El primer día de abril, la Iglesia Católica recuerda a San Hugo de Grenoble (Francia), conocido también como San Hugo de Châteauneuf, quien fuera primero canónigo de la ciudad de Valence, y después obispo de Grenoble por más de medio siglo, entre 1080 y 1132.
San Hugo fue un ferviente defensor de la reforma gregoriana, un hombre con una fuerte inclinación a la vida monástica, pero cuyo amor a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, lo condujo al servicio pastoral, al que se dedicó con ahínco. Hugo de Châteauneuf fue canonizado en 1134 por el Papa Inocencio II.
Llamado a servir y no a ser servido
Hugo nació en Valence (Francia) en el año 1052. Siendo aún seglar fue nombrado canónigo de su ciudad natal a la edad de 28 años. Su piedad intensa y buena formación teológica le habían granjeado fama de hombre prudente, abocado a los asuntos de Dios.
Por esta razón, el obispo de Valence lo invitó a acompañarlo al Concilio de Aviñón de 1080. Ese año, precisamente, sería elegido obispo sin siquiera ser sacerdote.
El santo obtendría pronto las dispensas y recibiría el orden sagrado en periodo extraordinario. Al mismo tiempo, Hugo iba experimentando la incertidumbre propia de no sentirse digno del puesto, y llegó a hacer algún intento para evitar terminar de obispo, pero su vocación de servicio lo hizo aceptar el encargo.
El delegado del Sumo Pontífice había logrado convencerlo y él mismo lo ordenó. Luego lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara obispo.
Obispo ´a la fuerza´, Pastor por amor
El destino de Hugo como pastor sería Grenoble, la ciudad a la que consagraría los siguientes 50 años de su vida, hasta el día que Dios lo llamó a su presencia. Al asumir la sede episcopal, encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y por ello se encargó de poner en práctica la reforma gregoriana.
La feligresía estaba abandonada en la mayoría de los casos y había poca instrucción. Mientras tanto, el clero andaba envuelto en una serie de corruptelas como la simonía; y las propiedades de la Iglesia eran disputadas por señores acaudalados pertenecientes a la nobleza, entrometidos en los temas eclesiales.
Por otro lado, algunos de sus sacerdotes practicaban el concubinato y eran motivo de escándalo. Inmenso dolor fueron estas cosas en su corazón, dolor que se mantuvo vivo por muchos años y que se acrecentó por la hostilidad de ciertos presbíteros y los círculos de poder que los respaldaron.
En los años siguientes, gracias a los esfuerzos por la reforma de su diócesis, empezaron a darse los frutos. Aun así, llegó a presentar su renuncia hasta en cinco oportunidades, ante cinco pontífices distintos. San Hugo disponía de razones para tales pedidos, pero también era innegable que el deseo de dedicarse al estudio y la oración seguía intacto en su interior.
Con todo, fue capaz de mantener un vínculo continuo con la vida monacal -contribuyó, incluso, a la fundación de la Orden de los Cartujos-, al tiempo que su corazón ardía cada vez más de amor por aquellos que Dios le había confiado.
El olvido de los bienes de este mundo
Por los pobres de Grenoble llegó a vender hasta su carruaje, sus caballos y sus mulas, con tal de ayudarlos con el dinero obtenido. Con San Hugo no había suntuosidad ni cosas superfluas. Los bienes eran dones gratuitos de Dios y a Él pertenecían. Después de quedarse sin los medios para movilizarse se dedicó a recorrer su diócesis a pie, parroquia por parroquia, iglesia por iglesia, pueblo por pueblo.
En la etapa previa a su muerte perdió la memoria, y muchos creían que era una suerte de alivio que Dios le concedió para dejar atrás tanta fatiga. Aunque ya no reconocía a sus allegados ni a sus amigos, mantuvo la sonrisa y pudo dedicarse a sus actividades espirituales. Lo único que recordaba eran los salmos, el avemaría y el padrenuestro. Sus últimos días estuvieron llenos de esas oraciones.
San Hugo falleció con casi 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo dos años después de su muerte.
San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.
A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. Él se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.
En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.
Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.
Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total.
Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien.
Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo.
Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad.
Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento.
En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.
Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro.
Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud".
Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.
Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.
Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre.
Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas.
Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado?- "Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo".
Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padresnuestros.
Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.
Señor, Tú que colocaste a San Hugo en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo,haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y en el amor y merezcamos así, participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.Amén
Hay 16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.
Hugo de Grenoble, Santo
Martirologio Romano: En Grenoble, en Burgundia, san Hugo, obispo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió cual primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad (1132).
Etimológicamente: Hugo = Aquel de Inteligencia Clara, es de origen germano.
Fecha de canonización: 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.
El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo.
Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053. Casi todo en su vida se
sucede de forma poco frecuente. Su padre Odilón, después de cumplir con sus obligaciones patrias, se retiró con el consentimiento de su esposa a la Cartuja y al final de sus días recibió de
mano de su hijo los últimos sacramentos. Así que el hijo fue educado en exclusiva por su madre.
Aún joven obtiene la prebenda de un canonicato y su carrera eclesiástica se promete feliz por su amistad con el legado del papa. Como es bueno y lo ven piadoso, lo hacen obispo a los
veintisiete años muy en contra de su voluntad por no considerarse con cualidades para el oficio -y parece ser que tenía toda la razón-, pero una vez consagrado ya no había remedio; siempre
atribuyeron su negativa a una humildad excesiva. Lo consagró obispo para Grenoble el papa Gregorio VII, en el año 1080, y costeó los gastos la condesa Matilde.
Al llegar a su diócesis se la encuentra en un estado deprimente: impera la usura, se compran y venden los bienes eclesiásticos (simonía), abundan los clérigos concubinarios, la moralidad de
los fieles está bajo mínimos con los ejemplos de los clérigos, y sólo hay deudas por la mala administración del obispado. El escándalo entre todos es un hecho. Hugo -entre llantos y rezos-
quiere poner remedio a todo, pero ni las penitencias, ni las visitas y exhortaciones a un pueblo rudo y grosero surten efecto. Después de dos años todo sigue en desorden y desconcierto.
Termina el obispo por marcharse a la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de su
iglesia en Grenoble.
Con repugnancia obedece. Se entrega a cumplir fielmente y con desagrado su sagrado ministerio. La salud no le acompaña y las tentaciones más aviesas le atormentan por dentro. Inútil es
insistir a los papas que se suceden le liberen de sus obligaciones, nombren otro obispo y acepten su dimisión. Erre que erre ha de seguir en el tajo de obispo sacando adelante la parcela de
la Iglesia que tiene bajo su pastoreo. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos, visita la diócesis andando por los caminos,
estuvo presente en concilios y excomulgó al antipapa Anacleto; recibió al papa Inocencio II -que tampoco quiso aceptar su renuncia- cuando huía del cismático Pedro de Lyon y contribuyó a
eliminar el cisma de Francia.
Ayudó a san Bruno y sus seis compañeros a establecerse en la Cartuja que para él fue siempre remanso de paz y un consuelo; frecuentemente la visita y pasa allí temporadas viviendo como el más
fraile de todos los frailes.
Como él fue fiel y Dios es bueno, dio resultado su labor en Grenoble a la vuelta de más de medio siglo de trabajo de obispo. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron
los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas. Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina Providencia,
aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que,
muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio.
No tuvo vocación de obispo nunca, pero fue sincero, honrado en el trabajo, piadoso, y obediente. La fuerza de Dios es así. Es modelo de obispos y de los más santos de todos los
tiempos.
¡Oh Divina Providencia, ¡Concédeme tu clemencia y tu infinita bondad! Arrodillado a tus plantas, a Ti caridad portento. Te pido para los míos casa, vestido y sustento. Concédeles la salud, llévalos por buen camino. Que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino. Tú eres toda mi esperanza. Tú eres el consuelo. En lo que a mi mente alcanza, en Ti creo, en Ti espero y en. Ti confió. , Divina Providencia se extiende a cada momento. Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano: míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado.
Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus bendiciones y favores.
Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado.
Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde recíbenos en la eternidad
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falte tu gracia, salud, casa, vestido y sustento.
Encomendamos a tu Providencia Divina a todos los Enfermos dales la salud. Te rogamos por todos los Agonizantes, no permitas que mueran sin tu auxilio.
Ten Misericordia, Oh Providencia Divina, de todas las almas del Purgatorio, en especial de nuestros familiares, Bienhechores y amigos, haz que pronto gocen de la felicidad eterna.
Te pedimos por todos los que Viajan, haz que regresen felices a sus hogares.
Te pedimos que concedas el Arrepentimiento a los que viven en pecado por todos los que se encuentran agobiados por las aflicciones o sufren calumnias o se encuentran perseguidos, te rogamos no les niegues tu ayuda, haz que se sientan protegidos y consolados por tú Providencia Divina.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te pedimos humildemente que te compadezcas de todos los que no tienen Trabajo, mira sus necesidades, dales tu ayuda.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por todos los que no tienen Hogar, concédeles un techo que los cobije.
Te suplicamos en favor de todos los que padecen Hambre, dales el pan que los alimente.
Te rogamos también por todas las Viudas y todos los Huérfanos, se Tú, Providencia Divina, su amparo y su consuelo.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por nosotros mismos, Divina Providencia que conoces lo más íntimo de nuestros corazones, tú que conoces todas nuestras necesidades, de nuestros males espirituales y temporales, por eso humildemente y con toda confianza, te pedimos que vengas en nuestro auxilio, líbranos de las tentaciones y las acechanzas del demonio, líbranos de todos aquellos que quieran ocasionarnos algún mal;
Te rogamos Oh Providencia Divina que bendigas nuestro hogar, que bendigas nuestro trabajo, y que nunca nos falte tu protección y amparo en todos los días de nuestra vida.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento ni los Santos Sacramentos en el ultimo momento.(3 vcs)
Omnipotente y sempiterno Dios
que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad
en la confesión de la verdadera fe,
y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad;
te rogamos que por la firmeza de esta misma fe,
y por Cristo nuestro Señor,
nos libres siempre de todas las adversidades,
te pedimos que nunca nos falte Tu Divina Providencia.
Dios y Señor Nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene
para el bien de nuestra alma
y el bienestar de nuestro cuerpo.
Haz que en toda nuestra vida
busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo.
Haz que no nos falte un buen trabajo,
un techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día,
haz que nuestras vidas estén bendecidas
por tu misericordia, por tu eterna bondad,
en especial concédenos asistencia
cuando nos veamos afligidos
y las carencias y los problemas nos agobien,
que no nos falte tu Divina Providencia en:
(solicitar con gran fe y esperanza lo que se necesita).
Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.
Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración para ganar la Indulgencia del "Perdón de Asís"
¡Santísimo Señor Jesucristo!, creo que estás presente en este santo templo franciscano y de manera especial en el Sagrario. Te adoro con todo mi corazón; me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y con tu amorosa ayuda me propongo no volver a pecar. Te suplico, me concedas la gracia de ganar la santa Indulgencia Plenaria de la Porciúncula o Perdón de Asís, que tú mismo concediste a tu humilde siervo San Francisco de Asís, por la súplica maternal de tu Madre Santísima y que quiero ganar por mí y por (se dice el nombre del difunto).
Te ruego por las intenciones del Papa Francisco, para que siga confirmando en la fe a sus hermanos bautizados y podamos seguirte como discípulos misioneros. Te suplico por la Iglesia, medio por el que concedes tus favores, para que siga construyendo tu Reino de paz, justicia y amor. Te pido por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Y tú, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Ángeles, suplica ante tu amado Hijo por mí, ayúdame a seguir tu maternal consejo: hacer lo que Él me dice que haga. San José, bondadoso y prudente, esposo fiel y padre ejemplar, protégeme. Santos Ángeles, Apóstoles Pedro y Pablo, seráfico y glorioso San Francisco de Asís y todos los Bienaventurados del cielo, rueguen por mí y por el fiel difunto por el que he orado en este día tan especial. Amén.
Cada año todos los fieles que visiten una iglesia franciscana en cualquier lugar del mundo desde el mediodía de hoy, 1 de agosto, y todo el 2 de agosto, podrán obtener la llamada indulgencia plenaria de la Porciúncula.
Este don requiere además las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
En declaraciones para ACI Prensa, el Hno. Gonzalo Cateriano, exprovincial de los Franciscanos Capuchinos en el Perú, resaltó el "gran deseo de San Francisco de Asís de que todas las almas se salven" y que los fieles "con piedad y devoción" reciban la indulgencia cumpliendo las disposiciones de la Iglesia.
Señaló además que "antiguamente era muy difícil que la Iglesia conceda indulgencias" ya que solo se obtenían en peregrinación a algunos lugares como Tierra Santa, por tanto es un gran regalo que San Francisco obtuvo por su amor a las almas.
"Ahora el Perdón de Asis se puede obtener en todas las iglesias franciscanas del mundo desde la víspera de la fiesta central" e invitó que todas las personas se acerquen para recibirla.
La concesión de la Indulgencia de la Porciúncula se dio en 1216, cuando San Francisco partió para Perusa junto al hermano Maseo para ver al Papa Honorio III, luego que una noche anterior el mismo Cristo y la Virgen rodeados de ángeles se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles en Asís.
En este aparición, el santo le pidió al Señor le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de María de los Ángeles. El Señor aceptó y le ordenó que se dirigiese a Perusa, para obtener del Papa el favor deseado. El Santo Padre concedió la gracia.
En 1966 el Papa Pablo VI publicó la Carta Apostólica "Sacrosancta Portiunculae ecclesia" con ocasión del 750º aniversario de la concesión de la indulgencia de la Porciúncula, donde expresó que "la institución de esta indulgencia sea celebrado de manera que verdaderamente la Porciúncula sea aquel lugar santo donde se consigue el perdón total y se hace estable la paz con Dios".
Además refiriéndose a las peregrinaciones que los fieles realizan hacia el lugar, indicó que "quiera Dios que la peregrinación, transmitida durante siglos, a la iglesia de la Porciúncula, que Nuestro mismo Predecesor Juan XXIII emprendió con ánimo piadoso, no termine sino que más bien crezca continuamente la multitud de los fieles que acuden aquí al encuentro con Cristo rico en misericordia y con su Madre, que intercede siempre ante él".
La pequeña iglesia conocida como Porciúncula que San Francisco de Asís dedicó a Santa María de los Ángeles, se encuentra dentro de la gran Basílica que lleva el mismo nombre de esta advocación mariana. La Basílica data de los siglos XVI y XVII.
Esta iglesia fue la segunda morada del santo y de sus primeros hermanos, así como el lugar donde la tarde del 3 de octubre de 1226, San Francisco falleció. Aquí también el Domingo de Ramos de 1211 San Francisco recibió la consagración de Santa Clara, dando origen a las clarisas.
Indulgencia de
la Porciúncula: el Perdón de Asís
Francisco, repara mi
Iglesia
En una
noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya
era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el
jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan
penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento
de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero.
Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde
entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Angeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía,
ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos,
Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante
arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido
al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te
ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e
indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a
Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse,
ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a
los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le
conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora
Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo
recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa
iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de
indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inoceno III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo
no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra
manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo
compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula».
Condiciones para obtener la indulgencia
El
Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la Porciúncula, escucha la oración de tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al Amor. Tus ojos, llenos de ternura, nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en su socorro. Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad para que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso, dándonos aquella paz serena que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula, donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de alegría, como el canto de tus Ángeles y del Seráfico Francisco. Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la muerte.
Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas, con el mismo gesto materno, a los inocentes y a los culpables, a los fieles y a los extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad, para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos, encuentren, en el Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.