Cada 1 de mayo, la Iglesia Católica celebra la fiesta de San
José Obrero, Padre y Custodio del Señor, a quien hoy recordamos como "Patrono de los trabajadores".
San José conoció muy bien el mundo del trabajo: fue carpintero, y con su sudor procuró el sustento diario para su familia, la Sagrada Familia.
Día mundial del trabajo
La fiesta de San José Obrero coincide con el "Día Internacional de los Trabajadores", llamado en ciertos lugares simplemente "Primero de Mayo", en el que se conmemora la fundación del
movimiento obrero mundial, Día Mundial del Trabajo.
El Venerable Papa Pío XII instituyó la fiesta de San José Obrero en 1955, en presencia de un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
El Santo Padre pidió en esa oportunidad que "el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido
guardián de vosotros y de vuestras familias".
Pío XII quiso también que el Custodio de la Sagrada Familia "sea, para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para la tutela y defensa en las
penalidades y en los riesgos del trabajo".
Santidad y trabajo
Por su parte, San Juan Pablo II, en su encíclica "Laborem exercens", sobre el trabajo humano, destacaba que "mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza
adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido 'se hace más hombre'".
Con estas palabras, el Papa Peregrino subrayaba entre líneas la importancia de San José en la comprensión y santificación del trabajo, es decir, cómo la figura del padre adoptivo
de Jesús es inspiración, ejemplo y compañía en el camino que los seres humanos recorremos para santificarnos y realizarnos, a través del trabajo concreto que toque desempeñar.
Posteriormente, durante el Jubileo de los Trabajadores del año 2000, el Papa polaco añadiría:
"Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una
sociedad que respete al hombre y su trabajo… El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más
vasta y de un orden más humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo técnico".
San José, poderoso intercesor en las dificultades laborales
San José es modelo e inspiración para todo ser humano que desea asumir el trabajo desde una perspectiva espiritual. En ese sentido, el trabajo debe ser siempre una actividad
auténticamente humana, que brinde realización y satisfacción al corazón humano y no sea solo medio para producir "cosas".
Sin su sentido sobrenatural, el trabajo se convierte en ocasión de nuevas esclavitudes, instrumentalización o manipulación. Por eso, como San José, cada persona que trabaja o da
trabajo debe mirar al Cielo y trascender lo puramente material, que siendo importante no agota todo. Es Dios quien corona todo esfuerzo en búsqueda del bien común y la plenitud.
San José, obrero y trabajador, es poderoso intercesor frente a la injusticia, auxilio para que no falte lo necesario y asistencia para quienes están desempleados o en búsqueda de
un nuevo empleo.
Hoy la Iglesia recuerda, en el día de los trabajadores, a san José, obrero.
Pablo VI se ha expresado al respecto: "Vosotros, los hijos del trabajo, que durante siglos habéis sido los esclavos de la labor, buscad a aquel que declara que la vida es sagrada,
que el obrero es libre de las cadenas que la primacía del materialismo y del egoísmo económico ha soldado no sólo en torno de los puños de los trabajadores, sino en torno de su
corazón y de su espíritu... Buscad un principio, una razón que haga a los hombres iguales, solidarios entre sí, y que les devuelva la fraternidad. Y ello no en el odio contra
otros hombres... Ya que todos viven en una comunidad natural, que traten de formar una sociedad humana y que sientan la grandeza de ser un pueblo".
El mundo humano es el mundo del trabajo, hecho por la inteligencia, a través de las manos que en medio de la naturaleza señalaron el camino del progreso y la cultura. Dios
concedió manos a otras especies, pero sólo a la mano del hombre le dio el carácter de herramienta. Toda la técnica sobre la cual se asienta la civilización es prolongación de esa
mano que Dios otorgó al hombre.
Hoy celebramos al padre nutricio de Jesús, justo y humilde carpintero de Nazaret, que pasa la vida no sólo en la meditación y la oración, sino también en las fatigas de su
artesanía. José es el símbolo de la prudencia, del silencio, de la generosidad, de la dignidad y de la aplicación en el trabajo; también lo es de los derechos y de los deberes
respecto del trabajo.
San José fue un auténtico obrero en el pleno sentido de la palabra, y el único hombre que compartió con el Hijo de Dios la tarea de todos los días.
Recordamos hoy a todos los trabajadores de nuestra patria y del mundo, pidiendo al cielo para que sean instrumento de paz, de evangelización, de serena inteligencia, de valor y de
confianza en sí mismos, de esperanzas de bien y de fervientes voluntad, dignos y sin retaceos en la hermandad de los hombres. Hoy la Iglesia recuerda, en el día de los
trabajadores, a san José, obrero.
Juan Pablo II enseña que los hombres descubren pronto la cruz en su trabajo; precisamente por ello el esfuerzo humano es redentor, pues Cristo lo ha unido a su pasión: también él
fue obrero y predicó su evangelio del trabajo conociendo íntimamente esta realidad que tiene por protagonistas a todos los hombres y mujeres del mundo.
Artesano y trabajador,
oh humildísimo José,
las clases obreras debieran mirarte
como especial patrón y modelo suyo
las clases trabajadoras de nuestros días.
Como ellas ganaste pan con el sudor de tu frente,
y endureciste las manos manejando la tosca herramienta.
Las muchedumbres obreras de hoy
desdeñan mirarse en ti,
por seguir siniestros ideales
con que trastornan su cabeza mentirosos redentores.
Por ellas y por su suerte,
y por la eficaz restauración de sus derechos en Cristo se interesa,
más que la Liberación embustera,
la Iglesia de Dios.
Ruega, Santo obrero,
por esas clases desheredadas
¡ay! En tu Hijo,
de las esperanzas del cielo
y de los consuelos de la resignación.
Pide por ellas a Jesús,
tu compañero de taller,
gloriosísimo San José. Amén.
Jeremías,
Santo
Jeremías,
Santo
Profeta, Mayo
1
Etimológicamente significa Dios me levanta. Viene de la lengua hebrea.
Vivió en el año 566 antes de Cristo. Este profeta es uno de los llamados grandes por la extensión de sus escritos. Dios se vale
de personas en cada tiempo para hacer el bien y para dar a conocer la buena noticia que viene del cielo.
El vivía feliz con sus padres en una aldea cercana a Jerusalén. De pronto el Señor irrumpió en su vida y le trastornó todos sus
planes. Al principio se opuso indicándole que era muy joven y que, además, era tartamudo.
Ante estas palabras, Dios le dijo:" No digas que eres demasiado joven o demasiado débil, porque yo iré contigo y te ayudaré".
Le tocó predicar en tiempos difíciles en los que reinaron varios reyes. Profetizó acerca de la destrucción que sufriría Jerusalén. Ante profecías como ésta, alguna gente reaccionaba en contra
suya apedreándolo o expulsándolo a otros lugares o naciones.
Entre tanta pena tuvo el consuelo de que el rey Josías lo entendió y le ayudó en suscitar o restaurar la religiosidad del
pueblo elegido por Dios, Israel. Otros reyes, sin embargo, le hicieron la vida imposible.
Jeremías, a pesar de su juventud, no tenía pelillos en la lengua para decir las verdades a cualquiera. Cosa que también ocurre
con los mártires y profetas de este siglo XXI y del recién acabado XX.
Hubo reyes que se permitieron el lujo de quemarle sus escritos proféticos. Otros lo encarcelaban y le amenazaban con darle
muerte si no se callaba.
Estando en estas circunstancias, el Señor que nunca defrauda a nadie que se fíe de él, le dijo estas palabras:" Te haré fuerte
como el diamante si no te acobardas. Pero si te dejas llevar por el miedo, me apartaré de ti".
Estas palabras le animaron a proseguir en su labor apostólica. Sentía en sus carnes que parte del pueblo y sus gobernantes
pasaban de él. "Señor, todos se burlan de mí. Cuando voy por las calles se ríen y y dicen: Allá va el de las malas noticias". Eran los desahogos del profeta ante Dios.
Jeremías debio nacer entre los años 650 y 645, por tanto, tendría unos 20 años cuando fue llamado al ministerio profético, acontecimiento que tuvo lugar el año 13° del reinado de Josías, rey
de Judá (640-609), es decir, el 627/626 (Jr 1,2). El relato de misión (Jr 1,6) confirma que Jeremías era joven cuando oyó la llamada de Dios:
«Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá,
en el año trece de su reinado,[...] Yo dije: "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho." Y me dijo Yahveh: No digas: "Soy un muchacho", pues adondequiera que yo te
envíe irás, y todo lo que te mande dirás.» (Jr 1,1-2.6)
El niño Jeremías pertenece a una familia establecida en Anatot, una aldea situada a 6 km al nordeste de Jerusalén. Reside por tanto en el territorio de la tribu de Benjamín, tribu que se
consideraba como ligada al Israel del Norte en la época de Jeremías; Anatot dependía, sin embargo, de la administración real de Jerusalén. De todas formas, antes que en Jerusalén, Jeremías
tiene sus raíces proféticas en su territorio benjaminita. El Reino del Norte (es decir, Israel) había caído hacia ya casi un siglo, en el 721; ya sólo quedaba Judá, el Reino del Sur. Sin
embargo, Jeremías, como posiblemente muchos otros hombres piadosos, aguardaba la reconstrucción de Israel, aguardaba la vuelta al antiguo esplendor. La primera predicación del profeta -que
acusa la influencia del estilo de Oseas- se dirige, pues, hacia estas aspiraciones del Norte; está representada en los capítulos 2 a 6 y 30-31, y ocurre en los primeros años de su ministerio,
a partir del 627.
En esos mismos años, con centro en el año 620, se realiza la importantísima Reforma de Josías, que conocemos por muchos aspectos, pero fundamentalmente porque su programa de purificación
religiosa y política quedó expresado en el libro del Deuteronomio. Jeremías conoce la reforma de Josías, y está imbuido de su espíritu, está en consonancia con su programa de vuelta a la
fidelidad de la Alianza. No es posible saber cuándo llegó Jeremías a Jerusalén, pero está claro que estaba allí ya cuando la reforma se ponía en marcha, e incluso tuvo dificultades con las
autoridades religiosas por un discurso profético que pronunció ante el templo (capítulo 7), que representaba en ese momento para la conciencia común una garantía que ataba más a Yahvé con su
pueblo, que al pueblo con Yahvé.
¿Era Jeremías sacerdote? El comienzo del libro indica claramente una flliación sacerdotal cuando presenta a Jeremías como «hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot» (Jr 1, 1) Salomón
había asignado la residencia del sacerdote Abiatar en Anatot por haber apoyado el partido de Adonías (1Re 2,26-27 cf 1Re 1,7) Es una hipótesis aceptable suponer que se había conservado la
memoria de esta ascendencia, y se observará que Anatot es una ciudad levítica segun Jos 21,18. Aunque por supuesto, que su padre fuera sacerdote, no indica que Jeremías le sucediera en sus
funciones sacerdotales. ¿Afectó la reforma religiosa de Josías a estos sacerdotes de provincias? Aunque no puede probarse, quizás cuando Jeremías llegó a Jerusalén fue testigo de la negativa
que opusieron los sacerdotes del templo jerosolimitano a dejar sitio a los sirvientes de los santuarios locales.
Jeremías no es un hombre de ciudad sino de campo, ha aprendido a observar a las gentes y las cosas. Su predicación denota ese contacto cotidiano con la vida de una aldea cuyos habitantes
viven de la tierra, de ahí su afición a las comparaciones sacadas de la naturaleza y del curso de las estaciones: Jeremías observa el almendro -el «alertador» según el sentido de la palabra
hebrea- el primer árbol que se cubre de flores para anunciar la primavera (Jr 1,11); conoce las costumbres de los pájaros, las de la perdiz (17,11), la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la
grulla (8,7); conoce el valor del agua para las personas, los animales y la tierra (14,3-6), y el cuidado que hay que tener con la cisterna para que no pierda agua (cf 2,13); ha visto plantar
viñas con la esperanza de fruto que pone en ellas el labrador (2,21) Estas observaciones y otras que se pueden deducir de la lectura del libro revelan un temperamento meditativo ya que son
las cosas mas sencillas las que le hablan de Dios y de su acción. Este hombre sencillo y delicado es al que Dios llama al ministerio profético. Siguiendo esta llamada Jeremías va poco a poco
descubriendo que la palabra de Dios que se le ha encargado transmitir es objeto de burla para mucha gente (6,10), y que cada vez se le va haciendo más dura de llevar.
Tal como nos han dejado testimoniado otros profetas -como Elías-, también Jeremías atravesó una fuerte crisis de misión, una verdadera crisis vocacional en la que percibe claramente que a
pesar de llevar consigo la Palabra de Yahvé, esa palabra, en esas circunstancias históricas concretas, son de juicio y perdición, son amargas, 15,15ss. Esta época coincide con lo que resulta
la segunda etapa de su predicación, en tiempos del rey Joaquín, que retrocede en la tarea de reforma de su antecesor. Los capítulos de Jeremías 7 al 20 dan cuenta de este período. Los textos
de esta sección están entretejidos de expresiones muy personales:
«Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: "¡Atropello!", y
para gritar: "¡Expolio!". La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: "No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre." Pero había en mi corazón algo así
como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía.» (20,7-9)
Esta etapa culmina con el primer asedio a Jerusalén, en el 597. El cambio de rey un año antes, no ha cambiado la errada política de Judá. El profeta insta a no resistir a Babilonia, a no
confiar en Egipto, pero la política del rey Sedecías es exactamente la opuesta. El profeta recurre, como había ya ocurrido en otros tiempos de la tradición profética, no sólo a la predicación
verbal, sino al gesto profético, a la acción simbólica; por ejemplo, cap. 27. Toda la última etapa de su predicación, coincidente con el reinado de Sedecías. va mostrando cada vez más lo
ineluctable del castigo que Yahvé traerá sobre Jerusalén, hasta que el profeta sea testigo de la caída de Jerusalén en el 587 y el inicio del cautiverio babilónico. Lo que sabemos de su
destino posterior, que proviene del propio libro, es que en principio no marchó hacia Babilonia como desterrado, sino que permaneció en Judá, pero con el asesinato del legado babilónico,
Godolías, quedó obligado a exiliarse en Egipto (caps. 40-43), donde ya su rastro se nos pierde.
Ya en epoca judía se ha visto en Jeremías el modelo del siervo sufriente del que hablan los oráculos de Isaías. Cuánto más en la predicación cristiana Jeremías ha sido visto él mismo -no sólo
sus palabras- como una profecía de Cristo.
En cuanto al libro, es el resultado de un proceso editorial complejo, donde se mezclan dos recensiones distintas -la hebrea y la griega-, y no presenta los oráculos en orden cronológico.
Ademas de la transcripción -siempre enriquecida con relecturas- de la predicación oral, que se le atribuye a su secretario Baruc, el libro contiene también oráculos reelaborados con
posterioridad a la vida de profeta, así como fragmentos biográficos escritos por Baruc, o gente del entorno de la escuela del profeta.
No soy propiamente hablando autor de este escrito, he glosado la introducción al libro de Jeremías en el Cuaderno Bíblico Verbo Divino nº 40, de Jacques
Briend: «El libro de Jeremías», en menor medida he tomado datos de la Introducción al profeta, de Güy P. Couturier, C.S.C., en «Comentario Bíblico San Jerónimo», Cristiandad
¡Oh Divina Providencia, ¡Concédeme tu clemencia y tu infinita bondad! Arrodillado a tus plantas, a Ti caridad portento. Te pido para los míos casa, vestido y sustento. Concédeles la salud,
llévalos por buen camino. Que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino. Tú eres toda mi esperanza. Tú eres el consuelo. En lo que a mi mente alcanza, en Ti creo, en Ti espero y en. Ti
confió. , Divina Providencia se extiende a cada momento. Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano:
míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado.
Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus
bendiciones y favores.
Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo
honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado.
Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde
recíbenos en la eternidad
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falte tu gracia, salud, casa, vestido y sustento.
Encomendamos a tu Providencia Divina a todos los Enfermos dales la salud. Te rogamos por todos los Agonizantes, no permitas que mueran sin tu auxilio.
Ten Misericordia, Oh Providencia Divina, de todas las almas del Purgatorio, en especial de nuestros familiares, Bienhechores y amigos, haz que pronto gocen de la felicidad eterna.
Te pedimos por todos los que Viajan, haz que regresen felices a sus hogares.
Te pedimos que concedas el Arrepentimiento a los que viven en pecado por todos los que se encuentran agobiados por las aflicciones o sufren calumnias o se encuentran
perseguidos, te rogamos no les niegues tu ayuda, haz que se sientan protegidos y consolados por tú Providencia Divina.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te pedimos humildemente que te compadezcas de todos los que no tienen Trabajo, mira sus necesidades, dales tu ayuda.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por todos los que no tienen Hogar, concédeles un techo que los cobije.
Te suplicamos en favor de todos los que padecen Hambre, dales el pan que los alimente.
Te rogamos también por todas las Viudas y todos los Huérfanos, se Tú, Providencia Divina, su amparo y su consuelo.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh
Providencia Divina! Te rogamos por nosotros mismos, Divina Providencia que conoces lo más íntimo de nuestros corazones, tú que conoces todas nuestras necesidades, de nuestros males espirituales y
temporales, por eso humildemente y con toda confianza, te pedimos que vengas en nuestro auxilio, líbranos de las tentaciones y las acechanzas del demonio, líbranos de todos aquellos que quieran
ocasionarnos algún mal;
Te rogamos Oh Providencia Divina que bendigas nuestro hogar, que bendigas nuestro trabajo, y que nunca nos falte tu protección y amparo en todos los días de nuestra vida.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento ni los Santos Sacramentos en el ultimo momento.(3 vcs)
Omnipotente y sempiterno Dios
que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad
en la confesión de la verdadera fe,
y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad;
te rogamos que por la firmeza de esta misma fe,
y por Cristo nuestro Señor,
nos libres siempre de todas las adversidades,
te pedimos que nunca nos falte Tu Divina Providencia.
Dios y Señor Nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene
para el bien de nuestra alma
y el bienestar de nuestro cuerpo.
Haz que en toda nuestra vida
busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo.
Haz que no nos falte un buen trabajo,
un techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día,
haz que nuestras vidas estén bendecidas
por tu misericordia, por tu eterna bondad,
en especial concédenos asistencia
cuando nos veamos afligidos
y las carencias y los problemas nos agobien,
que no nos falte tu Divina Providencia en:
(solicitar con gran fe y esperanza lo que se necesita).
Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.
Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración para ganar la Indulgencia del "Perdón de Asís"
¡Santísimo Señor Jesucristo!, creo que estás presente en este santo templo franciscano y de manera especial en el Sagrario. Te adoro con todo mi corazón; me arrepiento sinceramente de todos mis
pecados y con tu amorosa ayuda me propongo no volver a pecar. Te suplico, me concedas la gracia de ganar la santa Indulgencia Plenaria de la Porciúncula o Perdón de Asís, que tú mismo concediste
a tu humilde siervo San Francisco de Asís, por la súplica maternal de tu Madre Santísima y que quiero ganar por mí y por (se dice el nombre del difunto).
Te ruego por las intenciones del Papa Francisco, para que siga confirmando en la fe a sus hermanos bautizados y podamos seguirte como discípulos misioneros. Te suplico por la Iglesia, medio por
el que concedes tus favores, para que siga construyendo tu Reino de paz, justicia y amor. Te pido por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Y tú, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Ángeles, suplica ante tu amado Hijo por mí, ayúdame a seguir tu maternal consejo: hacer lo que Él me dice que haga.
San José, bondadoso y prudente, esposo fiel y padre ejemplar, protégeme. Santos Ángeles, Apóstoles Pedro y Pablo, seráfico y glorioso San Francisco de Asís y todos los Bienaventurados del cielo,
rueguen por mí y por el fiel difunto por el que he orado en este día tan especial. Amén.
Cada año todos los fieles que visiten una iglesia franciscana
en cualquier lugar del mundo desde el mediodía de hoy, 1 de agosto, y todo el 2 de agosto, podrán obtener la llamada indulgencia plenaria de la Porciúncula.
Este don requiere además las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
En declaraciones para ACI Prensa, el Hno. Gonzalo Cateriano, exprovincial de los Franciscanos Capuchinos en el Perú, resaltó el "gran deseo de San Francisco de Asís de que todas las almas se
salven" y que los fieles "con piedad y devoción" reciban la indulgencia cumpliendo las disposiciones de la Iglesia.
Señaló además que "antiguamente era muy difícil que la Iglesia conceda indulgencias" ya que solo se obtenían en peregrinación a algunos lugares como Tierra Santa, por tanto es un gran regalo que San Francisco
obtuvo por su amor a las almas.
"Ahora el Perdón de Asis se puede obtener en todas las iglesias franciscanas del mundo desde la víspera de la fiesta central" e invitó que todas las personas se acerquen para recibirla.
La concesión de la Indulgencia de la Porciúncula se dio en 1216, cuando San Francisco partió para Perusa junto al hermano Maseo para ver al Papa Honorio III, luego que una noche anterior el mismo
Cristo y la Virgen rodeados de ángeles se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles en Asís.
En este aparición, el santo le pidió al Señor le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de María de los Ángeles. El Señor aceptó y le
ordenó que se dirigiese a Perusa, para obtener del Papa el favor deseado. El Santo Padre concedió la gracia.
En 1966 el Papa Pablo VI publicó la Carta Apostólica "Sacrosancta Portiunculae ecclesia" con ocasión del 750º aniversario de la concesión de la indulgencia de la Porciúncula, donde expresó que
"la institución de esta indulgencia sea celebrado de manera que verdaderamente la Porciúncula sea aquel lugar santo donde se consigue el perdón total y se hace estable la paz con Dios".
Además refiriéndose a las peregrinaciones que los fieles realizan hacia el lugar, indicó que "quiera Dios que la peregrinación, transmitida durante siglos, a la iglesia de la Porciúncula, que
Nuestro mismo Predecesor Juan XXIII emprendió con ánimo piadoso, no termine sino que más bien crezca continuamente la multitud de los fieles que acuden aquí al encuentro con Cristo rico en
misericordia y con su Madre, que intercede siempre ante él".
La pequeña iglesia conocida como Porciúncula que San Francisco de Asís dedicó a Santa María de los Ángeles, se encuentra dentro de la gran Basílica que lleva el mismo nombre de esta advocación
mariana. La Basílica data de los siglos XVI y XVII.
Esta iglesia fue la segunda morada del santo y de sus primeros hermanos, así como el lugar donde la tarde del 3 de octubre de 1226, San Francisco falleció. Aquí también el Domingo de Ramos de 1211 San Francisco recibió la consagración de Santa Clara, dando origen a las
clarisas.
Indulgencia de
la Porciúncula: el Perdón de Asís Francisco, repara mi
Iglesia
Desde el 1 de agosto al
mediodía hasta la medianoche del día 2, se pueden obtener también por los difuntos, visitando una iglesia parroquial o franciscana
En una
noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya
era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el
jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan
penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento
de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero.
Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde
entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Angeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía,
ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos,
Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante
arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido
al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te
ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e
indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a
Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse,
ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a
los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le
conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora
Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo
recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa
iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de
indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inoceno III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo
no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra
manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo
compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En
presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la
indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus
pecados».
Jesús y
María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de
luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los
pecados.
Mas
tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas
famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa
Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae
aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado
«Indulgencia de la Porciúncula».
Condiciones para obtener la indulgencia
El
Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la Porciúncula, escucha la oración de
tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al
Amor. Tus ojos, llenos de ternura, nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en
su socorro. Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad para
que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso, dándonos aquella paz serena
que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula, donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de alegría, como el canto de tus Ángeles y del
Seráfico Francisco. Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la
muerte.
Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas, con el mismo gesto materno, a los inocentes
y a los culpables, a los fieles y a los extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad, para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos,
encuentren, en el Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.