Siempre me ha asombrado la autoridad que debía emanar de la persona de Jesús. Rodeado de enemigos, deseosos de matarlo, pero Él se escabulle. Qué respeto debía de imponer.
Es que, aunque a muchos les disgustara, la vida de Cristo confirma la obra de Dios, con su vida y con su Palabra. Con su actividad, se dividen los ánimos: se ofrece bastante luz para poder creer,
pero también la suficiente oscuridad para justificar el rechazo de adhesión a Cristo. También el fragmento que hemos leído hoy concluye afirmando que “muchos creyeron en él”, pero no todos.
Algunos se dejan convencer, mientras que otros se atrincheran en su postura. Estos últimos actúan de buena fe, porque desean “defender a su” Dios. Durante la última cena Jesús dirá a sus
discípulos: “Llegará la hora en la que os quiten la vida pensando que dan culto a Dios”.
¿Acaso estas tendencias referentes a la fe no se encuentran, aunque sea en grado menor, en nuestro corazón?
Nuestra fe pasa con frecuencia por altibajos. Es como si la muchedumbre de la que habla Juan estuviera dentro de nosotros. Jesús con su ejemplo nos enseña cómo superar oscilaciones tan peligrosas dictadas por el sentimiento o por el estado de ánimo, o el escepticismo sutil que se respira en la mentalidad de nuestros días. La fe cristiana, para que arraigue en lo hondo de nuestro ser y permanezca firme, a pesar de los temporales de superficie, precisa fundarse sólidamente en la Sagrada Escritura, que llega en el Nuevo Testamento a su cumplimiento y plenitud. Frecuentar asiduamente la Palabra de Dios es fortalecer nuestra fe en esta Palabra que tiene rostro: el del Hijo igual al Padre.
Jesús fue fiel. Siempre. Se dedicó a la obra de Dios. Porque supo apoyarse en los soportes adecuados. Tú también tienes esos soportes: oración, sacramentos, Palabra de Dios. Se está terminando la Cuaresma. Lucha hasta el último segundo. Las fuerzas te las da el mismo Jesús, que te dejó su Espíritu.
VIERNES DE CONCILIO, VIERNES DE DOLORES O
VIERNES DE PASIÓN.
Viernes de Concilio marca el inicio de la Semana Santa.
“Se le llama Viernes de Concilio porque ese día se reunió el poder supremo y decidió condenar a Jesús a muerte. También, es momento propicio para recordar el dolor de la Virgen María por la sentencia a su Hijo”.
El Viernes de Dolores o Viernes de Pasión, es el viernes anterior al Domingo de Ramos, comprendido dentro de la última semana de la Cuaresma, conocida por la Iglesia como Semana de Pasión. En algunas regiones es considerado como el inicio de la Semana Santa o Semana Mayor, al iniciarse en éste las procesiones.
Los católicos manifiestan su fervor religioso en la celebración de los Dolores de Nuestra Señora, incluyendo por ejemplo en la liturgia de la Misa la secuencia del Stabat Mater.
En algunos lugares se le denomina Viernes de Concilio, el cual es tomado como día de ayuno y abstinencia, quedando proscrito el consumo de carnes.
Esta antigua celebración mariana tuvo mucho arraigo en toda Europa y América, y aún hoy muchas de las devociones de la Santísima Virgen del tiempo de Semana Santa, tienen su día festivo o principal durante el Viernes de Dolores, que conmemora los sufrimientos de la Madre de Cristo durante la Semana Santa.
El Concilio Vaticano II consideró, dentro de las diversas modificaciones al calendario litúrgico, suprimir las fiestas consideradas "duplicadas", esto es, que se celebren dos veces en un mismo año; por ello la fiesta primigenia de los Dolores de Nuestra Señora el viernes antes del Domingo de Ramos fue suprimida, siendo reemplazada por la moderna fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre.
A pesar de ello, la Santa Sede contempla que, en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María, este día puede celebrarse sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias.
En la Pasión y Crucifixión hay dos personajes que pagaron con sus propias vidas el precio de nuestra redención: Cristo, nuestro salvador y redentor, que con su sangre preciosa lavó nuestros pecados y nos abrió la puerta del cielo. Y María, la madre dolorosa, la corredentora, que por su amor inmenso hacia Jesús, padeció la agonía de su hijo, y así, consumida de dolor, inmersa en el cáliz de la sangre redentora de su hijo, comparte plenamente el sacrificio salvífico de Jesús... ¡y todo por amor a nosotros!
El camino del Calvario no solo fue recorrido por Cristo. La vía dolorosa también la recorre María, acompañando y consolando a su hijo. Su campañía y su consuelo son silentes y escondidos; desde un rincón de la calle, Ella camina presenciando todo el dolor de su hijo. María, desde su lugar, vive la pasión de su amado hijo dándole la fuerza y la gracia de su amor.
Primera Estación: "Jesús es condenado a muerte" Oh, Madre Dolorosa... ¿qué sintió tu corazón cuando escuchaste la sentencia de muerte que imponían a tu adorado hijo? Tú que le diste vida, que lo llevaste en tus entrañas, que lo amamantaste, que lo viste crecer, caminar, hablar... serías testigo de su muerte. ¡Qué dolor, Madre, para ti, verlo recorrer el camino pedregoso y estrecho que lo llevaría hacia su crucifixión! María, Madre del injustamente condenado, sé que hubieras querido tomar el lugar de Jesús, pero sabias que era el momento de su martirio. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Segunda Estación: "Jesús carga con su cruz" Oh, Madre Dolorosa... tú que has sentido el gran dolor de ver a tu hijo con una corona de espinas enterrada en su cabeza; tú que has visto su cuerpo con latigazos, sangrando, y su carne con llagas... ahora tienes que ver cómo, sin ninguna consideración, en esa piel tan herida y adolorida, le colocan una cruz. Tú, Madre, sientes en tu corazón el peso apremiante de ese madero que colocan sobre los hombros de tu amado hijo. Y tú, María, sin poder tomar su cruz, aunque eso era lo que tu corazón deseaba hacer. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Tercera Estación: "Jesús cae por primera vez" Oh, Madre Dolorosa... tú que viviste para cuidar a tu hijo, ¡qué duro fue para ti verlo indefenso! María, todo tu ser reaccionó y quisiste ir a recoger a Jesús, acariciarlo, mitigarle su dolor, igual que cuando niño se caía y lo limpiabas, lo curabas. Pero no podías hacerlo, debías solo orar y pedirle al Padre Celestial que le diera las fuerzas necesarias para continuar... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Cuarta Estación: "Jesús se encuentra con su Madre" Oh, Madre Dolorosa... tú corazón no aguanta más el deseo de darle un poco de cariño a tu hijo. Entonces te adentras entre la multitud gritando el nombre que tantas veces llamabas para que fuera a comer, a estudiar: "¡Jesús, Jesús, mi hijo...!", y por fin logras llegar a donde está tu hijo Jesús. Tus ojos llenos de lágrimas y angustia… sus ojos llenos de dolor, de soledad, mendigando de los hombres un poco de amor... En ese momento tomaste fuerzas del amor que le tienes y con tu mirada silenciosa, pero mucho más elocuente que las palabras, le dices: "Adelante, hijo, hay un propósito para todo este dolor... la salvación de los hombres, de aquellos a quienes quieres devolverles el poder ser hijos de tu Padre Celestial. Y regresas, Madre, silenciosa a tu lugar, escondida entre la muchedumbre, guardando todo esto en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Quinta Estación: "Simón Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz" Oh, Madre Dolorosa... qué alivio sentiste cuando viste que un hombre iba a ayudar a tu pobre y destrozado hijo a cargar con esa cruz tan pesada. No sabes quién es ese hombre, sabes que no lo hace por amor o por compasión, pues lo están obligando a llevar la cruz de tu hijo. Lo único que sabes es que jamás olvidarás el rostro de aquel hombre que alivió el dolor de tu hijo... Por eso oras y pides a Dios que mientras carga la cruz, la sangre de Jesús, que corre por el madero, toque su corazón y le haga comprender cuánto amor se revela en esa cruz, cuánta misericordia se manifiesta en ese evento del cual él está siendo partícipe. Y tú, Madre, recordarás por siempre el rostro de aquel extraño que desde ese momento se convirtió para ti en un hijo. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Sexta Estación: "Verónica limpia el rostro de Jesús" Oh, Madre Dolorosa, has estado orando y suplicando al Padre que mueva el corazón de alguien para que generosamente corra a auxiliar a tu hijo. Deseabas que fuera una mujer, para que con su delicadeza maternal aliviara la aspereza y brusquedad que ha recibido Jesús. Y cuando ves a la Verónica acercarse a limpiar el rostro desfigurado de tu hijo, sientes que tu corazón va a estallar. Ves cómo su velo blanco y limpio se posa sobre el rostro sangriento y sudado de tu amado Jesús... Y sabes, Madre, que ante una acción tan amorosa, tu hijo va a dejar una huella de su presencia... El rostro de tu hijo, grabado en un velo blanco... así como está grabado en tu Inmaculado Corazón. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Séptima Estación: "Jesús cae por segunda vez" Oh, Madre Dolorosa... sientes que con Jesús también vas a caer... Tratas de ir a socorrerlo, pero un soldado te detuvo. Tu corazón parece que va a desfallecer; puedes imaginarte el dolor que debe sentir tu hijo Jesús al caer y volver a caer sobre las piedras, rasgándose las rodillas y abriéndosele más las llagas de los azotes. Madre, ¿qué sentías, qué deseabas...? Solo si pudieras llegar a donde estaba tu amado hijo y le dieras un poco de agua, un poco de ternura... Madre, tú querías darle todo con tal de aliviar su sufrimiento y su fatiga... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Octava Estación: "Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús" Oh, Madre Dolorosa... tus lágrimas han ido humedeciendo el camino tan seco y árido que recorre tu hijo; tus lágrimas de amor y sacrificio van mezclándose con la sangre de tu hijo que cae sobre la tierra. Sufres al ver la frialdad de los hombres ante un espectáculo tan doloroso, pero de pronto ves que unas mujeres lloran de compasión al ver a tu hijo tan destrozado y descubres que Jesús se detiene ante ellas... Les dice que no lloren por El, sino que lloren más bien por ellas y por sus hijos... Quizás ellas no entendieron, Madre, pero tú sí comprendiste la profundidad de aquellas palabras de tu hijo. Sabías en tu corazón que El las llamaba a un arrepentimiento verdadero, a que lloraran más bien por sus propios pecados. Tu amado hijo, en medio de su gran sufrimiento, seguía siendo el gran maestro de los hombres... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Novena Estación: "Jesús cae por tercera vez" Oh, Madre Dolorosa... ves cómo los soldados obligan a tu hijo a apresurar el paso para acabar con tan incómoda misión. Lo hacen caminar tan rápido, que Jesús, en su debilidad y agotamiento, tropieza y cae de nuevo. Los soldados le gritan y lo golpean para que se levante... y tú, Madre sufriente, lo único que deseas es susurrar en el oído de tu hijo aquellos cánticos de amor, aquellos versos tiernos y dulces que le cantabas por las noches cuando era un niño. Deseabas abrazarlo y ayudarlo a levantarse para que llegara a su meta final: la cruz. Ya le queda muy poco, y tu corazón está tan desgarrado de compasión por tu hijo, que lo único que deseas es que ya llegue a su descanso... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Décima Estación: "Jesús es despojado de sus vestiduras" Oh, querida Madre Dolorosa... en este momento recuerdas ese glorioso momento cuando tuviste a Jesús por primera vez en tus brazos, en medio de la pobreza del portal de Belén. Lo envolviste en pañales y lo colocaste en un pesebre. Querías que no pasara frío, que no estuviera desnudo, sino que esa ropita que le habías hecho con tanto amor cubriera su inmaculado cuerpo. Qué dolor para ti, María, ver a tu hijo despojado de su ropa... tú que viviste para cubrirlo, protegerlo y cuidarlo, hoy lo ves indefenso, desnudo... muriendo en la misma pobreza en que nació. Y de pronto ves, Madre, en el rostro de Jesús un gesto de profundo dolor, y es que al quitarle la túnica, también arrancaron pedazos de su cuerpo que se habían pegado a la tela... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Undécima Estación: "Jesús es clavado en la cruz" Oh, Madre Dolorosa... te preguntas si no es suficiente todo lo que le han hecho, pues todavía falta más... Ves cómo colocan a tu hijo en la cruz; ni siquiera podrá pasar sus últimos momentos con algún descanso. No, ahora ves cómo amarran a la cruz su cuerpo herido. Pero, Virgen Mártir, tu corazón se detuvo al oír los martillazos que atravesaban sus huesos. Sus manos y sus pies estaban completamente taladrados por esos clavos. Tú, María, recibes esos clavos como si verdaderamente te los clavaran. Quisieras decirles a los soldados que todo eso no era necesario... No tenían que usar clavos para mantener a tu hijo Jesús en la cruz, pues su amor por los hombres lo hubiera sostenido allí, en la cruz hasta la muerte... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Duodécima Estación: "Jesús muere en la Cruz" Oh, Madre Dolorosa, estás al pie de la cruz de tu hijo... firme, de pie como toda una reina. Al lado de tu hijo, ofreciéndote como sacrificio de consolación. Y ves cómo un soldado traspasa con una lanza el corazón de tu hijo... y tu corazón, María, en ese momento fue traspasado espiritualmente por la misma lanza... La unión indisoluble de tu corazón con el corazón de Jesús queda revelada para toda la eternidad. Tu corazón recibe místicamente los efectos del traspaso físico del corazón de tu Hijo. Oh, Madre, tu hijo ha muerto, y sientes el dolor, el vacío, la soledad, pero también el descanso de saber que ya el mundo con toda su hostilidad no le puede hacer más daño... Qué grande eres, María; tú, igual que tu hijo Jesús, llegaste hasta el final. Es en la cima del monte Calvario, en esa cruz donde tu hijo es elevado en su trono de rey, que te conviertes en reina. Tu reinado, María, lo alcanza tu gran amor y tu fidelidad en el dolor. Todo parece acabado... y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Décima tercera Estación: "Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su Madre" Oh, Madre Dolorosa, ahora sí puedes tener a tu hijo en tus brazos. Te parece mentira que aquel niño que tantas veces acunaste, arrullaste y estrechaste contra tu pecho, se vea en ese momento como un despojo humano. Pero lo único que te importa es tenerlo de nuevo en tus brazos maternales. Sabes que no puede sentir tus caricias ni tus besos, pero aun así lo besas y lo acaricias... con tu ternura y tu amor quieres borrarle el horror de lo que los hombres le hicieron. Madre, cómo lo estrechabas, cómo abrazabas ese cuerpo tan desfigurado... Sabías que El había llevado sobre sí toda nuestra culpa, que con su dolor había sanado las llagas de nuestros pecados, que con su ser destrozado había devuelto la belleza a nuestras almas... Y al mirarlo inmóvil en tus brazos solo pensabas que El vivió para amar y ahí estaba la prueba más grande de su amor. Por eso... todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Décima cuarta Estación: "Jesús es colocado en el sepulcro" Oh, Madre Dolorosa, nunca dejas a tu hijo, vas con los que lo llevan a enterrar, pues quieres acompañarlo hasta su tumba. Quisieras arreglar su cuerpo, vestirlo, ponerle un manto blanco, suave y perfumado, pero nada de eso se te permite hacer. Recuerdas en ese momento los nueve meses que lo tuviste en tu vientre. Donde lo guardabas con tanto amor, cuidándolo del maltrato del mundo. Y es así como lo depositas en la tumba. Es hora de dejarlo y de cerrar la puerta del sepulcro. Qué dolor, Madre, saber que El se queda ahí y que tú debes continuar aquí en la tierra, enfrentándote a la oscuridad, a la burla, a la indiferencia y al desprecio que aun después de muerto sigan haciéndole los hombres. María, tú caminas despacio, como si no quisieras separarte de tu hijo, pero una gran paz envuelve tu corazón traspasado de dolor... La paz y el gozo de saber que tu hijo muy pronto RESUCITARÁ.
La fe tiene
que convertirse en vida para mí
“Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos”. Esa ha sido la constante en los relatos evangélicos de los días recientes. La autoridades, los componentes del poder ideológico-religioso de la época, ya habían puesto en marcha su conspiración para acabar con Jesús. Había que eliminarlo. Pero su hora no había llegado aún. Cuando llegue la hora Él no opondrá resistencia, y enfrentará con valentía, no solo el poder ideológico-religioso, representado por el Sumo Sacerdote Caifás y el Sanedrín, sino también el poder político, representado por el rey Herodes Antipas y el Procurador romano Poncio Pilato.
En el relato evangélico de hoy (Jn 10,31-42) encontramos a Jesús enfrentando a unos judíos que se disponían a apedrearlo. Jesús los confronta con todos los portentos y prodigios que ha obrado “por encargo” de su Padre, y ellos insisten en apedrearlo, no por las buenas obras que ha realizado, sino por blasfemo, al atribuirse a sí mismo el ser Dios. Los judíos que le rodean están tan concentrados en la letra de la Ley que no pueden ver que tienen a Dios delante de ellos, no tienen fe. Creen en Dios pero no creen en Su Palabra que se hace presente entre ellos.
En el sermón de la Montaña Jesús había dicho: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Si no abro mi corazón al amor incondicional de Dios (la “Verdad”) y comparto ese amor con mi prójimo, especialmente los más necesitados, jamás veré el rostro de Dios aunque lo tenga delante de mí (Cfr. Mt 25,31-46). Me pasará igual que a aquellos judíos que lo tuvieron ante sí y no le reconocieron, a pesar de todas las pruebas que se les presentaron.
Como no había llegado su hora, el Señor lo protegió y permitió que escapara. En la misma situación vemos al profeta Jeremías en la primera lectura (Jr 20,10-13). Jeremías fue llamado por Dios al profetismo a temprana edad. Por eso puso resistencia cuando recibió su vocación: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”. El Señor le dijo que no aceptaba esa excusa, y le prometió su protección (1,8).
A pesar de su corta edad, Jeremías fue llamado a denunciar los graves pecados del pueblo, sus infidelidades a la Alianza. Y al igual que Cristo, fue perseguido, y conspiraron para atraparlo y acabar con él. “‘Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo’. Mis amigos acechaban mi traspié: ‘A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él’”. Pero el profeta confió en la palabra de Dios y siguió adelante. “El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”.
Es la oración de petición confiada y fervorosa que encontramos en el Salmo (17) de hoy: “En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó”.
Asimismo tenemos que aprender a confiar en el Señor cuando se nos persiga, o se mofen de nosotros causa del Evangelio. “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador
Los judíos ya quieren apedrear a Jesús porque se hace Dios (Evangelio). Le preguntan si es el Mesías; Jesús responde indirectamente, remitiendo al testimonio de sus obras; sólo pueden conocerle los que están abiertos a la fe. Para los judíos blasfema porque se hace Dios.
No quieren ver la Luz de sus obras; permanecen en la ceguera de su rechazo y de su inmovilismo; su falta de fe les impide ver en las obras de Jesús lo que es más valioso para Dios: la misericordia, el perdón, la liberación de los oprimidos, el amor al prójimo como alma del culto en el Templo.
Jesús se refugia en la orilla del Jordán donde el Bautista bautizó a muchos y donde Jesús inició su vida pública. "Muchos creyeron en Él allí".
La situación del Profeta Jeremías, perseguido, nos introduce en la persecución a Jesús y en su pasión. La fuerza espiritual de los dos tiene la misma fuente: "el Señor está conmigo como fuerte soldado...porque a Ti encomendé mi causa" (1ª lectura).
El Papa Francisco nos alerta del empeño del Maligno; no quiere que seamos discípulos de Jesús, ni que nos abramos a su Palabra. Su tentación "tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en la trampa. Primera, la tentación comienza levemente, pero crece, siempre crece; después contagia a otro. Y al final, para tranquilizar el alma, se justifica" ( homilía. 11-4-2014).
La fuerza para vencer nos viene del Señor, como a Jeremías y a Jesús: "En el peligro invoqué al Señor y me escuchó...yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador" (Salmo 17).
León Felipe escribe en su poema "Segador esforzado":
"Y ahora pregunto aquí:¿quién es el último que habla, el sepulturero o el Poeta?; ¿he aprendido a decir Belleza, Luz, Amor y Dios para que me tapen la boca cuando muera con una paletada de tierra?. No, he venido y estoy aquí, me iré y volveré mil veces en el Viento para crear mi gloria con mi llanto.
Eh Muerte...escucha, yo soy el último que hablo... Y otro día dirán en los libros sagrados: el primer hombre fue de barro, el segundo de masa cruda y el tercero de Pan y Luz . Será un sábado cuando se cumplan las grandes Escrituras...Entre tanto, a trabajar con humildad y sin bravatas, Segador Esforzado":
Escuchando a Jesús en sus manifestaciones a los judíos prevalecen tres condiciones para conocerle, amarle y seguirle: no tener morada estable, no preocuparse por lo que ya está muerto y no mirar atrás. Él lo hace posible.
Fraternalmente:
Jaime Aceña Cuadrado cmf
El Viernes de Dolores o Viernes de Pasión, es el viernes anterior al Domingo de Ramos, comprendido dentro de la última semana de la Cuaresma, conocida por la Iglesia como Semana de Pasión. En algunas regiones es considerado como el inicio de la Semana Santa o Semana Mayor, al iniciarse en éste las procesiones.
Los católicos manifiestan su fervor religioso en la celebración de los Dolores de Nuestra Señora, incluyendo por ejemplo en la liturgia de la Misa la secuencia del Stabat Mater.
En algunos lugares se le denomina Viernes de Concilio, el cual es tomado como día de ayuno y abstinencia, quedando proscrito el consumo de carnes.
Historia de una festividad
Esta antigua celebración mariana tuvo mucho arraigo en toda Europa y América, y aún hoy muchas de las devociones de la Santísima Virgen del tiempo de Semana Santa, tienen su día festivo o principal durante el Viernes de Dolores, que conmemora los sufrimientos de la Madre de Cristo durante la Semana Santa.
El Concilio Vaticano II consideró, dentro de las diversas modificaciones al calendario litúrgico, suprimir las fiestas consideradas “duplicadas”, esto es, que se celebren dos veces en un mismo año; por ello la fiesta primigenia de los Dolores de Nuestra Señora el viernes antes del Domingo de Ramos fue suprimida, siendo reemplazada por la moderna fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre. Aun así, en la tercera edición del Misal Romano (2000), hay un recuerdo especial a los Dolores de la Santísima Virgen en la celebración ferial de ese día, introducida por San Juan Pablo II.
La Santa Sede y las normas del Calendario Litúrgico contemplan que, en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María y en sus calendarios propios sea tenida como fiesta o solemnidad, este día puede celebrarse sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias. (Cf. Tabla de los días Litúrgicos, Misal Romano)
La devoción a Nuestra señora de los dolores viene desde muy antiguo. Ya en el siglo VIII los escritores eclesiásticos hablaban de la “Compasión de la Virgen” en referencia a la participación de la Madre de Dios en los dolores del Crucificado.
Pronto empezaron a surgir las devociones a los 7 dolores de María y se compusieron himnos con los que los fieles manifestaban su solidaridad con la Virgen dolorosa.
La fiesta empezó a celebrarse en occidente durante la Edad Media y por ese entonces se hablaba de la “Transfixión de María”, de la “Recomendación de María en el Calvario”, y se conmemoraba en el tiempo de Pascua.
En el siglo XII los religiosos servitas celebraban la memoria de María bajo la Cruz con oficio y Misa especial. Más adelante, por el siglo XVII se celebraba el domingo tercero de septiembre.
El viernes anterior al Domingo de Ramos también se hacía una conmemoración a la Virgen Dolorosa, festividad conocida popularmente como “Viernes de los Dolores”.
Benedicto XIII extendió universalmente la celebración del “Viernes de Dolores” en 1472 y en 1814 el Papa Pío VII fijó la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores para el 15 de septiembre, un día después a la Exaltación de la Santa cruz.
El Viernes de Concilio en Venezuela
En Venezuela, se realizan procesiones de la Virgen María Dolorosa y bajan los palmeros con las palmas que son benditas el Domingo de Ramos.
Cuaresma. 5ª semana. Viernes
Pasión de Nuestro Señor
LA ORACIÓN EN GETSEMANÍ
— Jesús en Getsemaní. Cumplimiento de la Voluntad del Padre.
— Necesidad de la oración para seguir de cerca al Señor.
— Primer misterio de dolor del Santo Rosario. La contemplación de esta escena nos ayudará a ser fuertes en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
I. Después de la Última Cena, Jesús y los Apóstoles recitan los salmos de acción de gracias, como era costumbre. Y la pequeña comitiva se pone en marcha en dirección a un huerto cercano, llamado de los Olivos. Jesús había advertido a Pedro y a los demás que, esa noche, todos –de un modo u otro– le negarán dejándole solo.
Llegan a una finca llamada Getsemaní. Y dice a sus discípulos: Sentaos aquí, mientra hago oración. Y llevándose a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó a sentir pavor y a angustiarse. Y les dice: Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra.. Jesús siente una inmensa necesidad de orar. Se detiene junto a unas rocas y cae abatido: Se postró en tierra, escribe San Marcos. San Lucas nos dice: se puso de rodillas, y San Mateo precisa más: se postró rostro en tierra, aunque de ordinario los judíos oraban de pie. Jesús se dirige a su Padre en una oración cargada de confianza y ternura, en la que se entrega totalmente a Él: Padre mío, le dice. Si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú.
Poco tiempo antes les había comunicado a sus discípulos. Mi alma está triste hasta la muerte; estoy sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Así sufre Jesús: Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres.
Tomó como si fueran suyos los pecados de los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. Todas: las debidas por los pecados ya cometidos, las debidas por los que se estaban cometiendo en aquel momento, y las deudas de los pecados que se cometerían hasta el final de los tiempos.
El Señor no solo salió fiador de culpas ajenas, sino que se hizo tan uno con nosotros como es la cabeza con el cuerpo: «quiso que nuestras culpas se llamasen culpas suyas; por eso no solamente pagó con su sangre, sino con la vergüenza de esos pecados». Todas estas causas de sufrimiento eran captadas en toda su intensidad por el alma de Cristo.
Miramos en silencio cómo sufre Jesús: Y entrando en agonía oraba con más intensidad. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna!
Jesús entra en agonía y llega a derramar sudor de sangre. «Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre.
»De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres». Pero su confianza en el Padre no desfallece, y persevera en oración. Cuando el cuerpo parece que ya no puede resistir, vendrá un ángel a confortarlo. La naturaleza humana del Señor se nos muestra en esta escena con toda su capacidad de sufrimiento.
En nuestra vida puede haber momentos de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos: abrazarnos a la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condición de ninguna clase, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
«Jesús ora en el huerto: Pater mi (Mt 26, 39), Abba, Pater! (Mt 14, 36). Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento?».
II. Jesús nos contempla en aquella noche con una simple mirada. Mira las almas y los corazones a la luz de su sabiduría divina. Ante sus ojos desfila el espectáculo de todos los pecados de los hombres, sus hermanos. Ve la deplorable oposición de tantos que desprecian la satisfacción que Él ofrece por ellos, la inutilidad para muchos de su sacrificio generoso. Siente una gran soledad y dolor moral por la rebeldía y la falta de correspondencia al Amor divino.
Por tres veces busca la compañía en la oración de aquellos tres discípulos. Velad conmigo, estad a mi lado, no me dejéis solo, les había pedido. Y al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban pesados; y no sabían qué responderle. Quizá busca en aquel tremendo desamparo un poco de compañía, de calor humano. Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquella una noche para estar en vela, para estar en oración; y se duermen. No aman aún bastante y se dejan vencer por la debilidad y por la tristeza, y dejan a Jesús solo. No encuentra el Señor un apoyo en ellos; habían sido escogidos para eso y fallaron.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. ¿Por qué dormís?, les dice –nos dice también a nosotros–. Levantaos y orad para no caer en la tentación. Por eso le decimos a Jesús: «Si ves que duermo; si descubres que me asusta el dolor; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no me dejes! Dime como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas mi correspondencia, mi amor. Dime que para seguirte, para no volver a dejarte abandonado con los que traman tu muerte, tengo que pasar por encima del sueño, de mis pasiones, de la comodidad».
Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos nos encontraríamos en manos del enemigo, perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
También hoy Jesús desea nuestra compañía. Y «sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!»; nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos hacemos fuertes en nuestro trato diario con Él, podremos decirle con certeza: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras cosas, porque no perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su arrepentimiento, sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años más tarde.
III. La contemplación de esta escena de la Pasión puede ayudarnos mucho a ser fuertes para no dejar nunca nuestra oración diaria, y para cumplir la Voluntad de Dios en cosas que nos cuesten. ¡Señor, que no se hagan las cosas como yo quiero, sino como quieres Tú! «Jesús, lo que tú “quieras”... yo lo amo», le decimos hoy con toda sinceridad.
Los santos han sacado mucho provecho para sus almas de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración de Jesús en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio de su decapitación por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. Escribía este santo en la prisión: «Sabía Cristo que muchas personas de constitución débil se llenarían de terror ante el peligro de ser torturadas y quiso darles ánimos con el ejemplo de su propio dolor, su propia tristeza, su abatimiento y miedo inigualable (...).
»A quien en esta situación estuviera, parece como si Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarle con vivísima voz: Ten valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento (...).
»Mira cómo marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores. Agárrate al borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá a la sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y angustias; hará tu ánimo más alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy de cerca mis pasos –fiel soy, y no permitiré que seas tentado más allá de tus fuerzas, sino que te daré, junto con la prueba, la gracia necesaria para soportarla–, y alegra también tu ánimo cuando recuerdes que esta tribulación leve y momentánea se convertirá en un peso de gloria inmenso». Esto lo escribe quien sabe será decapitado pocos días después.
Nosotros podemos sacar hoy el propósito de contemplar frecuentemente, quizá cada día, este momento de la vida del Señor, el primer misterio de dolor del Santo Rosario. De modo particular puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste un poco más saber descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: «Volo quidquid vis, volo quia vis... Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras»