– si alguna vez tenemos la desgracia de perderlo.
6º domingo de san José
MUERTE Y GLORIFICACIÓN DE SAN JOSÉ
— Muerte del Santo Patriarca entre Jesús y María. Patrono de la buena muerte.
— Glorificación de San José.
— Petición de vocaciones.
I. Muy bienaventurado fue José, asistido en su hora postrera por el mismo Señor y por su Madre... Vencedor de esta mortalidad, aureoladas sus sienes de luz, emigró a la Casa del Padre....
Había llegado la hora de dejar este mundo y, con él, los tesoros, Jesús y María, que le estaban encomendados y a quienes, con la ayuda de Dios, les procuró lo necesario con su trabajo diario. Había cuidado del Hijo de Dios, le había enseñado su oficio y ese sinfín de cosas que un padre desmenuza con pequeñas explicaciones a su hijo. Terminó su oficio paterno, que ejerció fielmente: con la máxima fidelidad. Consumó la tarea que debía llevar a cabo.
No sabemos en qué momento tuvo lugar la muerte del Santo Patriarca. Cuando Jesús tenía doce años es la última vez que aparece en vida en los Evangelios. También parece cierto que el hecho de la muerte debió de tener lugar antes de que Jesús comenzara el ministerio público. Al volver Jesús a Nazareth para predicar, la gente se preguntaba: ¿Pero no es este el hijo de María?. De ordinario no se hacía referencia directa de los hijos a la madre, sino cuando ya había muerto el cabeza de familia. Cuando es invitada María a las bodas de Caná, al comienzo de la vida pública, no se nombra a José, lo que sería insólito según las costumbres de la época si el Santo Patriarca viviera aún. Tampoco se menciona a lo largo de la vida pública del Señor. Sin embargo, los habitantes de Nazareth llaman en cierta ocasión a Jesús el hijo del carpintero, lo que puede indicar que no había pasado mucho tiempo desde su muerte, pues aquellos todavía le recuerdan. José no aparece en el momento en que Jesús está a punto de expirar. Si hubiera vivido aún, Jesús no habría confiado el cuidado de su Madre al Apóstol predilecto. Los autores están conformes en admitir que la muerte de San José tuvo lugar poco tiempo antes del ministerio público de Jesús.
No pudo tener San José una muerte más apacible, rodeado de Jesús y de María, que piadosamente le atendían. Jesús le confortaría con palabras de vida eterna. María, con los cuidados y atenciones llenos de cariño que se tienen con un enfermo al que se quiere de verdad. «La piedad filial de Jesús le acogió en su agonía. Le diría que la separación sería corta y que pronto se volverían a ver. Le hablaría del convite celestial al que iba a ser invitado por el Padre Eterno, cuyo mandatario era en la tierra: “Siervo bueno y fiel, la jornada de trabajo ha terminado para ti. Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu salarlo. Porque tuve hambre y me diste de comer. No tenía morada y me acogiste. Estaba desnudo y me vestiste...”».
Jesús y María cerraron los ojos de José, prepararon su cuerpo para la sepultura... El que más tarde lloraría sobre la tumba de su amigo Lázaro vertería lágrimas ante el cuerpo del que por tantos años se había desvivido por Él y por su Madre. Y los que le vieron llorar, pronunciarían quizá las mismas palabras que en Betania: ¡Mirad cómo le amaba!
Es lógico que San José haya sido proclamado Patrono de la buena muerte, pues nadie ha tenido una muerte más apacible y serena, entre Jesús y María. A él acudiremos cuando ayudemos a otros en sus últimos momentos. A él pediremos ayuda cuando vayamos a partir hacia la Casa del Padre. Él nos llevará de la mano ante Jesús y María.
II. San José goza de la gloria máxima, después de la Santísima Virgen, como corresponde a su santidad en la tierra, en la que gastó su vida en favor del Hijo de Dios y de su Madre Santísima. Por otra parte, «si Jesús honró en vida a José más que a todos los demás, llamándole padre, también le ensalzaría por encima de todos, después de su muerte».
Inmediatamente después de su muerte, el alma de San José iría al seno de Abrahán, donde los patriarcas y los justos de todos los tiempos aguardaban la redención que había comenzado. Allí les anunciaría que el Redentor estaba ya en la tierra y que pronto se abrirían las puertas del Cielo. «Y los justos se estremecerían de esperanza y de agradecimiento. Rodearían a José y entonarían un cántico de alabanza que ya no se interrumpiría en los siglos venideros».
Muchos autores piensan, con argumentos sólidos, que el cuerpo de San José, unido a su alma, se encuentra también glorioso en el Cielo, compartiendo con Jesús y con María la eterna bienaventuranza. Consideran que la plena glorificación de San José tuvo lugar probablemente después de la resurrección de Jesús. Uno de los fundamentos en que se basa esta doctrina, moralmente unánime desde el siglo xvi, es el dato que aporta San Mateo de los sucesos que ocurrieron a la muerte del Señor: ...muchos cuerpos de los santos, que habían muerto, resucitaron. Doctores de la Iglesia y teólogos piensan que Jesús, al escoger una escolta de resucitados para afirmar su propia resurrección y dar más realce a su triunfo sobre la muerte, incluiría en primer lugar a su padre adoptivo. ¡Cómo sería el nuevo encuentro de Jesús y de San José! «El glorioso patriarca –afirma San Francisco de Sales– tiene en el Cielo un crédito grandísimo con aquel que tanto le favoreció, conduciéndole al Cielo en cuerpo y alma (...). ¿Cómo iba a negarle esta gracia quien toda la vida le obedeció? Yo creo que José, viendo a Jesús (...), le diría: “Señor mío, acuérdate de que cuando bajaste del Cielo a la tierra te recibí en mi familia y en mi casa, y cuando apareciste sobre el mundo te estreché con ternura entre mis brazos. Ahora tómame en los tuyos y, como te alimenté y te conduje durante tu vida mortal, cuida tú de conducirme a la vida eterna”». Jesús se sentiría dichosísimo al complacerle.
En cierta ocasión, San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, respondía con estas palabras a un chico joven que le preguntaba directamente dónde estaría el cuerpo de San José: «“En el Cielo, hijo mío, en el Cielo. Si hubo muchos santos que resucitaron –lo dice la Escritura– cuando resucitó el Señor, entre ellos estaría, seguro, San José.” A la misma pregunta respondía en otra ocasión: “Hoy es sábado; podemos fijarnos en los misterios gloriosos (...). Al contemplar rápidamente el cuarto misterio, la Asunción de Nuestra Señora, piensa que la Tradición nos dice que San José murió antes, asistido por la Santísima Virgen y por Nuestro Señor. Es seguro, porque lo dice la Sagrada Escritura, que –cuando Cristo salió vivo del sepulcro– con Él resucitaron muchos justos, que subieron con Él al Cielo (...). ¿No es lógico que quisiera tener a su lado al que le había servido de padre en la tierra?”».
Así podemos contemplar hoy al Santo Patriarca, al considerar el cuarto misterio glorioso del Santo Rosario: le vemos con su cuerpo glorioso, de nuevo junto a Jesús y María, intercediendo por nosotros en cualquier necesidad en que nos encontremos.
Fecit te Deus quasi patrem Regis et dominum universae domus eius. Te hizo Dios como padre del Rey y como señor de toda su casa. Ruega por nosotros.
III. «Piadosamente se puede admitir, pero no asegurar –enseña San Bernardino de Siena– que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su Santísima Madre a su padre nutricio; del mismo modo que a esta la subió al Cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la Resurrección; para que, como aquella Santa Familia –Cristo, la Virgen y José– vivió junta en laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en los Cielos».
Los teólogos que sostienen esta doctrina, cada vez más general, aducen otras razones de conveniencia: la dignidad especialísima de San José por la misión que le tocó ejercer en la tierra y la fidelidad singular con que lo hizo, se vería más confirmada con este privilegio; el amor indecible que Jesús y María profesan al Santo Patriarca parece pedir que le hagan ya partícipe de su resurrección, sin esperar al fin de los tiempos; a la santidad sublime de San José, que tanto antecede y excede a los demás santos, conviene una participación anticipada del premio final de todos; la afinidad con Jesús y María, el trato íntimo que tuvo con la Humanidad del Redentor, parecen exigir mayor exención de la corrupción del sepulcro; la misión singularísima de San José, como Patrono universal de la Iglesia, le coloca en una esfera superior a todos los cristianos, y esto parece reclamar que él no entre en igualdad de condiciones con los demás en la sujeción a la muerte, sino que, en una especial posesión de la plena inmortalidad, ejerza su patrocinio universal.
San José cumplió en la tierra fidelísimamente la misión que Dios le había encomendado. Su vida fue una entrega constante y sin reservas a su vocación divina, en bien de la Sagrada Familia y de todos los hombres. Ahora, en el Cielo, su corazón sigue albergando «una singular y preciosa simpatía para toda la humanidad», pero de modo muy particular para todos aquellos que, por una vocación específica, se entregan plenamente a servir sin condiciones al Hijo de Dios en medio de su trabajo profesional, como él lo hizo. Pidámosle hoy que sean muchos quienes reciban la vocación a una entrega plena y que respondan generosamente a la llamada; que Dios otorgue ese honor inmenso a aquellos hijos, hermanos, parientes o amigos que, por circunstancias determinadas, podrían encontrarse más cerca de recibir esa llamada del Señor.
Al Santo Patriarca le pedimos que todos los cristianos seamos buenos instrumentos para hacer llegar esa voz clara del Señor a las almas, pues la mies sigue siendo abundante y los obreros pocos
7º domingo de san José
PATROCINIO DE SAN JOSÉ
— Intercesión de los santos.
— Acudir a San José en todas las necesidades.
— Patrocinio del Santo Patriarca sobre toda la Iglesia y sobre cada cristiano en particular.
I. El Magisterio de la Iglesia ha declarado en repetidas ocasiones que los santos en el Cielo ofrecen a Dios los méritos que alcanzaron en la tierra por quienes todavía nos encontramos en camino. También enseña que es bueno y provechoso invocarles, no solo en común, sino particularmente, poniéndolos por intercesores ante el Señor. Santo Tomás explica la mediación de los santos diciendo que esta no se debe a la imperfección de la misericordia divina, ni que convenga mover su clemencia mediante esta intercesión, sino para que se guarde en las cosas el orden debido, ya que ellos son los más cercanos a Dios. Pertenece a su gloria prestar ayuda a los necesitados, y así se constituyen en cooperadores de Dios, «por encima de lo cual no hay nada más divino».
Aunque los santos no están en estado de merecer, pueden pedir en virtud de los méritos que alcanzaron en la vida, los cuales ponen delante de la misericordia divina. Piden también presentando nuestras súplicas, reforzadas por las de ellos, y ofreciendo de nuevo a Dios las obras buenas que hicieron en la tierra, que duran para siempre. Aunque ya no merecen para sí –el tiempo de merecimiento terminó con la muerte–, sin embargo sí están «en estado de merecer para otros, o mejor, de ayudarlos por razón de sus méritos anteriores, ya que, mientras vivieron, merecieron ante Dios que sus oraciones fuesen escuchadas después de la muerte». Las ayudas ordinarias y extraordinarias que nos consiguen los santos dependen del grado de santidad y de unión con Dios que lograron, de la perfección de su caridad, de los méritos que alcanzaron en su vida terrena, de la devoción con que se les invoca «o porque Dios quiere declarar su santidad». La intercesión de algunos de ellos es especialmente eficaz en algunas causas y necesidades: para lograr que una persona alejada de Dios se acerque al sacramento de la Penitencia, en las necesidades familiares, en el trabajo, en la enfermedad.... No se aparta de la verdad la piedad de las almas sencillas que encomiendan a determinados santos una necesidad específica. La intercesión de los santos «depende muy particularmente de los méritos accidentales que adquirieron en sus diversos estados y ocupaciones de la vida -enseña Santo Tomás El que mereció extraordinariamente padeciendo una enfermedad o desempeñando un oficio particular, debe tener especial virtud para ayudar a aquellos que padecen y le invocan en la misma enfermedad o se ejercitan en el mismo oficio y cumplen los mismos deberes».
Santa Teresa de Jesús, hablando de la eficacia de la intercesión de San José, señala que así como a otros santos parece que Dios les otorgó la capacidad de interceder por alguna necesidad en particular, «a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que el Señor quiere darnos a entender que ansí como le fue sujeto en la tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar– ansí en el Cielo hace cuanto le pide». No dejemos de acudir a él en tantas necesidades como tenemos, principalmente en las de aquellos que tenemos encomendados.
II. Por su santidad y por los méritos singulares que adquirió el Santo Patriarca en el cumplimiento de su misión de fiel custodio de la Sagrada Familia, su intercesión es la más poderosa de todas, si exceptuamos la de la Santísima Virgen, y es, además, la más universal, extendiéndose a las necesidades, tanto espirituales como materiales, y a cada hombre en cualquier estado en que se encuentre. «De igual modo que la lámpara doméstica que difunde una luz familiar y tranquila -señalaba Pablo VI pero íntima y confidencial, invitando a la vigilancia laboriosa y llena de graves pensamientos, conforta del tedio del silencio y del temor a la soledad (...), la luz de la piadosa figura de San José difunde sus rayos benéficos en la Casa de Dios, que es la Iglesia, la llena de humanísimos e inefables recuerdos de la venida a la escena de este mundo del Verbo de Dios hecho hombre por nosotros y como nosotros, que vivió la protección, la guía y la autoridad del pobre artesano de Nazareth, y la ilumina con el incomparable ejemplo que caracteriza al santo más afortunado de todos por su gran comunión de vida con Cristo y María, por su servicio a Cristo, por su servicio por amor».
Jesús y María, con su ejemplo en Nazareth, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo de lo que debe ser la nuestra. Con la frecuencia, amor y veneración con que acudían a él y recibían sus servicios, han proclamado la seguridad y confianza con que hemos de implorar nosotros su ayuda poderosa. Cuando «nos lleguemos a José para implorar su auxilio, no titubeemos ni temamos, sino tengamos fe firme, que tales ruegos han de ser gratísimos al Dios inmortal y a la Reina de los ángeles». Nuestra Señora, después de Dios, a nadie amó más que a San José, su esposo, que la ayudó, la protegió, y gustosamente le estuvo sometida. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la súplica dirigida por José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias? De aquí la comparación que se complacen en repetir los autores: «como Cristo es el mediador único ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, así el camino seguro para llegar a María es San José: De José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre».
La Iglesia busca en San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazareth, que fue como el germen en el que ya se encontraba contenida toda la Iglesia. El patrocinio de San José se extiende de modo más particular a la Iglesia universal, a las almas que aspiran a la santidad en medio del trabajo ordinario, a las familias cristianas y a los que se encuentran próximos a dejar este mundo camino a la Casa del Padre.
«Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
»-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios».
III. El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia. Aquella casa de Nazareth, que José gobernaba con potestad paterna, contenía los principios de la naciente Iglesia. Conviene, pues, que José, así «como en otro tiempo cuidó santamente de la Familia de Nazareth en todas sus necesidades, así ahora defienda y proteja con celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo». Esta declaración fue hecha en momentos difíciles por los que pasaba nuestra Madre la Iglesia, circunstancias y motivos que hoy subsisten. Por eso nosotros acudiremos siempre a él, pero de modo particular cuando veamos que es más atacada, menospreciada, cuando se la quiere arrinconar fuera de la vida pública, y se intenta volverla inoperante en las vidas de los hombres; vidas que debe iluminar y conducir hasta Dios. Los Papas han alentado continuamente esta devoción a San José.
La misión de San José se prolonga a través de los siglos, y su paternidad alcanza a cada uno de nosotros. «Querría yo persuadir a todos fuesen grandes devotos de este glorioso santo –escribe la Santa de Ávila–, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.
»Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (...). Solo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den las gracias a San José por lo bien que les ayudó a ellos».
A San José no se le oye en el Evangelio; sin embargo, nadie ha enseñado mejor. Él «ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será esta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús». Acudamos frecuentemente a su patrocinio, y de modo muy particular en estos días cercanos ya a su fiesta. Sigamos el ejemplo de «las almas más sensibles a los impulsos del amor divino», las cuales «ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior». Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor.
Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas un solo Dios verdadero, en quien creo y espero y a quien amo con todo mi corazón.Te doy gracias por haber honrado sobre todos los santos a San José con la dignidad incomparable de padre adoptivo de Jesús, Hijo de Dios, y esposo verdadero de María, Madre de Dios. Ayúdame a honrarle y merecer su protección en vida y en la hora de la muerte.
San José patrón de la Iglesia, jefe de la Sagrada Familia, te elijo por padre y protector en todo peligro y en toda necesidad. Descubre a mi alma la pureza de tu corazón, tu santidad para que la imite y tu amor para agradecerte y corresponderte. Enséñame a orar, tu que eres maestro de oración y alcánzame de Jesús por María la gracia de vivir y morir santamente. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús así como consolaste a tu padre amado en las perplejidades e incertidumbres que tuvo, dudando si abandonar a tu Santísima Madre su esposa, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José nos concedas mucha prudencia y acierto en todos los casos dudosos y angustias de nuestra vida, para que siempre acertemos con tu santísima voluntad.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado en la pobreza y desamparo de Belén, con tu nacimiento, y con los cánticos de los Angeles y visitas de los pastores, así también te suplicamos humildemente por intercesión de San José, que nos concedas llevar con paciencia nuestra pobreza y desamparo en esta vida, y que alegres nuestro espíritu con tu presencia y tu gracia, y la esperanza de la gloria.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu amado padre en el doloroso misterio de la Circuncisión, recibiendo de él el dulce nombre de Jesús, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, nos concedas pronunciar siempre con amor y respeto tu santísimo nombre, llevarlo en el corazón, honrarlo en la vida, y profesar con obras y palabras que tú fuiste nuestro Salvador y Jesús.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado de la pena que le causó la profecía de Simeón, mostrándole el innumerable coro de los Santos, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José que nos concedas la gracia de ser de aquellos para quienes tu sirves, no de ruina, sino de resurrección, y que correspondamos fielmente a tu gracia para que vayamos a tu gloria.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como tu amado padre te condujo de Belén a Egipto para librarte del tirano Herodes, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos libres de los que quieren dañar nuestras almas o nuestros cuerpos, nos des fortaleza y salvación en nuestras persecuciones, y en medio del destierro de esta vida nos protejas hasta que volemos a la patria.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús así como tu padre amado te sustentó en Nazaret, y en cambio tú le premiaste en tu santísima compañía tantos años, con tu doctrina y tu dulce conversación, así te rogamos humildemente, por intercesión de San José nos concedas el sustento espiritual de tu gracia, y de tu santa comunión, y que vivamos santa y modestamente, como tú en Nazaret.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como por seguir la voluntad de tu padre celestial permitiste que tu amado padre en la tierra padeciese el vehementísimo dolor de perderte por tres días, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que antes queramos perder todas las cosas y disgustar a cualquier amigo, que dejar de hacer tu voluntad; que jamás te perdamos a ti por el pecado mortal, o que si por desgracia te perdiésemos te hallemos mediante una buena confesión.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, que en la hora de su muerte consolaste a tu glorioso padre, asistiendo juntamente con tu Madre su esposa a su última agonía, te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos concedas una muerte semejante a la suya asistido de tu bondad, de tu Santísima Madre y del mismo glorioso Patriarca protector de los moribundos, pronunciando al morir vuestros santísimos nombres, Jesús, María y José.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, libranos Señor Nuestro. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración para empezar todos los días
Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.
Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.
Oración del día correspondiente
Oh benignísimo Jesús, así como has elegido por medio de tu Vicario en la tierra a tu amado padre para protector de tu Santa Iglesia Católica, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José, nos concedas el que seamos verdaderos y sinceros católicos, que profesemos sin error la fe católica, que vivamos sin miedo una vida digna de la fe que profesamos, y que jamás puedan los enemigos ni aterrarnos con persecuciones, ni con engaños seducirnos y apartamos de la única y verdadera religión que es la Católica.
Oración final para todos los días
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Antífona
Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.
V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración final
Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
Por la señal de La Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración:
Oh San José que con amor trabajaste la madera en esta vida, vida pasajera, para tu familia el pan de cada día proveer. Ahora Oh San José, en el Cielo con Cristo, que extendido en el madero en el que dio vida eterna al hombre, enséñanos a reconocer en el quehacer de cada día el camino hacia Dios. Amén.
PRIMERA VIRTUD DE SAN JOSÉPor el tiempo que a María esperaste, danos la virtud del Silencio para pacientemente esperar, esto es danos la paz. Padrenuestro, 5 Avemarías, un Gloria y la jaculatoria: Amado San José, haz crecer en mí la fe que en ella buscaré el amor, la esperanza y la caridad. Amén.
SEGUNDA VIRTUD DE SAN JOSÉPor aceptar en castidad para María desposar, danos la virtud para vivir en pureza y castidad. Padrenuestro, 5 Avemarías, un Gloria y la jaculatoria: Amado San José, haz crecer en mí la fe que en ella buscaré el amor, la esperanza y la caridad. Amén.
TERCERA VIRTUD DE SAN JOSÉPor aceptar la paternidad de Jesús, danos la virtud para sólo hacer la voluntad de Dios. Padrenuestro, 5 Avemarías, un Gloria y la jaculatoria: Amado San José, haz crecer en mí la fe que en ella buscaré el amor, la esperanza y la caridad. Amén.
CUARTA VIRTUD DE SAN JOSÉPor el día que dejaste todo para tu Hijo salvar, danos la virtud para cumplir lo que Dios pida y vivir como Tú: en Santa Obediencia. Padrenuestro, 5 Avemarías, un Gloria y la jaculatoria: Amado San José, haz crecer en mí la fe que en ella buscaré el amor, la esperanza y la caridad. Amén.
QUINTA VIRTUD DE SAN JOSÉPor el día que encontraste y callaste al ver a Tu Hijo hablando con Sabiduría, danos la virtud de callar y aprender a escuchar al que en Nombre de Dios habla. Padrenuestro, 5 Avemarías, un Gloria y la jaculatoria: Amado San José, haz crecer en mí la fe que en ella buscaré el amor, la esperanza y la caridad. Amén.
Oración
Tú San José, Protector de la Iglesia Universal, Patrono de las familias, patrono de los seminarios, patrono de los trabajadores, defensor de la niñez y guardián de las madres, ayúdanos para recibir la gracia y alcanzar así las virtudes gloriosas de tu corazón en la castidad, en la prudencia, en la justicia y en la humildad. Amén.
Por amor de Dios Padre, Tú San José, has sido llamado papá de Jesús y unido a la maternidad espiritual de María, ahora también papá nuestro. A ti consagramos nuestra vida y la misión que Dios nos ha encomendado. Te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor, que intercedas por la Santa Iglesia para su salvación, que intercedas en nuestra oración y la lleves a Dios. Oh San José, esposo de María, casto, justo, prudente y humilde, haz que estas virtudes gloriosas, afloren en nuestro espíritu, y para Gloria de Dios, en el mundo. Haznos dulces y dóciles, tiernos y mansos, con nuestros padres, hijos, familia, hermanos y sobre todo con nuestro prójimo, dejando que Dios sea en nosotros y nosotros en Él, que Todopoderoso es. Amado San José enséñanos a desaparecer y a renunciar a mí mismo, como Tú que estás presente pero en Ti es solo el Espíritu Divino el que permanece y Tú desapareces en el silencio del amor.
Ruega para que en la presencia del Espíritu Santo, reconozcamos que sin Dios nada somos y nada podemos; ruega para que Dios obre en nuestro corazón como el tuyo; ruega para que desaparezca nuestra pequeñez y aparezca tu grandeza, al reconocer nuestra debilidad en presencia de Su amor. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio ahora y siempre por los siglos. Amén.
Ofrecemos al Padre Todopoderoso: por el Santo Papa Francisco y sus sacerdotes para que nos conduzcan al Triunfo del Inmaculado Corazón de María y del Sagrado Corazón de Jesús: un Padre Nuestro, 3 Avemarías y un Gloria.
1 Lirio Perfumado de la Divina Voluntad
Autor: P. Ángel Peña O.A.R
San José dice:
Hijos míos: os llamo a que volquéis vuestra mirada hacia
mí, os llamo a que escuchéis mi voz, voz que ha de
retumbar en vuestro corazón; voz que ha de deteneros,
hoy día miércoles, día dedicado a mi culto y veneración,
día en que derramo muchísimas bendiciones a mis devotos; almas que creen en el poder que Dios me ha otorgado, almas que tienen la certeza plena de mi protección e intercesión; almas que perciben mi fragancia, aroma suave de lirio fresco; lirio que floreció en aquella vara seca, vara que fue entregada por los sacerdotes en mis manos, vara que fue la señal del cielo para mi desposorio con la Santísima Virgen María porque en ella nació el más esbelto de los lirios perfumados.
Lirios cultivados en el cielo para este majestuoso momento; momento que me llevaba a descubrir un plan de amor, plan que había sido trazado en mi vida desde mucho antes de mi nacimiento, plan que hacía de mí el padre adoptivo del Salvador; el custodio y protector de los Corazones Unidos y Traspasados de Jesús y de María. Plan que cambiaría el rumbo de mi vida, vida que era transformada y renovada según los designios de Dios. Vida que tomaría un nuevo curso, una dirección diferente; vida que haría historia, vida que dejaría huella en mi generación y en las generaciones futuras.
No puse obstáculos a los designios de Dios; me entregué
en sus Venerables Manos para que obrase en mí; para que
me moldease como arcilla blanda, para que me enrutase
en sus caminos; caminos estrechos, caminos angostos;
caminos que exigían de mí, excesiva confianza y santo
abandono para hacer en todo su Divina Voluntad; camino
que me exigía renuncias, cambios en mi vida; caminos
que obraban prodigios en mi corazón para salvaguardar al
Niño Jesús y para proteger a la elegida de Dios, a la
siempre bienaventurada Virgen María.
Hoy, hijo mío, que habéis abierto vuestro corazón para
recibir mis gracias, no dudéis en acudir a mí; siempre
estaré presto en ayudaros; os protegeré de igual forma
como lo hice con el Niño Jesús y con mi castísima esposa;
os defenderé contra todo peligro, contra toda asechanza
del mal; basta que os acerquéis más a mí, que no me tengáis tan distante de vuestra vida, que no me sintáis
como a un extraño. Sabes alma mía: vuestra indiferencia
me hiere, me lastima.
Abrid vuestras manos y recibid el lirio perfumado de la
Divina Voluntad; oledlo y aspirad su suave perfume,
perfume que renovará vuestro corazón, perfume que os
mostrará vuestro camino, camino guiado por una nueva
luz, camino promisorio, esperanzador; camino que os lleva a actuar movido por el Santo Querer de Dios; camino que dará beneplácito a su Sacratísimo Corazón; Corazón sumamente bueno, Corazón con muchísimos espacios porque muy pocas almas hacen su Divina Voluntad; muy pocas almas renuncian a sus sueños, a sus metas, con tal de agradar a Cristo.
Siembro en vuestro corazón, éste, mi lirio perfumado;
lirio que ciñó en mi cabeza una corona de gloria, lirio que adornó y embelleció mi alma; lirio que me llevó al
desvelo, a la preocupación porque temía ofender a Dios,
temía no agradarle; temía que algo le sucediera a lo más
amado, a lo más querido de su purísimo corazón; lirio que
me dio un puesto de gloria porque supe vencer obstáculos,
superar pruebas; lirio que fundirá vuestro interés con los
deseos de Dios; lirio que depurará vuestras flaquezas
haciéndoos fuertes; lirio que llevaréis en vuestras manos
el día que seáis llamados; lirio de la Divina Voluntad que
os llevará a la meta, a la consecución del premio prometido.
Así es pues, hijos míos, morid a vosotros mismos para que
reine mi Dios Jesús en vosotros como reinó en mi santo
corazón.
El alma dice:
Amantísimo San José: infinitas gracias os doy por
haberme llamado, por haber pronunciado mi nombre en
vuestros dulces labios.
Heme aquí, para que transverberéis mi corazón con fuego
de Amor Santo y Divino que arde en vuestro cándido
corazón. Heme aquí, para recibir vuestras gracias; gracias
que concedéis muy generosamente a cada uno de vuestros
devotos. Gracias que harán mi corazón semejante al
vuestro. Gracias que me llevarán a suspirar de amor por
vos. Gracias que inflamarán todo mi ser de vuestra
celestial presencia. Gracias que harán de mí, un ser
renovado, transformado, cambiado. Gracias que harán que
piense, aún, más en vos porque os aparté de mi vida.
Pocas veces he acudido a vuestra paternal protección
siendo vuestro corazón vaso purísimo de virtud, recinto de
santidad, ya que fuisteis el único hombre de la tierra digno para ser el padre adoptivo del Salvador.
Padre que le cuidó como si fuese su propio hijo. Padre que le cantó canciones de cuna y le estrechó entre sus brazos para que se durmiera. Padre demasiadamente celoso en el cumplimiento de la Ley. Padre que vio crecer: en edad y
en sabiduría al Hijo de Dios. Padre que quedaba
estupefacto ante sus palabras. Padre que le amaba como a
su hijo y le adoraba como a su Dios. Padre que compartió
treinta años de su vida con el Mesías, Dios esperado.
Padre que elevó su espíritu al cielo con una sonrisa, con
su corazón rebosado, plenificado porque supo cumplir con
su misión, ya que le protegió del frío, del calor, le
defendió del sanguinario Herodes, hombre cruel que quería acabar con su vida, hombre poseído por el deseo de poder, hombre que no medía consecuencias en la vileza y bajeza de sus actos.
Amantísimo San José: heme aquí anhelante en entrar a
vuestro taller, en ceñirme vuestro delantal y en trabajar
por la salvación de mi alma, alma que ha de ser
transformada porque estáis aquí para renovar mi corazón,
estáis aquí para mostrarme un nuevo camino, un horizonte
diferente, una senda impregnada de vuestro suave aroma;
aroma que me purifica y libera, aroma que me lleva a
pediros perdón por teneros tan ausente de mí, aroma que
eclipsa mi corazón en un bello idilio de amor hacia vos,
aroma que hace susurrar mis labios con vuestro dulce
nombre, nombre que quema mi corazón por dentro, nombre que ansío por descubrir, en permanecer a vuestro lado.
¿Qué me ha de suceder si os tengo a mi lado? ¡Nada!
Absolutamente nada porque sois mi guardián, mi vigía, mi
protector, mi centinela. Nada, absolutamente nada porque
cuidaréis de mí con el mismo esmero como cuidasteis al
Niño Jesús y a vuestra Virginal Esposa, María. Nada,
absolutamente nada porque sois terror de los demonios.
Amantísimo San José: gracias infinitas os doy por el lirio
perfumado que habéis puesto en mis manos; lirio perfumado de la Divina Voluntad; lirio que cambiará el transcurso de mi vida; lirio que me desarraigará de mis gustos, de mis apetencias; lirio que cortará con todo egoísmo, con cualquier fijación; lirio que aromatizará mi corazón de vuestra santidad, de vuestros férreos deseos de agradar siempre a Dios; lirio que me conllevará a planear:
no según mis intereses, sino según al Santo Querer de
Dios; lirio que hará que mire hacia el cielo anheloso de
estar a vuestro lado por toda la eternidad; lirio que incita mi alma a hablar de vos, a extender esta santa devoción por toda la tierra; lirio que acelera el palpitar de mi corazón en imitaros en vuestra loable virtud, a actuar siempre movido bajo el Querer de Dios, haciendo en todo su Divina Voluntad.
2» Lirio Perfumado de la Castidad
Autor: P. Ángel Peña O.A.R
San José dice:
Hijos míos: venid hacia mí, las puertas de mi carpintería
están abiertas. Hoy es miércoles, os recuerdo nuestro
encuentro de amor, encuentro en el que las miradas bastan
para expresar nuestro mutuo cariño, nuestro gran afecto;
afecto que un buen padre prodiga a su hijo; afecto que
lleva al abrazo paternal, al coloquio en el que el tiempo no cuenta; coloquio ameno, enriquecedor, sabroso; coloquio
que conduce al cuestionamiento, a sopesar vuestras acciones, a bajar vuestra mirada al corazón y a evaluar si
vuestras actitudes son aprobadas por el cielo, a
interpelaros al cambio, al mejoramiento de vuestras
relaciones para con Dios.
Venid, pues, hijos míos: entrad sin ningún miramiento, sin ningún temor; en mi taller os mostraré un nuevo camino; camino llano, camino tapizado de las dulces pisadas de Dios para que os encontréis con Él y os dejéis seducir de sus encantos, de su hermosa voz.
En mi taller encontraréis un viejo libro; libro abierto
dispuesto en daros toda la sabiduría necesaria para vuestro crecimiento espiritual. Libro abierto que acabará con vuestra ignorancia y os adornará con la sabiduría de
Salomón. Libro abierto que os lleva a la contemplación, a
la meditación. Libro abierto que os mostrará un cielo
nuevo, una tierra nueva. Libro abierto que os enseñará la
forma de escalar montañas; montañas que os elevan a la
parte más alta, a su cima, cima de la santidad.
En mi taller recibiréis el lirio de la castidad; lirio que
embellecerá vuestra alma haciéndoos luminosos, radiantes; lirio que os hará como ángeles en la tierra, ángeles alimentados de mi virginal mirada, ángeles fortalecidos con el escudo de mi castidad.
Hijos míos: abrid las puertas de vuestro corazón de par en
par, vedme con el lirio perfumado de mi castidad. Si
queréis que os lo plante: id primero a purificaros en los
Ríos de la Gracia, arrepentíos de vuestras culpas,
concupiscencias y lascivias, y venid a mí que os espero en
mi humilde taller de carpintería para sembraros este
hermoso y fragante lirio; lirio que perfumará vuestro
corazón dándoos olor de ángeles, lirio que moderará
vuestros ímpetus y deseos; lirio que será como cinturón
que pondrá brida a vuestros instintos y desenfrenos; lirio
que adornará vuestro ser dándoos candidez, pureza.
Hijos míos: una vez haya sembrado este lirio perfumado
en vuestro corazón, regadlo diariamente con el agua
refrescante de la oración, oxigenadlo con vuestras
renuncias e iluminadlo con el sol de vuestra castidad.
Estad atentos para que crezca sano y vigoroso.
No le perdáis su mirada. Recordad que muchos bichos y
variedad de plagas están a su alrededor que pueden
destruirlo.
El lirio perfumado de la castidad os abrirá las puertas del jardín del cielo; cultivadlo, pues, con amor y sentíos
orgullosos de poseerlo; muchos hombres y mujeres carecen de él; muchas almas se olvidan de que este lirio de gran valor existe, algunas creaturas se esfuerzan en adquirirlo pero trabajan poco en su adquisición, se dejan vencer fácilmente y vuelve la maleza a su corazón.
El lirio perfumado de la castidad hará de vosotros rosas y
flores bellas. El lirio perfumado de la castidad os vestirá de candor y pureza. El lirio perfumado de la castidad os hará complacientes y agradables a Dios.
El lirio perfumado de la castidad os dará fragancia de
santidad; el mal olor, el olor nauseabundo jamás tomará
posesión de vuestro corazón.
El lirio perfumado de la castidad os abrirá una entrada al
cielo, tendréis derecho a una de sus moradas.
El alma dice:
José castísimo: gratitud hay en mi corazón por invitarme a entrar en vuestro humilde taller; taller en el que me mostráis un libro. Libro que me instruye, me enseña; libro que me muestra un nuevo camino; camino que no es el mismo que me presenta el mundo; camino distinto, recto, sin curvas; camino seguro de encuentro con Dios.
José castísimo: heme aquí dispuesto en seguir vuestras huellas, heme aquí con mi corazón rebosante de amor por vos. Amor que me lleva a suspirar, amor que hace que mire al cielo y agradezca por teneros a mi lado como mi guía, como mi faro; faro que irradia de luz mi espíritu para no tropezar, para no caer; faro que es antorcha de luz celestial en la tierra.
José castísimo: mi corazón palpita de amor cada día
miércoles porque sabe de nuestro encuentro, de nuestros
coloquios, de nuestra conversación.
José castísimo: mi corazón ha sido embellecido porque
fuisteis vos quien sembró el lirio perfumado de la
castidad; lirio que arrasa con toda maleza; lirio que
purifica y da limpieza a mi alma; lirio que me hace
semejante a vos siempre y cuando le cuide, le rocíe el
agua de vuestra pureza; lirio que me da fragancia de
santidad porque fueron vuestras benditas manos las que lo
plantaron; lirio que deja huella de vuestro aroma; aroma
que me hace luchar, vencer tentaciones; aroma que me lleva a refugiarme en vuestro casto corazón para no pecar, para no ofender más a vuestro Amadísimo Hijo; lirio que cambia mi antigua forma de pensar; lirio que moldea mi vida, vida asistida por vos, vida enriquecida por vuestros sabios consejos, vida que ya no es la misma desde el mismo momento en que llegasteis a mí.
José castísimo: me sedujisteis con vuestra voz; voz que
retumbó en mi corazón, voz que abrió mis oídos a la
verdad, voz que destapó y corrió las cortinas de mis ojos;
ojos que no os podían ver, ojos que no os podían
contemplar; ojos que, aún, no se extasiaban de vuestra
hermosura.
José castísimo: no os apartéis jamás de mi lado. Deseo
aprender de vos, quiero andar los mismos caminos que
recorristeis, anhelo parecerme en algo a vos; aspiro
cultivar, con muchísimo esmero y suma dedicación el lirio
perfumado de la castidad. Lirio que hoy, día miércoles,
embellece mi alma; lirio que hoy, día miércoles, conduele
mi corazón porque reconozco que he fallado. Lirio que
hoy, día miércoles, se lleva el mal olor de mi corazón;
corazón que olía a mundo, a pecado; corazón arraigado a
placeres triviales, lisonjeros; corazón que necesitaba de
vuestras manos castísimas para ser purificado.
José castísimo: hoy mismo iré al Sacramento de los Ríos
de la Gracia. Ríos que limpiarán mi corazón de toda mancha, de cualquier imperfección. Río que correrá por
todo mi ser para dejarlo nuevo. Río que se llevará consigo
mi maleza, mis yerros, mis culpas.
José castísimo: fortaleced mi espíritu para no decaer, para no caminar hacia atrás.
José castísimo: impregnadme de vuestro delicado y suave
perfume; perfume de castidad, perfume de pureza, perfume de virginidad; virginidad penitente si por desgracia he caído.
José castísimo: ayudadme para que el lirio perfumado que
hoy habéis sembrado en mi corazón permanezca vivo, lúcido, fresco; haced que perdure para que juntos lo cuidemos en el jardín del cielo el día que mi corazón exhale su último suspiro.
José castísimo: quiero embriagarme con vuestro hálito de pureza, hálito que hará de mi cuerpo digna morada, morada en la que reside el Espíritu Santo.
3» Lirio Perfumado de la Prudencia
Autor: P. Ángel Peña O.A.R
San José dice:
Hijos míos: las puertas de mi carpintería están abiertas; os espero para derramar una nueva gracia, gracia que os dará Sabiduría. Sabiduría para que llevéis vuestra vida sin riesgo a perderos. Sabiduría para que hagáis de cada día una ofrenda de amor al Amor Santo y Divino.
Sabiduría para que no os equivoquéis en vuestras actuaciones y no erréis en vuestras decisiones. Sabiduría para que no colapséis en vuestros proyectos. Sabiduría para que no seáis repudiados por vuestros hermanos y reprobados por Dios. Sabiduría para que viváis felices consigo mismos y con los demás. Sabiduría para decir sin temor, sin titubeo: sí o no. Sabiduría para que seáis coherentes con vuestros pensamientos y actuaciones.
Hoy es miércoles Josefino, miércoles de encuentro de corazón a corazón, miércoles en que entráis a mi taller para aprender algo nuevo, miércoles en que recibiréis de mis manos purísimas otro lirio perfumado: el Lirio de la Prudencia. Lirio que os enseñará a callaros cuando sea el debido momento de silenciaros, de poner mordaza a vuestra boca o de hablar si es oportuno hacerlo.
Lirio que os irá encaminando a un encuentro personal con el Señor porque Él ama con predilección a las almas que se esfuerzan en asemejarse a Él; almas que le imitan en sus
heroicas y valiosas virtudes, virtudes que llevadas a la
praxis os hacen santas, cosecháis méritos para ganaros el
cielo.
Abrid, pues, vuestro corazón hijo mío, mirad la hermosura del lirio que sostengo en mis manos; acercaos a mí, oledlo suavemente para que quedéis extasiaos del Amor Divino porque fue Dios quien lo creó, es Dios quien recrea vuestra vista, es Dios quien os da la oportunidad de aspirar su exquisito aroma; aroma que os arroba y os levanta hacia el cielo; aroma que os muestra vuestras imprudencias y os da el tiempo para que rectifiquéis, para que os enmendéis en vuestras faltas y empecéis de nuevo.
Hijos queridos: hoy, otro lirio más planto en vuestro corazón. Lirio que florecerá si domáis vuestra lengua; lirio que invadirá de su exquisito perfume los ambientes en donde estéis si os proponéis ser prudentes; lirio que crecerá sano y frondoso si pensáis con vuestro espíritu sosegado aquello que pretendáis hacer.
Lirio que os ayudará a no cometer torpezas, a no lastimar, a no herir el corazón de vuestros hermanos. Lirio que os dará paz porque cuando se ora y se discierne, es mínima la
probabilidad del error. Vale la pena que no faltéis los días miércoles porque son días que aprenderéis a ser persona, son días de descarga emocional y de vaciamiento de corazón porque aquí en mi taller os mostraré las
herramientas que os elevan gradualmente a la santidad;
herramientas que si son bien trabajadas os dan perfección
en vuestras obras y por ende seréis aceptos a Dios.
Hijos míos: “dichoso el hombre que ha adquirido la
sabiduría, y es rico en prudencia; cuya adquisición vale
más que la de la plata; y sus frutos son más preciosos que
el oro acendrado. Es más apreciable que todas las
riquezas; y no pueden parangonarse con ella las cosas de
mayor estima. En su mano derecha trae la larga vida, y las
riquezas y la gloria en su izquierda. Sus caminos son
caminos deliciosos, y llenas de paz todas sus sendas. Es el árbol de la vida para los que echaren mano de ella; y
bienaventurado el que la tiene asida”,(Proverbios 3, 13-18).
Cultivad el lirio perfumado de la prudencia siendo
demasiado moderados en vuestro hablar y en vuestro
modo de comportaros. Nutríos de su savia y así vuestro
corazón estará exento de todo enojo, estará rebosado de la
paz; paz que suelen conservar las almas prudentes.
El alma dice:
José prudentísimo: el cielo os enriqueció con vuestras
adorables virtudes, virtudes que os hizo hombre del agrado de Dios, virtudes que os moldeó a semejanza de Nuestro Creador. Fuisteis dócil a su voz. Os movisteis por inspiración Divina.
Fuisteis alma privilegiada, ya que Dios os embelleció con sus dones dándoos gracias extraordinarias que a ningún ser sobre la faz de la tierra se las concedió; sólo en vos halló complacencias, sólo en vos encontró santidad, dignidad para ser esposo de su elegida y padre adoptivo de lo más Amado, su Único Hijo, Hijo que era descendido al mundo para pagar con su vida una deuda contraída por el pecado.
José prudentísimo: heme nuevamente en vuestro humilde
taller; permitidme tomar asiento en una de vuestras sillas
construidas por vuestras manos artesanales, manos que
trabajan a perfección la madera pero también labráis
armoniosamente el corazón de las almas; almas que no
temen acercaros a vos; almas que se sienten inseguras e
insatisfechas consigo mismas; almas que saben que las
cosas del mundo son triviales, caducas, pasajeras; almas
que quieren dejar huella; huella agradable, apacible; almas que añoran pasar como brisa suave por en medio de las creaturas sin estrépitos, sin ruidos.
José prudentísimo: trabajad mi corazón, talladlo, pulidlo
de tal modo que actúe con paz, con serenidad, con
equilibrio.
José prudentísimo: cómo no agradeceros si cada miércoles
sembráis en mi corazón un nuevo lirio; lirio que hace de
mi vida un vergel florecido; lirio que da hermosura a mi
alma, bonitura a mi espíritu porque sois vos quien lo
plantáis, sois vos el hijo amado del Padre Eterno, el único digno de ser padre adoptivo del Salvador que entrega en mis manos y deposita en mi corazón el lirio perfumado de la prudencia.
José prudentísimo: que habéis renovado mi vida con vuestra llegada, habéis transformado mis pensamientos con vuestros consejos, habéis dado nueva luz a mis ojos; ojos que ven de manera distinta, ojos que ven lo que antes no podía ver; habéis despertado mi espíritu a otro amanecer; amanecer amenizado por el trinar de los pájaros; amanecer salpicado de color; amanecer impregnado de vuestro perfume, fragancia que os hace único, especial; amanecer teñido de alegría porque estáis a mi lado alentándome a caminar, estáis a mi lado instándome a levantar mi mirada al cielo; cielo que me espera , cielo que prepara un espacio para mí, cielo en el que habitáis vos, cielo en el que os recreáis porque estáis con vuestro Hijo Jesús y con vuestra amadísima esposa.
José prudentísimo: concededme la gracia de cuidar este
preciosísimo lirio perfumado; lirio que dará paz y alegría
a mi corazón; lirio que impedirá que cometa torpezas;
lirio que hará de mí, alma prudente; alma que sepa actuar
con sabiduría, decoro; alma que irradie vuestra presencia
en mi vida.
José prudentísimo: concededme la gracia de saberos
corresponder a vuestro desvelo de amor. Os relegué la
mayor parte de mi vida, pasé indiferente frente a vuestra
presencia; poco me interesé en saber y conocer de vos.
Por mi ingratitud os pido mil y mil veces perdón. Cometí muchísimos errores; fui osado e imprudente en mis actuaciones pero hoy quiero ser renovado, ya no deseo ser el mismo de antes. Estáis muy cercano a mí cambiando el rumbo a mi vida, dándole sabor a mi existencia, dándole olor a mi corazón, corazón que huele a lirio fresco, lirio refinado, lirio exquisito.
5» Lirio Perfumado de la Fortaleza
San José dice:
Hijos míos: hoy es miércoles de alegría para cada uno de
mis devotos; miércoles de fiesta porque en mi taller
encontráis sabiduría que muchos libros no os dan. En mi
taller recibiréis perlas de oro fino que os dan gran riqueza espiritual; en mi taller, vuestros pensamientos son moldeados de acuerdo a los preceptos de Dios; en mi
taller bajaréis vuestra mirada y veréis vuestro corazón
desnudo, corazón aferrado a muchas de las cosas del
mundo; corazón, aún, débil en la fe; corazón pusilánime
para emprender la marcha por otro camino; corazón
temeroso de despojarse de arandelas, tapujos; adornos que
camuflan vuestra verdadera identidad.
Corazón que requiere ser fortalecido para los momentos de prueba, de crisis; momentos en que todo aparenta estar perdido: momentos de dolor, de llanto, de impotencia, de soledad.
En mi taller, hijos míos, recobraréis fuerzas y ánimo para
seguir luchando; ánimo para vencer obstáculos, quitar
barreras; ánimo para no dejaros amilanar en las
tempestades recias; ánimo para pasar por en medio del
fuego si fuese necesario; fuego que no os podrá quemar,
fuego que no arderá en vuestra piel porque estáis revestidos de la coraza de Dios; coraza que os hace
invencibles, fuertes, victoriosos; coraza que os hace
resistentes a los dardos del maligno; coraza que es escudo
frente a todo miedo.
En mi taller, hijos míos, os entregaré mi vara. Vara que
sostuve en mis manos cuando los sacerdotes pedían una señal del cielo; vara que os servirá como báculo, soporte;
vara que será como bastón en vuestros viajes, en vuestro
ir y venir de vuestra vida.
En mi taller, hijos míos, perderéis el miedo para enfrentar vuestros problemas cotidianos; recibiréis luces del cielo para que salgáis airosos en vuestras dificultades, en vuestros embrollos.
En mi taller, hijos míos, recibiréis el lirio perfumado de la fortaleza. Lirio que se llevará vuestra cobardía para que asumáis con entereza los ataviares de vuestra vida.
Lirio que fortalecerá vuestro carácter para que obtengáis
templanza en vuestras pruebas. Lirio que fortificará
sutilmente vuestro espíritu para que no vociferéis, no
reneguéis cuando seáis probados; probados para ser
refinados; probados para ser acrisolados, purificados;
probados para que os ganéis el cielo; cielo abierto para las almas valerosas, almas guerreras de Dios que supieron
batallar, vencer al enemigo.
Abrid, hijo amado, vuestro corazón que procederé a sembrar este esbelto lirio; lirio que os perfumará, de la fragancia del Señor, todo vuestro ser. Lirio que os llevará a arriesgarlo todo, a dejarlo todo por el Todo.
Lirio que es arma del cielo, arma que aniquilará, destruirá a los amigos del mal, arma que os mostrará como a hijos de Dios con temple, fuerza; hijos a los que nadie les hará daño porque están revestidos de la coraza celestial. Coraza que os hace inmunes frente a todo ataque u hostigamiento.
Mirad, pues, que hoy os llamo a permanecer fortalecidos
en el Señor, a dejar atrás vuestros miedos. Recordad que
el amor echa afuera el temor; os llamo a no rendiros, a no
dejaros vencer; os llamo a que superéis cualquier obstáculo. Con Dios a vuestro lado, con Dios en medio
podréis saltar vallas, podréis derribar muros.
Hijos amados: proteged mi lirio perfumado con la oración; oración que debéis hacer desde lo más profundo de vuestro corazón; oración confiada, oración sentida, oración en la que pidáis al Señor muchísima fuerza para no mirar hacia atrás, para no amilanaros en la mitad del camino; camino que, aún, os falta algo por recorrer, camino cercano a las puertas del cielo.
Mi lirio perfumado de la fortaleza os hace guerreros
valientes de Cristo. Cultivadlo, podadlo, abonadlo.
El alma dice:
José fortísimo: gracias por saetar mi corazón con vuestro
amor. Amor que hace que llegue a vos, los días miércoles;
días en que las puertas de vuestro taller se hallan abiertas; abiertas para que todas las almas necesitadas de vuestros auxilios Divinos acudan a vos. Almas que esperan ser abrazadas, consoladas, alentadas; almas que se sienten
solas sin una compañía que les brinde apoyo, seguridad.
José fortísimo: hoy he venido a entregaros mis miedos,
mis temores; soy débil, flaco en mi fe; necesito que, vos
padre adoptivo de Jesús, me ayudéis a levantar, a caminar
sin riesgos de caer o de tropezar.
José fortísimo: Dios os revistió de coraje, de fuerza para
proteger a su Hijo y a la Madre del Salvador; supiste
sortear todo tipo de peligros; los defendisteis, os sentías seguro porque llevabais a Dios en vuestro corazón;
hicisteis de Él vuestro refugio, vuestra fortaleza.
San José: concededme la gracia de sentirme fuerte; fuerte
para batallar, guerrear contra los espíritus del mal; fuerte para saber vencer tentaciones; fuerte para rechazar todo tipo de pecado; fuerte para no dejarme arrastrar por
cualquier viento de doctrina; fuerte para defender mi fe,
mis principios; fuerte para no decaer ante las dificultades; fuerte para levantarme si por desgracia caigo.
Sé que en vuestro corazón hay un deseo fuerte de hacerme
santo, un firme propósito de sustraerme del mundo, por
eso me educáis en la fe, me formáis para que no sucumba
en el error; error que es nefasto para quien ha caído en él.
Estoy dispuesto en seguir vuestro camino, camino que me
conduce al Padre y por ende al Hijo; camino de renuncias,
de sacrificios; camino embellecido de rosas; rosas que
clavan sus espinas en mi corazón, pero emprendo la ruta;
ruta que me lleva a la consecución del premio que se me
tiene prometido.
Heme aquí con las puertas de mi corazón abiertas, corazón que ansiosamente espera que llegue el momento en que sembréis el lirio perfumado de la fortaleza. Lirio que cambiará mi vida. Lirio que hará de mí un ser nuevo, lirio que me empujará a lanzarme al encuentro con Dios Padre. Padre que ceñirá en mi dedo un anillo como pago a
mis renuncias. Padre que calzará mis pies con las sandalias del vencimiento para mí mismo. Padre que quitará de mi cuerpo los andrajos del pecado para vestirme con trajes de gracia. Padre que extenderá sus brazos para estrecharme en su seno Paterno. Padre que llora cuando uno de sus hijos se extravía de su camino.
Amado San José: vos que estáis fortalecido por la gracia de Dios, ayudadme para que sepa llegar a la meta, para que el cansancio y el desaliento no sean obstáculos en mi caminar, para que siempre mire hacia el cielo anhelando habitar en una de sus moradas, para que obre siempre según el Santo Querer de Dios.
San José: vos que sois modelo insigne de fortaleza, enseñadme la forma de cuidar el lirio perfumado de la fortaleza que habéis sembrado en mi corazón, temo que se marchite, temo que pierda su tenue y exquisita fragancia, temo que su colorido se vaya destiñendo hasta quedar una vara seca.
Me moriría de dolor, dejar que uno de vuestros lirios pierdan su vida porque es desmembrar partes de vuestro ser, ya que son las mismas virtudes que os adornan, las mismas gracias que concedéis a mi pobre corazón; corazón que, hoy día miércoles, ha sido embellecido; corazón que ha sido rebosado con vuestro puro y casto amor; corazón que posee el más bello jardín; corazón que empieza a oler a santidad, a cielo.
Regreso feliz a mis ocupaciones diarias porque un lirio perfumado más, acicala mi vida espiritual.
Primer domingo.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.
Segundo domingo.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.
Tercer domingo.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.
Cuarto domingo.
ACTO DE
CONTRICIÓN
para todos los domingos.
Quinto domingo.
ACTO DE
CONTRICIÓN
para todos los domingos.
Sexto domingo.
ACTO DE
CONTRICIÓN
para todos los domingos.
SEPTIMO Domingo.
ACTO DE
CONTRICIÓN
para todos los domingos.
NOVENA A SAN JOSÉ (MEDITACIONES DE SUS VIRTUDES)
La novena en honor a San José se inicia el día 10 de marzo y termina el día 18 de marzo, anterior al día de su fiesta, el 19 de marzo.
Esta es la fecha principal para rezar a San José, pero, por tratarse de una Novena, puedes iniciarla en cualquier momento del año para pedir al Santo Patriarca una Gracia que necesites. Incluso, puedes rezar la Novena varias veces al año.
Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos señor Dios nuestro. Amén
OFRECIMIENTO
A ti, glorioso San José, ofrezco esta novena en alabanza y gloria de Jesús y de María, para que seas mi luz y guía, mi protección y defensa, mi fortaleza y alegría en todos mis trabajos y tribulaciones y, principalmente, en la hora de la agonía.
En el nombre de Jesús, por la gloria de María, imploro tu poderoso patrocinio, para que me des la gracia que tanto deseo. Habla a mi favor, defiende mi causa en el cielo, y en la tierra alegra mi alma, para honra y gloria tuya, de Jesús y de María, así sea.
ORACIÓN INICIAL
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas un solo Dios verdadero, en quien creo y espero y a quien amo con todo mi corazón.Te doy gracias por haber honrado sobre todos los santos a San José con la dignidad incomparable de padre adoptivo de Jesús, Hijo de Dios, y esposo verdadero de María, Madre de Dios. Ayúdame a honrarle y merecer su protección en vida y en la hora de la muerte.
San José patrón de la Iglesia, jefe de la Sagrada Familia, te elijo por padre y protector en todo peligro y en toda necesidad. Descubre a mi alma la pureza de tu corazón, tu santidad para que la imite y tu amor para agradecerte y corresponderte. Enséñame a orar, tú que eres maestro de oración y alcánzame de Jesús por María la gracia de vivir y morir santamente. Amén.
MEDITACIONES PARA CADA DÍA
Primer Día: LA FE DE SAN JOSÉ
La fe es una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone. Es la virtud sobre la que se apoyan todas las demás virtudes, pues sin ella no participamos de la vida de la gracia. San José creyó con una fe tan viva que sólo la Santísima Virgen pudo aventajarlo. Toda su vida fue verdaderamente una vida de fe, un acto continuo de fe.
Segundo Día: EL FERVOR DE SAN JOSÉ
El fervor es la prontitud de la voluntad en el servicio de Dios. San José, siervo bueno y fiel, siempre vivió y trabajó por hacer con perfección y diligencia la voluntad de Dios, aunque le ocasionara grandes sacrificios. Los que aman como San José están dispuestos a sacrificar todo cuanto el Señor les pida.
Tercer Día: EL AMOR DE SAN JOSÉ AL PRÓJIMO
El amor con que amamos a Dios y el amor con que amamos al prójimo es un solo amor: son dos ramas de una misma raíz porque si al prójimo no le amamos por Dios y con Dios no le amamos con amor verdadero.
El amor de San José a Dios es el mayor que se puede encontrar después de la Virgen María; su amor al prójimo, por tanto, es también el mayor después del de la reina del Cielo.
Cuarto Día: LA PRUDENCIA DE SAN JOSÉ
La prudencia es al virtud que dirige todas las cosas a buen fin. Ninguna virtud obra sin que ella le ordene el modo y el tiempo en que debe hacerlo. La prudencia sirvió de guía a san José para llevar a cabo felizmente la misión del Señor de ser custodio de Jesús y esposo de María, a pesar de los grandes trabajos y contradicciones que halló a su paso.
Quinto Día: LA FORTALEZA DE SAN JOSÉ
La fortaleza es una firmeza de ánimo, una presencia de espíritu, contra todos los males y contrariedades. La vida de San José, después de la de Jesús y María, fue la que mayores contradicciones experimentó; debía ser también varón fuerte. Belén, Nazaret, Egipto, demostraron el heroísmo de la fortaleza del Santo, que sufrió con constancia todos los dolores y trabajos de su vida.
Sexto Día: LA PUREZA DE SAN JOSÉ
San José fue custodio de Cristo Jesús, y verdadero esposo de la más pura criatura, María Madre de Dios. San José apareció a los ojos de Dios adornado con tanta pureza que el Señor le confió sus más grandes tesoros. Con este ejemplo sublime de pureza. ¿No nos animaremos a ser puros en pensamientos, palabras y obras?
Séptimo Día: LA POBREZA DE SAN JOSÉ
Bienaventurados son los pobres de Cristo, que viven desprendidos de los bienes de este mundo y dan a sus hermanos aún de lo preciso. San José tenía ante sí el ejemplo de María y el ejemplo de Jesús, hijo de Dios, que para predicar el desprendimiento y amor a la pobreza se hizo pobre, teniendo por cuna un pesebre en su nacimiento. Vivió pobre San José y dio de su pobreza a los más necesitados.
Octavo Día: LA PACIENCIA DE SAN JOSÉ
Es esta una virtud que nos hace sobrellevar con alegría y paz todos los males de la vida por amor de Dios. Es necesaria la paciencia para alcanzar el cielo; y no hay virtud de más frecuente ejercicio desde que existe el pecado. En la vida de san José hubo muchas penas pero él padeció con paz, con alegría y completamente resignado a la voluntad de Dios.
Noveno Día: LA CONFORMIDAD DE SAN JOSÉ CON LA VOLUNTAD DE DIOS
Todos tenemos absoluta necesidad de esta santa virtud, pues con ella nuestra vida se hace un cielo y sin ella se vuelve un infierno. San José, modelo acabado de todas las virtudes, lo es especialmente de la conformidad con la voluntad de Dios. Toda su vida sembrada de alegrías y de penas, es escogido por Dios Padre para que hiciese sus veces en la Sagrada Familia, asociado a la suerte de Jesús y de María, practicó constantemente esta virtud.
ORACIÓN FINAL
¡Acuérdate! Oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío San José que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado tu protección e implorado tu auxilio, haya quedado sin consuelo! Animado con esta confianza, vengo a tu presencia y me recomiendo fervorosamente a tu bondad. No desatiendas mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acógelas propicio y dígnate socorrerme con piedad. Amén.
San José, Protector y Padre de Jesús, de la Iglesia, de mi alma, a tu patrocinio recurro.
San José, ruega e intercede por nosotros. Amén.
Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos señor Dios nuestro. Amén