¿Cómo vivir el Viernes Santo de este año 2012 en compañía de María, la Madre dolorosa? Un antiguo libro
titulado "Dormición de la Virgen" presenta a María recorriendo los lugares por los que anduvo Jesús camino del Calvario. Parece ser que ésta era también -como atestigua la monja Hegeria en el
siglo IV- una tradición de los cristianos que vivían en Jerusalén el día de Viernes Santo. Todos querían recorrer la senda que el Maestro había recorrido con la cruz a cuestas hasta el
Calvario.
¿Qué sentiría hoy María viendo la "Vía Dolorosa" convertida en la calle más comercial de la Jerusalén
antigua? Los grupos de mujeres plañideras han sido sustituidos por vendedores que ofrecen especias, ropas y toda clase de artesanía y de recuerdos. Los peregrinos se convierten con frecuencia en
meros turistas. Nada es como aquel viernes del año 30. O quizá sí. Hoy como entonces seguimos ignorando al Cristo que pasa, aunque, también hoy como entonces, sigue habiendo pequeños
cireneos.
Siento que la mirada de María no es una mirada de condena. Los mismos ojos compasivos que contemplaron
entonces al Hijo sufriente contemplan hoy a los hijos sufrientes que se esconden tras los escaparates de un comercio o bajo la gorra de un turista. La presencia de María sigue viva en esa calle
que parte de la torre Antonia y muere en la basílica del Santo Sepulcro, que serpea por entre bazares y puestos de policía, que ensambla las voces de los comerciantes, las plegarias de las
mezquitas y las campanas de las iglesias, que mezcla las monedas y el incienso. Aparece de manera expresa en el pequeño bajorrelieve que conmemora la cuarta estación en una capilla regida por los
armenios católicos.
Sigue viva, por encima de todo, consolando a los muchos cristos rotos que deambulan por las "vías
dolorosas" de este mundo nuestro, de la que la Vía Dolorosa de Jerusalén es todo un símbolo.
Podemos vivir este Viernes Santo de muchas maneras. Os invito a vivirlo al lado de María. Me resultan muy
luminosas las palabras de Juan que leemos hoy en el relato de la pasión y que tantas veces han sido musicalizadas: "Stabat mater iuxta crucem". La madre de Jesús permanecía en pie junto a la
cruz.
¿Cómo se percibe el misterio de la muerte de Jesús estando de pie al lado de la madre? Esta perspectiva
mariana del Viernes Santo es "otra cosa". Dediquémosle tiempo, mucho tiempo. Y pocas palabras. Ojos abiertos y corazón sencillo. Entonces el misterio entrará en nuestra casa.
Viernes Santo
Jesús muere en la Cruz
I. Jesús es clavado en la Cruz. Toda Su vida está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeante y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado “lugar de la calavera”. Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María su Madre, contempla toda la escena. La cruz, que hasta Él había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y escalera de gloria. Jesús está elevado en la Cruz. No hay reproches en los ojos de Jesús, sólo piedad y compasión. ¿Porqué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: “Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate” (Comentario sobre el Salmo 21).
II. La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. Muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles (1 Corintios 1, 23). La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor del mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo. “Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito” (SAN JOSEMARIA ESCRIVÁ, Vía crucis)
III. Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. La eficacia de la Pasión no tiene fin. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20). Muy cerca de Jesús está su Madre, y con Ella, Juan, el más joven de los Apóstoles. Y en la persona de Juan nos da a su Madre como Madre nuestra. (Juan 19, 26-27). Pidámosle a Santa María: “Haz que me enamore su Cruz y que en ella viva y more” (Himno Stabat Mater).
Contempla la Cruz, mira a Cristo yacente, clavado en ella, y descubre una extraña significación de las heridas del Crucificado.
Necesitamos poner delante de nuestros ojos a Aquel que con sus heridas nos ha curado, el que venda nuestras llagas y nos promete, al palpar las huellas dolorosas, la
resurrección.
Cada una de las llagas del Señor responde a un gesto supremo de solidaridad, de amor, como réplica a todas las prepotencias, vanidades, incredulidades, evasiones, mediocridades, huidas de los discípulos, tuya y mía.
Mira al Todopoderoso, el Hijo de Dios, clavado, en la mayor impotencia, sujeto al antojo de los hombres. Observa las manos heridas del artífice de la creación, atravesadas, sujetas; Fíjate en los pies detenidos, inertes, del que fue mensajero de paz; contempla el costado traspasado del que no hizo otra cosa que amar. Pero todas estas heridas no le han sido infligidas como resultado de un accidente, de un mal entendido, de una mala suerte, de una estrategia política, sino como consumación de un proyecto de amor. “No me quitáis la vida, soy yo quien la entrego libremente”.
Es muy posible que tú también estés padeciendo alguna impotencia, incomprensión, desprecio, juicio inmisericorde, trato violento e injusto, rechazo a tus gestos de amor, insensibilidad a
tus ofrendas.
Las heridas de la vida, a la luz de las heridas del Crucificado, se pueden convertir en el mejor testimonio de entrega, de donación de sí. En el diálogo mantenido entre Jesús y el que
estaba también crucificado a su derecha, descubrimos una reacción luminosa. A fin de cuentas nosotros sufrimos como consecuencia de nuestra conducta, reconocía el buen ladrón, mientras que este,
refiriéndose a Jesús, sufre injustamente.
De mirar y mirar a Jesús en la cruz, descubro destellos transfiguradores sobre las experiencias más dolorosas de la vida.
Jesús, en sus llagas, sufre los efectos de nuestros egoísmos, convertidos por Él en motivo de amor. La mayor prueba de amor no es morir por un hombre de bien, sino por quien no tiene
título honroso. Jesús se entregó por nosotros, aun siendo nosotros causa de su sufrimiento.
Cada uno de nosotros puede transformar sus heridas en ofrendas redentoras, solidarias. No sólo por aceptarlas con paciencia, sino porque al padecer puede asociarse a la Pasión de Cristo,
y cabe descubrir el privilegio de compartir las señales más autentificadoras del amor. San Pablo comprendió esta posibilidad cuando dijo: “completo en mi cuerpo lo que le falta de la Pasión de
Cristo”.
Cuando en los sufrimientos se pierde la perspectiva trascendente, atrapan, traumatizan, se convierten en facturas permanentes. Aunque sean por títulos nobles, que tendrán su recompensa,
sin embargo el que padece así, deja de gustar una de las posibilidades mayores de la fe, la de transformar todo, unidos a Cristo, en motivo de amor, de entrega, en actitud de abandono y
confianza, como Jesús en manos de su Padre.
El cristiano conoce el secreto de poder vivir el gozo en la adversidad, la esperanza contra toda esperanza, el amor frente a los enemigos. Esta sabiduría se recibe al mirar al Crucificado. El error posible proviene de desviar la mirada y fijarla en el comportamiento de los que nos rodean. Cuando volvemos nuestros ojos y los ponemos en las categorías sociales, humanas, de nuestro mundo, perdemos el sentido trascendente de la realidad y perecemos en agravios comparativos, por celos o rivalidad, por sentirnos despreciados o ignorados, y nos obsesionamos por pensar que en la vida nos ha tocado una mala suerte.
Jesús reconvierte en la cruz los signos de muerte en esperanza de vida, y los motivos de sufrimiento, en posibilidad redentora, sea por expiación propia, sea por solidaridad amorosa.
El Crucificado sigue siendo el Maestro de vida, no humilla a quienes padecen, sino que concede un sentido superior a lo incompresible del dolor y de la muerte, para interpretar las propias heridas, y las de los que constantemente comparten con nosotros sus pruebas.
El cristianismo no es una referencia moralista para mantener humillados a los desfavorecidos, sino la revelación que permite asumir las aflicciones personales, e invita a salir en ayuda
de los que se sienten más menesterosos y hundidos por sus sufrimientos.
No deseo hacer más consideraciones, que el dolor resiste muy mal las especulaciones ideológicas. Sólo os invito a que detengáis vuestros ojos en quien es la mayor muestra de
amor.
Señor Jesús,
También nosotros hemos “visto” cómo has padecido y cómo has muerto por nosotros.
Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu muerte.Con tu cruz nos ha redimido.
Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación.
Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado,desfigurado por el dolor,la imagen del Resucitado glorioso.
Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en Él, para que seamos dignos de sus promesas.
Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.
Hoy queremos acompañar a Cristo en la Cruz. Recuerdo unas palabras de san Josemaría Escrivá, en un Viernes Santo. Nos invitaba a revivir personalmente las horas de la Pasión: desde la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos hasta la flagelación, la coronación de espinas y la muerte en la Cruz. Decía: Ligada la omnipotencia de Dios por mano de hombre llevan a mi Jesús de un lado para otro, entre los insultos y los empujones de la plebe.
Cada uno de nosotros ha de verse en medio de aquella muchedumbre, porque han sido nuestros pecados la causa del inmenso dolor que se abate sobre el alma y el cuerpo del Señor. Sí: cada uno lleva a Cristo, convertido en objeto de burla, de una parte a otra. Somos nosotros los que, con nuestros pecados, reclamamos a voz en grito su muerte. Y Él, perfecto Dios y perfecto Hombre, deja hacer. Lo había predicho el profeta Isaías: maltratado, no abrió su boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores.
Es justo que sintamos la responsabilidad de nuestros pecados. Es lógico que estemos muy agradecidos a Jesús. Es natural que busquemos la reparación, porque a nuestras manifestaciones de desamor, Él responde siempre con un amor total. En este tiempo de Semana Santa, vemos al Señor como más cercano, más semejante a sus hermanos los hombres... Meditemos unas palabras de Juan Pablo II: Quien cree en Jesús lleva la Cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor... Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. El misterio pascual, que revivimos durante los días de la Semana Santa, es siempre actual (Homilía, 24-III-2002).
Pidamos a Jesús, en esta Semana Santa, que se despierte en nuestra alma la conciencia de ser hombres y mujeres verdaderamente cristianos, porque vivamos cara a Dios y, con Dios, cara a todas las personas.
No dejemos que el Señor lleve a solas la Cruz. Acojamos con alegría los pequeños sacrificios diarios.
Aprovechemos la capacidad de amar, que Dios nos ha concedido, para concretar propósitos, pero sin quedarnos en un mero sentimentalismo. Digamos sinceramente: ¡Señor, ya no más!, ¡ya no más! Pidamos con fe que nosotros y todas las personas de la tierra descubramos la necesidad de tener odio al pecado mortal y de aborrecer el pecado venial deliberado, que tantos sufrimientos han causado a nuestro Dios.
¡Qué grande es la potencia de la Cruz! Cuando Cristo es objeto de irrisión y de burla para todo el mundo; cuando está en el Madero sin desear arrancarse de esos clavos; cuando nadie daría ni un centavo por su vida, el buen ladrón —uno como nosotros— descubre el amor de Cristo agonizante, y pide perdón. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué fuerza tiene el sufrimiento, cuando se acepta junto a Nuestro Señor! Es capaz de sacar —de las situaciones más dolorosas— momentos de gloria y de vida. Ese hombre que se dirige a Cristo agonizante, encuentra la remisión de sus pecados, la felicidad para siempre.
Nosotros hemos de hacer lo mismo. Si perdemos el miedo a la Cruz, si nos unimos a Cristo en la Cruz, recibiremos su gracia, su fuerza, su eficacia. Y nos llenaremos de paz.
Al pie de la Cruz descubrimos a María, Virgen fiel. Pidámosle, en este Viernes Santo, que nos preste su amor y su fortaleza, para que también nosotros sepamos acompañar a Jesús. Nos dirigimos a Ella con unas palabras de San Josemaría Escrivá, que han ayudado a millones de personas. Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo por muchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús.
Mons. Javier Echevarría
Vamos a rezar:
* Piensa que Dios está junto a ti que te ama y que te está escuchando.
* Leé cada oración lentamente y al final de cada frase haz un poco de silencio.
* Las oraciones son sólo una ayuda, rezále a Dios con las palabras que salgan de tu corazón.
Señor, que tu Cruz me sea mi fuerza cuando estoy débil, que me ayude a levantarme cuando caigo, que renueve mi esperanza cuando esté triste.
Señor, consolá a los que sufren y ayudanos a comprender el sentido del dolor en nuestras vidas según tu voluntad.
Señor te pido perdón por todos mis pecados. Ayudame a cambiar y a acercarme a tu perdón en el sacramento de la Confesión.
Señor, que pueda reconocerte en cada hermano que sufre.Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.Sea lo que sea te doy gracias.Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus creaturas.No deseo más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz.Porque te amo y necesito darme a Vos, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita porque Tú eres mi Padre. Amén.
Jesús el Maestro nos ha convocado a cada una/o por nuestro nombre en esta mañana. Se nos ofrece la oportunidad de vivir el desafío del amor, del AMOR con mayúscula.
Es este un día que nos incita a descubrir “lo que Dios quiere de ti, de mí”:
“Que ames tiernamente”.
Tenemos hoy una invitación al amor, a amar sin medida. Una invitación que nos hace Jesús que se entrega.
Las celebraciones de estos días nos van conduciendo paso a paso hacia la Pascua.
Estamos en la mañana del Viernes Santo continuando con la noche de oración-adoración que hemos vivido.
Estamos en territorio sagrado, Cristo está muriendo hoy por nosotros. Y esa muerte ahora mismo se está padeciendo en los muchos calvarios de nuestro mundo.
Mira hoy al crucificado con ojos nuevos, contempla, admira, déjate penetrar por la fuerza que emerge de una cruz en la que pende el AMOR.
Es un día para vivir atentos porque bien puede ser este día para ti “tierra sagrada” en el que Dios quiere comunicarte algo.
El ritmo de este día es de oración, reflexión. Os invito a cada uno a realizar un camino personal de interiorización y encuentro. Por ello os pido un clima de silencio que favorezca ese encuentro.
“Jesús, reunió a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. (Mc 8,34)
Cuando Jesús dice: Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…, sentimos que Jesús nos está llamando a ser discípulas/ los, nos está llamando a acoger los planes de Dios Padre, y no a aferrarnos a nuestros impulsos, deseos, decisiones, a nuestros limitados sueños; sentimos que nos invita a seguirle…
Realmente Jesús es un enamorado del Reino y no tiene miedo a invitar, a llamar a la gente y a sus discípulos a entregarse a ese Reino, a construir un mundo mejor, a un compromiso radical…
Necesitamos amar tiernamente, también nosotros/as necesitamos enamorarnos del Maestro. Este el camino que hoy se nos ofrece: acoger el amor, la llamada de Jesús. Jesús nos seduce y esa seducción es tan potente que quien se deja cautivar por ella… se hace la pregunta de ¿qué me sirve ganar todo el mundo…?, como se la han hecho tantas y tantos que acabaron dejándolo todo para seguirle.
Amar tiernamente es un reconocer la necesidad que tenemos de amar y entregar el amor. Descubrir que el mundo necesita amor. Que necesita mi entrega-tu entrega al amor. Hoy, aquí, ante la cruz, Jesús nos pide respuesta a ese amor, a esa entrega generosa.
¡Que ames tiernamente! ¡Dios necesita de tu sí!
CONTEMPLAMOS JUNTOS tres actos de Jesús antes de su muerte.
Escucha con corazón abierto este texto del evangelio de Juan:
¡Tengo sed!
“Sabiendo, Jesús, que todo se había cumplido, para que también se cumpliese la Escritura, exclamó: -¨tengo sed`. (Jn, 19,28).
Contemplemos hoy este texto dejando resonar en nuestro corazón como un eco: “ya sabes lo que Dios quiere de ti”.
Nos recuerda esto, a otro momento cuando a la mujer samaritana Jesús le dijo: Dame de beber. Y ante su sorpresa siguió ofreciéndole: el don de Dios que es agua viva. Todo el que bebe de esta agua, volverá a tener sed; en cambio el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed”(Jn4,7,10,13).
Y en otro lugar: “si alguien tiene sed que venga a mí y beba” (Jn7,37).
¿Cómo entender este grito: “tengo sed”?
Algo nos está entregando en esas palabras.
Jesús nos entrega su sed de amar, nos entrega el compromiso de hacer el Reino presente en este mundo, nos entrega su fidelidad al Padre; y nos invita a acoger el “don de Dios que es agua viva”.
Nos pide que calmemos su sed y nuestra sed: “si tienes sed ven a mí y bebe
Nos pide que calmemos la sed de nuestros hermanos, que les manifestemos que Él les ama.
-`Todo está cumplido´.
Jesús es consciente de que está llegando al final de su vida. Y es consciente también de su fidelidad al Padre y de su fidelidad al Reino. Por ello puede decir con serenidad “todo está cumplido”. Jesús está completamente afianzado en la presencia del Padre en su vida, “es el Padre que vive en mí, el que está realizando su obra”(Jn14,10. “Yo les he enseñado lo que aprendí de ti”(Jn17,8). Por eso puede exclamar “todo está cumplido”. Esa confianza suya en el Padre la deposita en nuestras manos, nos invita a vivir en esa atmósfera de amistad, de familiaridad. Nos estimula a ir descubriendo en nuestro caminar diario el amor del Padre y a ser conscientes de que “el Padre está realizando su obra” en cada una, en cada uno de nosotros, porque “Él nos lo ha enseñado”. Es un camino hacia la justicia con las hermanas y hermanos. Ser solidarias/ os. No olvidar lo que el Maestro nos enseña acerca de poner el corazón, la mirada en el necesitado.
– “Entregó el espíritu”
Tercera acción de Jesús que realiza antes de morir. Qué puede significar “entregó su espíritu”, más allá del hecho material de llegar a la muerte. Creo yo que Jesús está remarcando que en esa entrega suya de algo tan personal, como es su espíritu, nos está entregando la vocación de discípulas y discípulos suyos. Él, el Maestro, nos está dejando su misión en nuestras manos, como dice (Jn 15,4), “permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros”. Esa entrega de su propia vocación, de su propia misión es una manifestación sugerente de aquellas palabras suyas “no me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros”, y de aquellas “lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros”.
Es un buen día hoy, ante el Crucificado, recordar a tantos hermanos nuestros que están muriendo mártires por su fe, por su amor a Cristo, por su amor al Padre.
Y para finalizar quiero confiaros lo que bulle en mi corazón:
Estamos en un momento privilegiado, fascinante. El Espíritu está “sacudiendo” a la Iglesia. El Espíritu ha hecho de este momento, un tiempo histórico. A través del Papa Francisco, ese mismo Espíritu, está llamando a la Iglesia a una gran Reforma. El Papa dijo: “la reforma continuará con determinación, lucidez y resolución”. Una Reforma que necesita mucha oración, mucha súplica a Dios Padre.
Esa Reforma, de alguna manera el Papa está invitando a la vida consagrada a empujarla, sostenerla, a afianzarla, a ponerse ella misma en profunda reforma, en la frontera para ser “llamada”- “reclamo” para el resto del Pueblo de Dios.
En mi corazón grita con fuerza que esta gran Reforma os necesita a vosotras/os jóvenes. Os necesita la Iglesia y os necesita la Vida Consagrada. Necesita vuestra entrega, vuestra fortaleza, necesita vuestro SI para ofrecer al mundo un nuevo rostro, una nueva manera de ser cristiana/no. La Vida Consagrada necesita de vuestras utopías, necesita de vuestros grandes sueños, necesita de vuestro amor entregado. Necesita de vuestro “aquí estoy”. La búsqueda de lo profundo, de la entrega es buscar a “un Dios sensible al corazón que hace feliz, y cuyo nombre es alegría, libertad y plenitud”
Esto es un ponernos delante del Dios de Jesús y como el mismo Jesús decirle: “Padre a tus manos encomiendo mi vida” (Lc23,46)
En este momento, dentro del ritmo del Triduo Pascual, podemos decir que estamos acompañando a Jesús en su agonía. ¡A este Jesús! que está agonizando ofrécele tu confianza, tu generosidad, el “aquí estoy” que Él espera.
“La respuesta que Jesús busca de ti no son las palabras. Él busca a las personas. Te busca a ti. No busca definiciones, sino compromiso. Jesús es el maestro del corazón, Jesús no da lecciones, no sugiere respuestas, te conduce con delicadeza a buscar dentro de ti y que puedas responder: ¡encontrarte ha sido la mejor cosa de mi vida! ¡Tú has sido lo mejor que me ha podido suceder”.
No tengas miedo:
“Ya sabes tú lo que Dios quiere de ti: que ames tiernamente, que practiques la justicia y que camines humildemente de la mano de tu Dios”.
Haz de este día un día de silencio y oración.
EN JESÚS LA MUERTE ES VIDA
Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
El Viernes Santo, justo antes del domingo de Pascua, rememoramos el día en que Jesús fue crucificado.
Es el día del silencio. Ante el misterio, silencio; ante la entrega, silencio; ante el amor derrochado hasta el extremo, silencio;…
"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Rom 5,8)
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario, y la gran paradoja: La cruz, sosteniendo el cuerpo malherido, torturado, agonizante y muerto de Jesús es signo de salvación y de esperanza.
Jesús murió en ella, perdonando, redimiendo y ennobleciendo todo. Sí, también a mí, siempre que yo quiera ser perdonado, redimido y ennoblecido, porque Dios lo que nunca me quitará será mi libertad. Da su vida por mí corriendo el riesgo de que yo no quiera aceptarlo.
Jesús murió en ella, rezando. Sólo quien confía y espera es capaz de rezar en medio del sufrimiento, la ignominia, la injusticia. La oración estará teñida por nuestro momento y Dios está ahí, en el momento que lo invocamos sea con alegría o con dolor, e iluminará mi experiencia, sea yo capaz de verlo ahora o no. Jesús murió con el nombre del Padre en sus labios: ¡Padre! Dios mío ¡Padre!
Jesús murió en ella, dando: “Cristo a pesar de su condición divina se despojó de su rango” (Efesios 1). Se despojó de su dignidad para servirnos, de sus vestidos para cubrir nuestra desnudez, de su belleza para vestirnos de hermosura, de su cuerpo y de su sangre (al punto salió sangre y agua) saciando nuestra hambre y nuestra sed, se despojó de su vida mortal para darnos vida eterna.
Jesús murió en ella, amando: El amor es más fuerte que la muerte. Cuando se ama hasta la muerte, la muerte se convierte en Pascua. Porque Jesús murió amando la cruz se ha convertido en nuestra señal, no por el tormento si no por el sacramento, no por el horror, si no por el amor y ahora, amaos porque “en esto conocerán que sois mis discípulos en que os amáis los unos a los otros con amor de caridad”
ADORA Y CONFÍA
“No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele en medio de vicisitudes y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su Providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado, si Dios te considera plenamente realizado, a su gusto.
Confía ciegamente en ese Dios que te quiere para sí, y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.
Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente cogido cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz, te lo suplico, vive en paz, que nada te altere, que nada sea capaz de quitarte tu paz: ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales.
Haz que brote y conserva siempre en tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda: todo cuanto te reprima e inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado y triste, adora y confía.”
Bienaventuranzas del Viernes Santo
Felices quienes ven en Jesús crucificado un ejemplo, una pasión, un compromiso, un desafío.
Felices quienes en la cruz descubren un camino, una búsqueda, un encuentro.
Felices quienes saben que el sacrificio personal es el sendero ineludible hacia la plenitud de su existencia.
Felices quienes han sido deslumbrados por la vida de Jesús y han decidido seguirle, cueste lo que cueste.
Felices quienes ayudan a quienes caen, quienes no les preguntan y les ayudan a levantarse.
Felices quienes acarician y secan el sudor y el dolor de los demás en el camino de su existencia.
Felices a quienes se les quedan marcadas en sus corazones las llagas, los rostros, las palabras, las estrellas de los crucificados.
Felices quienes denuncian las cruces de los demás, les ayudan a cargarlas cuando son inevitables y les ayudan a liberarse de la inhumanidad que conllevan.
Miguel Ángel Mesa. Bienaventuranzas de la vida
Hoy no se celebra la Santa Misa. En su lugar, a la “hora nona” (las tres de la tarde), se celebra la Pasión del Señor con la Liturgia de la Palabra y la Adoración de la Cruz. Luego de la Adoración de la Santa Cruz, se distribuye la comunión con el pan consagrado el día anterior durante la Misa de la Cena del Señor. Es día de ayuno y abstinencia. También en este día se meditan las “siete palabras” de Jesús en la cruz. El propósito es recordar la crucifixión de Jesús y acompañarlo en su sufrimiento.
La Liturgia de la Palabra para este día consta de la lectura del cuarto “Cántico del Siervo de Yahvé” (Is 52,13-53,12) – profecía del Mesías en su Misterio Pascual, el Salmo 30 (2.6.12-13.15-16.17.25) – con la invocación de Jesús en la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, el pasaje de la Carta a los Hebreos donde se proclama el sentido sacerdotal de la vida de Jesús y especialmente en la Pasión (Hb 4,14-16;5,7-9) y, finalmente, el relato de esta según san Juan (18,1–19,42).
La primera lectura, que a mí siempre me conmueve, no solo profetiza, sino que explica el verdadero sentido de la Pasión redentora de Jesús: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?… El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”.
Y todo fue por amor…
El salmo nos presenta la última de las siete palabras de Jesús en la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. En la sexta palabra Jesús anuncia al Padre que la misión que Él le había encomendado estaba cumplida (Jn 19,30). Ahora reclina la cabeza sobre su pecho y, estando ya próximo el sábado, llegó la hora de descansar, como lo hizo el Padre al concluir la creación (Cfr. Gn 1,31.2,2).
No sé exactamente qué pasaría por su mente en esos momentos, pero prefiero creer que su último pensamiento humano fue para su Madre bendita. Eso le hizo recordar aquellas palabras que había aprendido de niño en el regazo de su Madre, las palabras con que todos los niños judíos encomendaban su alma a Dios al acostarse: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
Señor, ayúdame a comprender y apreciar el sacrificio supremo de la Cruz, ofrecido por Ti inmerecidamente para nuestra salvación. Amén.
Viernes Santo
Pasión de Nuestro Señor
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
— En el Calvario. Jesús pide perdón por quienes le maltratan y crucifican.
— Cristo crucificado: se consuma la obra de nuestra Redención.
— Jesús nos da a su Madre como Madre nuestra. Los frutos de la Cruz. El buen ladrón.
I. Jesús es clavado en la cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza...!.
Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeando y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado «lugar de la calavera». Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.
El Señor está firmemente clavado en la cruz. «Había esperado en ella muchos años, y aquel día se iba a cumplir su deseo de redimir a los hombres (...). Lo que hasta Él había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y escalera de gloria. Una honda alegría le llenaba al extender los brazos sobre la cruz, para que supieran todos que así tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a Él: abiertos (...).
»Vio, y eso le llenó de alegría, cómo iba a ser amada y adorada la cruz, porque Él iba a morir en ella. Vio a los mártires, que, por su amor y por defender la verdad, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se iban a hacer a lo largo del mundo. Vio tantos hombres que, con su vida, iban a ser santos, porque supieron morir como Él y vencieron al pecado». Contempló tantas veces cómo nosotros íbamos a besar un crucifijo; nuestro recomenzar en tantas ocasiones...
Jesús está elevado en la cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproches en los ojos de Jesús, solo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores. Era costumbre reservar estos gestos humanitarios con los condenados. La bebida –un vino fuerte con algo de mirra– adormecía y aliviaba el terrible sufrimiento.
El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: «Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate». No se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.
II. La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrantándole las piernas. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles. Desde siempre, ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz.
La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
«Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita.
»No era necesario tanto tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanza... Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder?
»Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito».
III. Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Le habla con la confianza que le otorga el ser compañero de suplicio. Seguramente habría oído hablar antes de Cristo, de su vida, de sus milagros. Ahora ha coincidido con Él en los momentos en que parece estar oculta su divinidad. Pero ha visto su comportamiento desde que emprendieron la marcha hacia el Calvario: su silencio que impresiona, su mirar lleno de compasión ante las gentes, su majestad grande en medio de tanto cansancio y de tanto dolor. Estas palabras que ahora pronuncia no son improvisadas: expresan el resultado final de un proceso que se inició en su interior desde el momento en que se unió a Jesús. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. Otros muchos se convertirían al meditar los hechos de la Pasión recogidos por los Evangelistas.
Escuchó el Señor emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Debió producir alegría en su corazón, después de tanto sufrimiento. Yo te aseguro, le dijo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí. No ya por «nosotros», de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa.
«Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazón sensible (...). Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza». Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Solo nuestro «no querer» puede hacer baldía la Pasión de Cristo.
Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los Apóstoles. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra.
Este gesto tiene un doble sentido. Por una parte se preocupa de la Virgen, cumpliendo con toda fidelidad el Cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que Ella es nuestra Madre. «La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo».
«Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:
»—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
»Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:
»—Tengo sed (Jn 19, 28).
»Los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama:
»—Todo está cumplido (Jn 19, 30).
»El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra, cuando clama el Señor con una gran voz:
»—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
»Y expira.
»Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior. Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como Cristo, las heces del cáliz».
Con María, nuestra Madre, nos será más fácil, y por eso le cantamos con el himno litúrgico: «¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more...»