La figura de Santa Genoveva, patrona de París, mezcla de tradición, historia y leyenda
Mezcla de tradición histórica o legendaria, la figura de esta santa destaca, poderosa, en medio del florecimiento cristiano primitivo, que venía a sustituir a los antiguos ídolos griegos, latinos o celtas.
Su nombre está asociado a la vida de los habitantes antigua Lutecia. La montaña donde Clovis había levantado una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo se llamaría en lo sucesivo montaña de Santa Genoveva. Al lado del rey merovingio será enterrada y sucesivas vicisitudes llevarán sus cenizas hasta el lugar que hoy ocupa la iglesia de San Esteban del Monte (Saint Etienne du Mont) rodeados de una hermosa reja de hierro forjado, entre cirios y exvotos de sus fieles agradecidos.
Lutecia era una ciudad sin importancia, inferior a Sens o a Lillebonne. Los textos antiguos parecen ignorarla. Cesar, en su Guerra de las Galias, hace mención escasa del oppidum de los parisii, cuando tuvo necesidad de cruzar por él en el año 53 a.C. Lo cita como un territorio tranquilo en los límites de la Céltica y del país de los belgas, encerrado en una isla formada por los brazos del río Sena.
En la época romana, las grandes vías de comunicación trazadas por los vencedores van a dar importancia a la ciudad recién nacida, al paso de las tropas romanas, que llegarán hasta la península Ibérica, galoneando el territorio español de construcciones imperecederas.
Más adelante de la isla, la pequeña ciudad irá subiendo hasta la montaña de Santa Genoveva. Los edificios que pudiéramos llamar oficiales la embellecían y, aunque sus habitantes siguen siendo escasos, ya se vislumbra a través de la vida pública que comienza, un auge incesante, que las dinastías reinantes se encargarán de acrecer.
Las invasiones de los francos y germanos dejarán la traza de su afán destructivo. Los tesoros desaparecen a su paso. Las tribus bárbaras tienen predilección por sembrar de hogueras su camino. Las ciudades romanas empiezan a fortificar sus reductos. Lutecia será un Castellum con lo que la vemos cercada de murallas y en las murallas las puertas que permiten su comunicación con el exterior.
En el siglo IV la isla estaba rodeada de murallas y, si añadimos que su extensión no sobrepasaba las diez hectáreas, tendremos una idea aproximada del escenario en que se desarrolló la vida de la Santa de los parisinos, cuyos datos históricos nos ha proporcionado casi en exclusividad Gregorio de Tours.
Antes de la expansión del cristianismo, los dioses de los parisinos eran los de la Galia galorromana: Júpiter,
Marte, Apolo, Baco, Minerva, Venus, Diana. El culto de la diosa-madre y el de Isis eran igualmente populares. Pero fue Mercurio el más popular de todos y sus estatuas se prodigaban hasta por los últimos rincones del país. En Montmartre existió un Templo dedicado a esta divinidad y de ahí le vino el nombre que ostenta: Mons Mercurii.
Ya en el siglo V la fe cristiana ha prendido en el alma de los parisinos. Los primeros mártires y los primeros santos van a dar testimonio de la verdad de la nueva doctrina en lucha abierta con el paganismo y, lo que es peor, con las herejías nacidas en su mismo seno. San Germán obispo de Auxerre y el bienaventurado Lobo, obispo Treves, a su paso por París para combatir a los herejes de Gran Bretaña, encontraron a una joven de extraordinaria virtud, de gran fuerza persuasiva, vehemente en su deseo de hacer el bien, dispuesta al sacrificio en favor de los pobres y necesitados. Una llama ardiendo en fe capaz de conmover a los más forzudos guerreros, de convencer al propio rey de los francos, incapaz de hacer frente a sus demandas de liberar a los prisioneros. Teodoredo, obispo de Tyro, asegura que cuando Simeón el estilita, desde lo alto de su columna, reconocía entre las multitudes que venían a consultarle a algún mercader galo, enseguida le encargaba que llevase sus saludos a Genoveva. Tal era la fama de sus virtudes, que traspasó las más lejanas fronteras.
Se sabe que Genoveva había nacido en Nanterre, cerca de París, en los primeros años del siglo V (409?, 422?) y que debió de morir a edad muy avanzada hacia el 502.
En Nanterre se puede encontrar el parque que lleva su nombre. Uno de sus biógrafos escribe: "En otro tiempo rodeado de murallas y adornado con un oratorio, este parque apenas es reconocible si no es por unas excavaciones y por una sencilla cruz de madera clavada en la tierra por una mano piadosa". Una fuente lleva también su nombre, así como un recinto, en el monte Valero, donde la tradición asegura que la Santa cuidaba los rebaños de su padre. Hay un pozo y una gruta donde parece que se retiraba a orar, en aquella actitud en que se nos la describe con los brazos en cruz, la mirada fija en lo alto, pronta a las lágrimas para recibir las inspiraciones de Dios todopoderoso. Genoveva se hallaba dotada con los dones del Espíritu Santo.
Su padre se llamaba Severo y Geroncia su madre, nombres ambos latinos así como el suyo era típicamente galo. Si sus padres fueron o no personas de buena posición nada se opone a que la joven cuidase sus ganados en la pradera y para todos será la Santa aquella pastorcita de Nanterre, predestinada por Dios para realizar actos maravillosos y extraordinarios. Sus hagiógrafos cuentan de éstos y no acaban. Cuando San Germán hablaba con ella, arrebatado por el fuego de aquella alma que deseaba consagrarse a Dios, dicen que cayó del cielo una medalla que el santo obispo se apresuró a colocar en el cuello de la Santa. El imprudente que se atreviese a insultarla quedaría muerto en el acto. Su propia madre, en cierta ocasión, arrebatada por la ira, llegó a ponerle la mano en el rostro y quedó cegada. Genoveva consiguió su curación. Es muy difícil controlar la verdad histórica de todos estos acontecimientos.
Pero no serán estos hechos, con ser abundantes, los que arranquen la devoción de los parisinos, sino los importantes de haber salvado la ciudad de calamidades espantosas.
Atila, el "azote de Dios", se dirige a marchas forzadas, hacia la Galia. No hay barbarie que aquel poderoso ejército no se atreva a cometer. Metz, Reims, Camb Besançon, Langres, Auxerre, se han convertido en un montón de ruinas, ¿por qué no habría de sufrir París, es decir, Lutecia, idéntica suerte? Las hordas amarillas se complacen en sembrar el terror. Una gran multitud de gente empavorecida llega hasta Genoveva, que ya ha adquirido fama de santa entre sus conciudadanos. Ella les aconseja que vuelvan a sus moradas, que no se abandonen a la desesperación, porque sería inútil. De píe, sobre una eminencia del terreno, la tradición la recuerda dirigiendo al pueblo una arenga: "Gente de París, amigos míos, hermanos míos, os engañan. Los que pretenden ser vuestros defensores empuñando las armas no deben asustaros. Atila avanza, es cierto, pero no atacará vuestra ciudad. Os lo aseguro en nombre de Dios". La profecía se cumple, con lo que Genoveva gana en prestigio ante la opinión de los parisinos. Atila ha torcido su camino y se dirige hacia Orleáns. París respira, aliviada. La salvación se atribuye a las oraciones de la doncella.
Otro hecho aún más famoso vive en la memoria de todos. Childerico acaba de morir y Clovis, su hijo, pretende sucederle. A ello se opone Syagrio hijo de Egidio el antecesor de Childerico. Clovis, al frente de un pequeño ejército de francos, pone sitio a la ciudad de París, reducida, por aquel entonces, a una isla. El hambre comienza a diezmar sus habitantes, sin salvación posible. Las puertas están vigiladas, y sólo un milagro explica que Genoveva, ya de edad muy avanzada, pueda salir sin ser vista por el enemigo. Ha prometido que habrá víveres todos. Encendida de patriotismo, se lanza al río en una barca de pescadores. A su paso, se suceden hechos extraordinarios: desaparecen obstáculos infranqueables, los graneros se abren para volcarse sobre su barca; otras barcas se unen a la suya, y en un total de once regresan a la ciudad entre las aclamaciones de la multitud.
Murió Genoveva con más de ochenta años, hacia la primera década del siglo VI. Fue enterrada junto a Clovis, como ya se ha dicho, en la iglesia de San Pedro y San Pablo, sobre la montaña que lleva el nombre de Santa Genoveva.
Las cenizas de la Santa siguieron atrayendo la devoción de los parisinos y no había solemnidad ni temida catástrofe que no se recurriese a la urna que contenía los restos, enriquecida con donaciones de monarcas y príncipes, siendo de gran fama el manojo de diamantes ofrecido por María de Médicis. Más adelante, verdad o mentira, se aseguró que los diamantes eran falsos.
La revolución, con sus bandadas de cretinos, no respetó estas cenizas, acusadas de ser un símbolo más del oscurantismo del antiguo régimen. Lo que pudo recogerse junto con la tumba, hallada en la abadía merovingia, fue trasladado a la iglesia de Saint Etíenne du Mont donde aún acuden sus fieles devotos en demanda de favores.
Cada 3 de enero la Iglesia celebra la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.
Esta fiesta conmemora el nombramiento de Jesús, anunciado en sueños a José (ver: Mt 1, 19-25), quien siguiendo las indicaciones del ángel, tomó por esposa a María Virgen, y, llegado el momento del alumbramiento, llamó al recién nacido “Jesús”.
Decía San Bernardino de Siena (1380-1444) en uno de sus sermones: “Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia”.
Observancia
Durante el mes de enero hay otras festividades relacionadas con los primeros días de Jesús: la Circuncisión del Señor (1 de enero), la Epifanía (6 de enero o el domingo posterior a la Solemnidad de la Sagrada Familia) y el Bautismo del Señor (domingo posterior al 6 de enero). Mientras que estas dos últimas exigen generalmente observancia estricta y universal, el resto no, siendo este el caso de la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.
Algunas órdenes religiosas celebran el Santísimo Nombre de Jesús en días distintos al 3 de enero (los franciscanos, carmelitas y agustinos lo hacen el 14 de enero, mientras que los dominicos celebran un día después, 15 de enero).
El nombre del Señor
El nombre “Jesús” es la forma latina del griego “Iesous” (Ἰησοῦς), que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” (Yehošuaʕ) o “Jehoshua” (Yehošuaʕ) o, en su forma contraída, “Joshua”, que significa “Yahveh es salvación” o simplemente “Dios salva”.
El surgimiento de la veneración al Santísimo Nombre de Jesús se remonta a las celebraciones litúrgicas del siglo XIV. San Bernardino de Siena, en el siglo XV, junto a sus discípulos, propagaron el culto al Nombre de Jesús y, un siglo después, hacia 1530, el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden Franciscana la autorización para la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús.
El monograma “IHS”
En su tiempo, San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba una imagen de la Eucaristía con rayos saliendo de ella, en la que podía verse el monograma “IHS”, abreviatura del Nombre de Jesús en griego (Ἰησοῦς). Más adelante, la tradición devocional le añade un nuevo sentido al monograma IHS, convirtiéndolo en un “cristograma”: "I" por “Iesus” (Jesús); "H" por hominum (de los hombres); "S" por “salvator" (salvador). Es decir, la inscripción “IHS” empezó a significar “Jesús, Salvador de los hombres”.
Nuevos significados se añadirán posteriormente. Por ejemplo, en el siglo XVI, San Ignacio de Loyola y los miembros de la Compañía de Jesús hicieron de este monograma el emblema de su Orden religiosa.
Auxilios espirituales para quienes invoquen el Santísimo Nombre de Jesús
El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
Brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc 16, 17-18). En el Nombre de Jesús, los apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch 9,40).
Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador las figuras del padre del hijo pródigo y del buen samaritano; así como al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.
En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "Lo que pidan al Padre se los dará en mi nombre." (Jn 16, 23). Por lo tanto, la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo, Nuestro Señor". Así se cumple lo dicho por San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Flp 2, 10).
¡Oh Divina Providencia, ¡Concédeme tu clemencia y tu infinita bondad! Arrodillado a tus plantas, a Ti caridad portento. Te pido para los míos casa, vestido y sustento. Concédeles la salud, llévalos por buen camino. Que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino. Tú eres toda mi esperanza. Tú eres el consuelo. En lo que a mi mente alcanza, en Ti creo, en Ti espero y en. Ti confió. , Divina Providencia se extiende a cada momento. Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano: míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado.
Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus bendiciones y favores.
Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado.
Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde recíbenos en la eternidad
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falte tu gracia, salud, casa, vestido y sustento.
Encomendamos a tu Providencia Divina a todos los Enfermos dales la salud. Te rogamos por todos los Agonizantes, no permitas que mueran sin tu auxilio.
Ten Misericordia, Oh Providencia Divina, de todas las almas del Purgatorio, en especial de nuestros familiares, Bienhechores y amigos, haz que pronto gocen de la felicidad eterna.
Te pedimos por todos los que Viajan, haz que regresen felices a sus hogares.
Te pedimos que concedas el Arrepentimiento a los que viven en pecado por todos los que se encuentran agobiados por las aflicciones o sufren calumnias o se encuentran perseguidos, te rogamos no les niegues tu ayuda, haz que se sientan protegidos y consolados por tú Providencia Divina.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te pedimos humildemente que te compadezcas de todos los que no tienen Trabajo, mira sus necesidades, dales tu ayuda.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por todos los que no tienen Hogar, concédeles un techo que los cobije.
Te suplicamos en favor de todos los que padecen Hambre, dales el pan que los alimente.
Te rogamos también por todas las Viudas y todos los Huérfanos, se Tú, Providencia Divina, su amparo y su consuelo.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por nosotros mismos, Divina Providencia que conoces lo más íntimo de nuestros corazones, tú que conoces todas nuestras necesidades, de nuestros males espirituales y temporales, por eso humildemente y con toda confianza, te pedimos que vengas en nuestro auxilio, líbranos de las tentaciones y las acechanzas del demonio, líbranos de todos aquellos que quieran ocasionarnos algún mal;
Te rogamos Oh Providencia Divina que bendigas nuestro hogar, que bendigas nuestro trabajo, y que nunca nos falte tu protección y amparo en todos los días de nuestra vida.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento ni los Santos Sacramentos en el ultimo momento.(3 vcs)
Omnipotente y sempiterno Dios
que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad
en la confesión de la verdadera fe,
y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad;
te rogamos que por la firmeza de esta misma fe,
y por Cristo nuestro Señor,
nos libres siempre de todas las adversidades,
te pedimos que nunca nos falte Tu Divina Providencia.
Dios y Señor Nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene
para el bien de nuestra alma
y el bienestar de nuestro cuerpo.
Haz que en toda nuestra vida
busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo.
Haz que no nos falte un buen trabajo,
un techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día,
haz que nuestras vidas estén bendecidas
por tu misericordia, por tu eterna bondad,
en especial concédenos asistencia
cuando nos veamos afligidos
y las carencias y los problemas nos agobien,
que no nos falte tu Divina Providencia en:
(solicitar con gran fe y esperanza lo que se necesita).
Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.
Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración para ganar la Indulgencia del "Perdón de Asís"
¡Santísimo Señor Jesucristo!, creo que estás presente en este santo templo franciscano y de manera especial en el Sagrario. Te adoro con todo mi corazón; me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y con tu amorosa ayuda me propongo no volver a pecar. Te suplico, me concedas la gracia de ganar la santa Indulgencia Plenaria de la Porciúncula o Perdón de Asís, que tú mismo concediste a tu humilde siervo San Francisco de Asís, por la súplica maternal de tu Madre Santísima y que quiero ganar por mí y por (se dice el nombre del difunto).
Te ruego por las intenciones del Papa Francisco, para que siga confirmando en la fe a sus hermanos bautizados y podamos seguirte como discípulos misioneros. Te suplico por la Iglesia, medio por el que concedes tus favores, para que siga construyendo tu Reino de paz, justicia y amor. Te pido por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Y tú, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Ángeles, suplica ante tu amado Hijo por mí, ayúdame a seguir tu maternal consejo: hacer lo que Él me dice que haga. San José, bondadoso y prudente, esposo fiel y padre ejemplar, protégeme. Santos Ángeles, Apóstoles Pedro y Pablo, seráfico y glorioso San Francisco de Asís y todos los Bienaventurados del cielo, rueguen por mí y por el fiel difunto por el que he orado en este día tan especial. Amén.
Cada año todos los fieles que visiten una iglesia franciscana en cualquier lugar del mundo desde el mediodía de hoy, 1 de agosto, y todo el 2 de agosto, podrán obtener la llamada indulgencia plenaria de la Porciúncula.
Este don requiere además las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
En declaraciones para ACI Prensa, el Hno. Gonzalo Cateriano, exprovincial de los Franciscanos Capuchinos en el Perú, resaltó el "gran deseo de San Francisco de Asís de que todas las almas se salven" y que los fieles "con piedad y devoción" reciban la indulgencia cumpliendo las disposiciones de la Iglesia.
Señaló además que "antiguamente era muy difícil que la Iglesia conceda indulgencias" ya que solo se obtenían en peregrinación a algunos lugares como Tierra Santa, por tanto es un gran regalo que San Francisco obtuvo por su amor a las almas.
"Ahora el Perdón de Asis se puede obtener en todas las iglesias franciscanas del mundo desde la víspera de la fiesta central" e invitó que todas las personas se acerquen para recibirla.
La concesión de la Indulgencia de la Porciúncula se dio en 1216, cuando San Francisco partió para Perusa junto al hermano Maseo para ver al Papa Honorio III, luego que una noche anterior el mismo Cristo y la Virgen rodeados de ángeles se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles en Asís.
En este aparición, el santo le pidió al Señor le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de María de los Ángeles. El Señor aceptó y le ordenó que se dirigiese a Perusa, para obtener del Papa el favor deseado. El Santo Padre concedió la gracia.
En 1966 el Papa Pablo VI publicó la Carta Apostólica "Sacrosancta Portiunculae ecclesia" con ocasión del 750º aniversario de la concesión de la indulgencia de la Porciúncula, donde expresó que "la institución de esta indulgencia sea celebrado de manera que verdaderamente la Porciúncula sea aquel lugar santo donde se consigue el perdón total y se hace estable la paz con Dios".
Además refiriéndose a las peregrinaciones que los fieles realizan hacia el lugar, indicó que "quiera Dios que la peregrinación, transmitida durante siglos, a la iglesia de la Porciúncula, que Nuestro mismo Predecesor Juan XXIII emprendió con ánimo piadoso, no termine sino que más bien crezca continuamente la multitud de los fieles que acuden aquí al encuentro con Cristo rico en misericordia y con su Madre, que intercede siempre ante él".
La pequeña iglesia conocida como Porciúncula que San Francisco de Asís dedicó a Santa María de los Ángeles, se encuentra dentro de la gran Basílica que lleva el mismo nombre de esta advocación mariana. La Basílica data de los siglos XVI y XVII.
Esta iglesia fue la segunda morada del santo y de sus primeros hermanos, así como el lugar donde la tarde del 3 de octubre de 1226, San Francisco falleció. Aquí también el Domingo de Ramos de 1211 San Francisco recibió la consagración de Santa Clara, dando origen a las clarisas.
Indulgencia de
la Porciúncula: el Perdón de Asís
Francisco, repara mi
Iglesia
En una
noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya
era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el
jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan
penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento
de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero.
Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde
entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Angeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía,
ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos,
Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante
arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido
al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te
ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e
indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a
Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse,
ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a
los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le
conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora
Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo
recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa
iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de
indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inoceno III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo
no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra
manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo
compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula».
Condiciones para obtener la indulgencia
El
Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la Porciúncula, escucha la oración de tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al Amor. Tus ojos, llenos de ternura, nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en su socorro. Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad para que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso, dándonos aquella paz serena que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula, donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de alegría, como el canto de tus Ángeles y del Seráfico Francisco. Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la muerte.
Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas, con el mismo gesto materno, a los inocentes y a los culpables, a los fieles y a los extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad, para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos, encuentren, en el Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.