Día 27: La consagración de la familia a la Virgen es una promesa de amor en la que se le ofrece a Jesús todo lo que la familia es, tiene y hace a través del Corazón Inmaculado de la Virgen María para que, por estos dos Corazones, los miembros de la familia vivan plenamente entregados a la voluntad del Padre. La familia se abandona así en las manos de la Virgen María para que ella ejerza su papel de Madre espiritual, de Mediadora de las gracias, de Abogada y de Reina.
Te ofrezco consagrar hoy mi familia a ti, Virgen María, mediante esta fórmula de Juan Pablo
II:
«Oh, Santa Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, a tu Inmaculado Corazón consagramos nuestras familias. Con tu ayuda, nos encomendamos y nos consagramos al Divino Corazón de Jesús y así
estaremos contigo y con Jesús en el Espíritu Santo, siempre y totalmente consagrados a la voluntad del Padre celestial».
27 de Mayo
Hoy, Madre, te suplicamos por los enfermos, los ancianos y los discapacitados física o psíquicamente. Derrama sobre ellos la gracia de encontrar en sus límites la posibilidad de llenar su alma de un Amor sin límites, de Fortaleza, de Paciencia, de Conformidad. Logra, Madre, que después de las penas de esta vida, lleguen al Reino Celestial, donde ya no habrá más llanto, ni lágrimas, ni luto.
Obsequio: Dar cariño y eficaz socorro a los seres sufrientes de nuestro entorno, y tener paciencia ante nuestras propias limitaciones.
Meditación: ¡Quien puede dejar de admirar la perfección de la Rosa que el Señor nos dio!. De pequeña un capullo tierno bajado del Cielo que guardaba silencio y era la alegría de los que con Ella vivían. Al Templo la entregaron no sabiendo que Ella era un Templo Sagrado. Llena de pureza crecía, y aquella Virgen Bendita a Dios le consagraba su vida, sin advertir que el Señor su alma inmaculada miraba, haciéndola Su Esposa amada. La Rosa más hermosa se abría y en su corola escondido estaría el Mesías. Nueve meses los perfumes de aquella Flor abrigarían al Redentor, para darle permanentemente su amor como eterna oblación. Aquella pequeña Rosa excelsa nos guía como Rosa Mística, pues es María Madre de la Iglesia.
Oración: ¡Oh María Rosa Mística, preciosísima!. Muéstranos la pureza de corazón para agradar a Dios como lo hiciste vos, y haznos templos perfectos del Espíritu Santo para que seamos por El guiados. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Colocar en cada hogar un pequeño altar consagrado a María, como regalo a Su Hijo que busca que la amemos como El la ama.
Adonis
Mes de mayo
Día 27
“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”(Lc 2, 19).
Es suficiente esta frase del evangelista san Lucas para definir la personalidad de María, para permitir que nos asomemos al misterio de su corazón.
El corazón representa nuestro propio ser, nuestro mundo interior, lo más íntimo de nosotros mismos.
No es lo mismo vivir desde la mera exterioridad de lo sensorial que vivir desde el corazón.
Quedarse en la esfera del mundo de nuestros sentidos corporales es optar por lo superficial, es vivir sin hondura ni profundidad. Uno existe, sin más. Va de una experiencia a otra sin más calado. Es un desconocido para sí mismo, desconocedor de los otros y de la entraña profunda de los acontecimientos.
Puede sorprendernos caer en la cuenta de la necesidad imperiosa que tenemos de tomar conciencia de que somos corazón. Tomar conciencia de la potencialidad de nuestro espíritu, de las riquezas insospechadas de nuestra alma, del inmenso mundo interior que hay dentro de nosotros -o que somos nosotros mismos-.
Podemos optar por consumir nuestra existencia pasando de un día a otro, de una persona a otra, de un acontecimiento a otro, así hasta que se acabe. O podemos optar por vivir a fondo, desde el corazón, desde la interioridad, entrando en la profundidad de cuanto nos rodea y nos sucede.
Vivir desde el corazón nos posibilita descubrir y asomarnos al misterio maravilloso de nuestra personalidad, de la existencia a la que hemos sido llamados. Nos permite descubrir el don de cada segundo de vida, el contenido que puede aportarnos cada una de nuestra vivencias y la riqueza que puede ofrecernos el encuentro personal con los otros.
Cuando se vive desde el corazón la existencia se torna verdaderamente apasionante, con sus momentos de felicidad y con aquellos otros de dolor y sufrimiento. Nuestra mirada se hace permanentemente nueva, lo que nos permite descubrir y disfrutar la realidad novedosa de una inmensidad de matices que encierran las cosas de cada día. Esto nos libra del tedio y nos abre al misterio de la gratuidad de Dios que se esconde detrás de cada persona y de cada acontecimiento.
La existencia se oscurece cuando no se vive desde el corazón: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"(Mt 5,8)
El evangelista nos dice que María conservaba y meditaba las cosas en su corazón. No pasaba por encima de los acontecimientos y de los encuentros personales con los otros como quien pisa sobre ascuas.
El pisar de María sobre la existencia era un pisar con aplomo, con solidez. Así le era posible encontrase con Dios a cada paso que daba, descubrir sus huellas, percibir su aroma, interpretar sus designios amorosos.
Su mirada penetrante de mujer creyente era una mirada mucho más profunda que la que se hace con la simple vista de los ojos. María veía y leía los acontecimientos desde su corazón. Un corazón iluminado por la luz de la fe, por la presencia de Dios en Ella.
Necesitamos aprender a mirar nuestra vida como María lo hacía. Estamos necesitados de esa luz, de ese saber mirar con mirada profunda. Sólo así podremos penetrar en la lógica de Dios, una lógica siempre amorosa, razón por la cual nuestra vida está preñada de gozo y dolor al mismo tiempo.
La mirada del corazón es mirada contemplativa que nos hace posible experimentar en el alma el escalofrío producido por la admiración y por el estupor al descubrir que somos tiernamente amados, inmensamente amados, sin mérito de nuestra parte, por pura gracia.
Es esa mirada contemplativa la que nos permite percibir como todo lo que somos y nos rodea está sustentado realmente por el amor, pese a la labor nefasta del príncipe de este mundo y de nuestro pecado.
Es mirando desde el corazón que todo a nuestro alrededor se transfigura permitiéndonos adivinar en nuestra realidad las huellas inconfundibles del Amado:
"Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura"
(Cántico espiritual. Fray Juan de la Cruz)
Pidamos a María la gracia de saber conservar en el santuario de nuestro corazón la memoria de las acciones amorosas de Dios en favor nuestro, la memoria de su obra redentora, la memoria de los innumerables dones que de Él recibimos permanentemente.
Pidamos a María la gracia de un corazón contemplativo que sabe mirar a Dios y a los hermanos; que sabe, sobre todo, entrar en comunión de amor con Dios y con los hermanos.
Fruto: Adquirir un espíritu contemplativo.
Día veintisiete
I. Cariños de la reina y otras especies de malva
1. Esta planta es una de las especies en que se divide la malva: su hoja es muy suave y dulce al tacto: su flor es muy pequeña y sin olor, pero tiene el color carmesí de los más encendidos y vivos y nos ofrece las flores en ramillete. Huye los ardores del sol y ama los charcos de agua. Hay además otras muchas especies de malvas que toman sus nombres en cada país, según sus cualidades, y son también suaves al tacto y al olfato. La viola romana es una yerba despreciable a la vista, pero al anochecer hace sentir de muy lejos la fuerza de su olor.
II. Clemencia y mansedumbre
2. La clemencia modera, en cuanto es compatible con las leyes de la justicia, los rigores y la severidad de la pena; y la mansedumbre salva contra la ira la paz del corazón. Estas virtudes ablandan y calman, dulcifican y pacifican. La malva es una planta muy blanda y suavísima al tacto, y en sus especies perfuma con su fragancia y embellece con la variedad de sus flores nuestros jardines.
III. Clemencia y mansedumbre en María
3 . Clemencia: aplacar a Dios y mitigar la severidad de la pena debida por la culpa, esto fue una de las altas funciones que ejerció María para con el mísero pecador: lo fue durante su vida, y lo será mientras haya sobre la tierra pecad o r e s. Mansedumbre: María fue dulce y blanda de corazón. Nadie la ha visto jamás airada.
IV. La flor a María
4. Cuando sopla en tu corazón el viento de la ira, de la inquietud y del mal agrado ¿qué haces? ¿te abandonas? ¿prorrumpes en quejas, en palabras malsonantes, injuriosas y mal plazadas? Cuando te sientes poseído del mal humor, agitado por un espíritu maligno, ¿resistes al ímpetu del corazón que amenaza arrebatarte su paz? Examínalo bien, y resuélvete a ser blando, manso y dulce, y, al ofrecer a María esta flor, le dirás: Presentación de la flor
ORACIÓN. ¡Oh clementísima y dulcísima María! Os presento hoy la mansedumbre; yo guardaré la paz del corazón, y en el día malo resistiré al ímpetu de la ira. Así os lo prometo; recibid esta mi resolución, aceptad mi flor
DÍA 27
¡Bienaventurada siempre Virgen María!, te encomendamos a los hombres y a las mujeres que habitan en la tierra.
Que, al seguir tu ejemplo, escuchen la palabra de Dios y tengan respeto y compasión por los demás, especialmente por los que son diversos de ellos.
Que, con un solo corazón y una sola mente, trabajen para que todo el mundo sea una verdadera casa para todos los pueblos de la tierra.
¡Dadnos el don maravilloso de la Paz! Amén.
EL HOGAR DE MARÍA 27 DE MAYO
1. Saludo Hay un viejo dicho que dice lo siguiente: "hay que querer lo que se hace, y no hacer lo que se quiere". La Virgen tenía pensado un futuro. Un horizonte que, Dios a través del Ángel, se lo complicó de sobremanera. Nazaret era su pueblo.
Su pensamiento, y futuro esposo, José. Su sueño, como tantas personas de nuestro tiempo, formar un hogar. La humildad de María, tal vez, fue la mejor rosa que floreció en aquel hogar. Dios, por aquello de que también le gusta lo bueno, se acercó a María. Atravesó el umbral de su hogar. Y puso, en medio de él, la semilla de la luz esperada desde siglos.
Dios, entra siempre así. En los corazones que no se resisten. En los hogares de las puertas abiertas. En las casas donde existe gente que le alaba, le bendice y le sirve con corazón sencillo. Ciertamente, el hogar de José y de María, era una casa privilegiada. Cuando hay fe, una sola razón basta para creer. Cuando la fe es débil o sin trascendencia alguna, mil razones no bastan para fiarse.
El hogar de María era un semillero de fe y, por ello, una simple invitación del ángel, le bastó para abrirse sin reservas a Dios y dejar que entrase en sus entrañas. Contrasta, la apertura del hogar de María, con familias que nos decimos cristianas pero que, a duras penas, se nota -en palabras ni en gestos- que Dios es Alguien importante en nuestras vidas, en el amanecer cuando le damos gracias por el nuevo día, en la bendición de la mesa del mediodía o, incluso, cuando nos cuesta un esfuerzo el asistir como familia y en familia a la Eucaristía. ¿Cómo es la vida cristiana de nuestros hogares?
¿Rezamos o marginamos a Dios? ¿Confiamos en Dios o, solamente le recordamos en los momentos de prueba? Ofrezcamos, ante la Virgen María, este ladrillo. Quiere simbolizar nuestro deseo de edificar familias en el Espíritu de Dios, con las líneas maestras del Evangelio y con la orientación de la Iglesia a la cual pertenecemos.
2. ORACIÓN QUIERO, VIRGEN MARÍA, un hogar sencillo y con maderos para que, ni la vida ni los problemas, me alejen del espíritu de aquel esposo carpintero.
Quiero, Virgen María, un hogar con veleta apuntando hacia Dios un hogar con pozo de agua fresca un hogar con alma sencilla un hogar donde, cuando Jesús entre, encuentre siempre la mesa puesta y el corazón dispuesto.
Quiero, Virgen María, un hogar con paredes blancas y corazones fuertes un hogar con fuego vivo y sábanas blancas un hogar, donde el Evangelio, sea escuchado, seguido y proclamado. Así, Virgen María, quiero que sea mi hogar. Amén