SANTO VIACRUCIS
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Oh Dios, mira benigno a quienes, junto a Jesús, nos disponemos a contemplar los misterios de su pasión; edúcanos en la escuela del dolor redentor, para que sepamos descubrir y aceptar nuestra
cruz, abrazándonos a ella por amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.Amen
Ofrecimiento: ¡Dulcísimo Jesús mío, que por mi amor quisiste caminar fatigado y afligido con el pesado madero de la cruz! En memoria
y reverencia de lo que por mí padeciste en aquel áspero camino, te ofrezco los pasos que ahora daré, unidos a Tus infinitos Merecimientos, con la atención de ganar todas las
Indulgencias que los Pontífices han concedido a los que hacen con devoción este Santo Ejercicio. Para este fin te suplico y ruego por el remedio de las graves necesidades encomendadas por los
Sumos Pontífices y aplico cuantas indulgencias ganaré por las benditas almas del Purgatorio que fueren de Tu agrado y de mi mayor obligación. Dame, Señor, Tu divina Gracia, para que cuanto en
este Santo Ejercicio medite o rece, sea grato a Tus divinos Ojos. Así sea.
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del gano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24).
Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros
nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos
nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad.
La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de
hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio
de la redención del mundo.
Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más
aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana.
Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas.
Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece.
Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados.
Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10,
10).
En unión con María, la Madre de Dolores, vamos, oh Jesús, a recorrer la vía dolorosa que Tú anduviste antes de consumar nuestra Redención en el Calvario. Haz que la meditación de los
principales misterios de tu sagrada Pasión nos llene el corazón de dolor de nuestros pecados y de agradecimiento por el entrañable amor que nos demostraste.
Nosotros, como Cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o
palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad
sobre Dios y sobre el hombre.
Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la
gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que
esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor,
caminar… Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios»
ORACIÓN PREPARATORIA
Creo firmemente, Dios mío, que estoy en tu presencia divina; te
adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias con todo mi
corazón por los incontables beneficios que te dignas concederme.
Me humillo y confundo por lo mucho que te he ofendido. «He
pecado, Padre mío, contra el Cielo y en tu presencia, no soy digno
de llamarme hijo tuyo, pero admíteme siquiera como uno de tus
esclavos». «Señor, ten piedad de mí por tu misericordia infinita».
Yo te prometo con todo mi corazón, y ayudado de Ti mismo, nunca
más volver a ofenderte.
¡Perdón, Señor; misericordia!
Te suplico, Jesús mío, me otorgues la gracia de practicar digna,
atenta y devotamente este santo ejercicio, imprimiendo en mi alma
tus dolores infinitos y las virtudes de las cuales eres ejemplar
divino en tu sacratísima Pasión y en el Santísimo Sacramento.
Abrasa con tu amor mi helado corazón; oblígame a corresponderte
ya con una vida santa y úneme estrechamente contigo, en la
Eucaristía.
A Ti acudo también, Madre afligidísima, a Ti que fuiste la primera
en recorrer esta senda del dolor, para ofrecerte mi tierna
compasión, y para que llenes mi alma de los mismos sentimientos
que entonces experimentaste.
Padre eterno, uno este santo ejercicio a los méritos infinitos de tu
Hijo y a los dolores de mi venerada Madre, y así unido, me atrevo a
presentarlo a tu soberana Gracia. Dígnate aceptarlo según las
intenciones del Corazón Eucarístico de mi Salvador, y aplica, te
ruego humildemente, todas las indulgencias que ganare en
sufragio de las almas del Purgatorio. Amén
Es un tiempo de reflexionar sobre nuestra vida y tratar de encontrarnos con Cristo. Es un tiempo donde se nos invita especialmente a practicar la oración como método para hacer silencio
interior, escucharnos a nosotros mismos y a Dios.
Todos tenemos nuestro propio Vía Crucis que andar. Todos tenemos nuestro camino personal de seguir a Jesús. Es un mismo camino y es también un camino diferente para todos, porque cada uno
estamos llamados a Seguirle desde nuestra propia realidad.
Nos da miedo el Vía Crucis, porque todos tenemos miedo al dolor. Todos sentimos nuestros rechazos a la Cruz. Sin embargo, el camino de la Cruz, más que un camino de dolor y sufrimiento
debiera ser un camino de esperanza.
La Cruz de Jesús no es la Cruz que invita a la muerte sino la Cruz que invita a la vida. Es el camino de lo nuevo. Juan Pablo II llamaba a la Cruz “la cuna del cristiano”. Y las cunas, más
que de muerte hablan de vida, de futuro, de esperanzas.
Nadie como el que sufre comprende la realidad del camino de la Cruz, porque nadie como él sabe cuánto pesa el madero del dolor y de la enfermedad. Nadie como él vive colgado de la esperanza
de que esto termine. Pero también nadie como el enfermo sabe comprender la realidad de Jesús camino del Calvario. Mientras los sanos miramos, desde la acera, a Jesús caminando bajo la Cruz,
el enfermo lo ve desde su propia experiencia.
El Vía Crucis que ofrecemos a nuestros enfermos no quiere ser una llamada a la pasividad frente al dolor. No quiere ser una resignación sin esperanza. Al contrario, quiere llevar un poco de
luz, allí donde el sufrimiento ha cubierto con sombras su vida. Este Vía Crucis quiere ayudar al enfermo a poner luz donde hay oscuridad, a poner esperanza donde el cansancio de la enfermedad
invita a la desesperanza. Y sobre todo, quiere ser una invitación a sufrir, no en la soledad, sino en compañía de Jesús. Jesús se hace enfermo con el enfermo y el enfermo se siente
identificado con Jesús.
Querido enfermo, no somos nosotros quienes debemos darte consejos en tu enfermedad. Pero si podemos poner en tu camino a Alguien que si sabe mucho de dolores y es capaz de comprenderte mejor
que nadie: Jesús crucificado. No te fijes tanto en sus dolores, fijate más bien en cuánto amor y cuánta vida brotan de ese dolor.
La Pasión de Jesús, como decía San Pablo de la Cruz, es un “mar de dolor”, pero inmediatamente, en ese mar de dolor él veía “un mar infinito de amor”. La Pasión como la revelación del amor de
Dios al hombre.
SANTO VIACRUCIS
Primera Estación : Jesús condenado a muerte
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús es condenado por los suyos, por aquellos mismos a quienes ha colmado de favores. Condénasele cual si fuera un sedicioso, a El, que es la bondad misma; como blasfemo, siendo así que es
la misma santidad; como ambicioso, cuando se hizo el último de todos. Como si fuera el último de los esclavos, es condenado a la muerte de cruz.
Como
vino a este mundo para sufrir y morir y para enseñarnos a hacer ambas cosas, Jesús acepta con amor la inicua sentencia de muerte.
También en la Eucaristía es Jesús condenado a muerte. Condenado en sus gracias, que no se quieren; en su amor, que se desconoce; en su estado sacramental, en que es negado por el incrédulo y
profanado por horribles sacrilegios. Por una comunión indigna vende a Jesucristo un mal cristiano al demonio, entrégalo a las pasiones, lo pone a los pies de Satanás, rey de su corazón; le
crucifica en su cuerpo de pecado.
Los malos cristianos maltratan a Jesús más que los mismos judíos, por cuanto en Jerusalén fue condenado una sola vez, en tanto que en el Santísimo Sacramento es condenado todos los días y en
infinidad de lugares y por un número espantoso de inicuos jueces.
Y a pesar de todo, Jesús se deja insultar, despreciar, condenar; y sigue viviendo en el Sacramento, para demostrarnos que su amor hacia nosotros es sin condiciones ni reservas y excede a
nuestra ingratitud.
¡Perdón, oh Jesús, y mil veces perdón, por todos los sacrilegios! Si me acontece cometer uno sólo, he de pasar toda la vida reparándolo. Quiero amarte y honrarte por todos los que te
desprecian. Dadme la gracia de morir con Vos.
Contempla, alma mía, a tu divino Redentor en el Pretorio. Es crudelísimamente azotado,
coronado con agudas espinas, burlado y sentenciado a muerte. Jesús todo lo sufre por ti en silencio y con amor infinito, Vuelve ahora tu mirada al Sagrario. Considera el silencio de Jesús y
el amor sin medida que te tiene, no obstante que con tus irreverencias, pensamientos malos, afectos pecaminosos y demás crímenes, de continuo lo azotas, escarneces, coronas con bárbara
crueldad y sentencias a muerte.
En cada altar, y todos los días, se nos entrega Jesús para que nunca olvidemos que las palabras se quedan cortas, y el viento se las lleva, si no van acompañadas de amor. En la vida ( a veces
dura, abrupta, desconcertante y cruel )la eucaristía nos inyecta el coraje necesario para que nuestra entrega nunca quede al borde del camino ni a la intemperie de los que piensan que no
merece la pena darse por nada sino es por algo a cambio.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra
pasión! Tu Inocentísimo, y yo el abominable reo que merece sentencia de muerte eterna….
Pero no la deis contra quien tanto te ha costado; te prometo no más pecar, imitarte en nuestro silencio en medio de mis penas y volveros amor por amor.
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo
crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es
inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho.
También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les
dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque
gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la
conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz de la conciencia.
Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a
la justicia.
Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino
en nuestra vida.
El día de Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a
nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
Sentenciado y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le habían aclamado poco antes. Y El calla…
Nosotros huimos de ser reprochados. Y saltamos inmediatamente…
Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el Silencio cuando alguien me haga sufrir. Yo lo merezco. ¡Ayúdame!
Oh Madre Dolorosa… ¿qué sintió tu corazón cuando escuchaste la sentencia de muerte que imponían a tu adorado hijo? Tu que le diste vida, que lo llevaste en tus entrañas, que le amamantaste,
que lo viste crecer, caminar, hablar … y ahora serias testigo de su muerte. !Qué dolor Madre para ti verlo recorrer el camino pedregoso y estrecho que lo llevaría hacia su crucifixión! María,
Madre del injustamente condenado, se que tu hubieras querido tomar el lugar de Jesús, pero sabias que era el momento de su martirio. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo
lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Oración: Señor, a pesar de que todos estaban en contra tuyo y pedían tu muerte, tú te mantuviste firme hasta el final, sosteniendo que tú habías venido al mundo para dar testimonio de la
Verdad. Sólo Tú, Señor, eres la Verdad y sé que Tú, que eres la Verdad, escuchas mi voz. Yo también me siento a veces “condenado” por mi enfermedad, al igual que tú te sentiste condenado por
el pueblo judío. Ayúdame a tener Tu fortaleza y a dar testimonio de Ti, Verdad absoluta, ante mis familiares y amigos, desde mi enfermedad. Te pido también por los cristianos de todo el mundo
que hoy son perseguidos, encarcelados y hasta asesinados por dar testimonio de la Verdad, para que les des la fortaleza necesaria para no dejarse vencer.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Por soportarlo todo en santo silencio, Perdón Señor, Piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Señor, por los enfermos de sida, graves y terminales, te rogamos piedad.
María, Salud de los enfermos : Ruega por ellos
Por soportarlo todo en santo silencio, Perdón Señor,
Piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
Segunda Estación : Jesús carga con la Cruz
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús es cargado con la pesadísima cruz de tus iniquidades. Con qué alegría, con cuánto amor la recibe, la abraza, la estrecha contra su divino Corazón y la lleva por ti.
También en el Sagrario, ¡qué cruces tan pesadas cargas sobre Jesús! tus frialdades, ultrajes y tal vez sacrilegios. Y Jesús abraza estas cruces con amor infinito y las
aceptaría aún más pesadas con tal de ganarte, alma mía.
En cada eucaristía, el Señor, asume nuestras fragilidades y torpezas. Con su Palabra nos ilumina y hace, que por la comunión de su cuerpo y de su sangre, nunca nos falten las fuerzas (no las
cruces) para poder llevarlas no oprimiendo nuestras vidas sino sobre nuestros hombros. No es dificil mirar a Jesús, y sin preguntarle nada, que de antemano nos responda: no me pidáis que os
quite la cruz…pedidme que Dios os dé la fuerza necesaria para poder llevarla.
En Jerusalén, los judíos imponen a Jesús una pesada e ignominiosa cruz, que era considerada entonces como el instrumento de suplicio propio del último de los hombres. Jesús recibe con gozo
esta cruz abrumadora; apresúrase a recibirla, la abraza con amor y la lleva con dulzura.
Así nos quiere suavizarla, aliviarla y deificarla en su sangre.
En el Santísimo Sacramento del altar los malos cristianos imponen a Jesús una cruz mucho más pesada e ignominiosa para su Corazón. Constitúyenla las irreverencias de tantos en el santo lugar;
su espíritu, tan poco recogido; su corazón, tan frío en la presencia del Señor, y su tan tibia devoción. ¡Qué cruz más humillante para Jesús tener hijos tan poco respetuosos y discípulos tan
miserables!
Aun ahora Jesús lleva mis cruces en su Sacramento, pónlas en su Corazón para santificarlas y las cubre con su amor y besos, para que me sean amables; mas quiere que las lleve también yo por
Él y se las ofrezca; se allana a recibir los desahogos de mi dolor y sufre que yo llore mis cruces y le pida consuelo y auxilio.
¡Cuán ligera se vuelve la cruz que pasa por la Eucaristía! ¡Cuán bella y radiante sale del Corazón de Jesús! ¡Da gusto recibirla de sus manos y besarla tras Él! A la Eucaristía iré, por
tanto, para refugiarme en las penas, para consolarme y fortalecerme. En la Eucaristía aprenderé a sufrir y a morir.
¡Perdón, Señor, perdón por todos los que os tratan con irreverencia en vuestro sacramento de amor! ¡Perdón por mis indiferencias y olvidos en vuestra presencia! ¡Quiero amaros; os amo con
todo mi corazón!
ORACIÓN
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Es cierto que te he cargado con las cruces de mis iniquidades; pero yo te prometo aliviararte con
mi respeto, alabanzas, al amor y reparaciones a ti en el Sagrario, y con la aceptación amorosa de todas las cruces que te dignéis mandarme.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de
espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le
quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad.
¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras
grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser
escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia
El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre
sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar.
Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados.
Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38).
Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y,
aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.
Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis achaques, de mis dolencias, de mi soledad.
Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por mis hermanos, mi cruz de cada día.
Oh Madre Dolorosa…tu que has sentido el gran dolor de ver a tu hijo con una corona de espinas enterrada en su tierna cabeza; tu que le has visto su cuerpo todo latigado, sangrando, y su carne
toda llagada… Ahora tienes que ver cómo, sin ninguna consideración, en esa piel tan herida y adolorida, le colocan una cruz. Tu, Madre, sientes en tu corazón, el peso apremiante de ese madero
que colocan sobre los hombros de tu amado Hijo. Y tu María, sin poder tomar su Cruz aunque eso era lo que tu corazón deseaba hacer. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo
hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Señor, por los enfermos alcohólicos, te rogamos tu ayuda, consuelo y esperanza para sus familiares.
Oración: Señor, esa cruz que cargaste sobre tus hombros eran todos nuestros pecados, mis pecados. ¿Qué amor es más grande que aquel que es capaz de asumir las culpas ajenas? Bien sabes Señor
que yo también cargo una pesada cruz: mi enfermedad.
Ayúdame Señor a hacer de mi enfermedad, no un motivo para autocompadecerme, para quejarme, para renegar de la vida, sino que sepa asumirla con alegría y fortaleza, como tu hiciste con tu
Cruz, y llevarla por el camino de mi vida con el orgullo de saber que tengo la posibilidad de compartir tu sufrimiento redentor. Te ofrezco Señor mi cruz por mis pecados y por la conversión
de todos los pecadores. Acéptala como mi humilde ofrenda para que se una a tu cruz por la salvación del mundo entero.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Por tu cruz y tus clavos, perdón señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Señor, por los enfermos alcohólicos, te rogamos tu ayuda, consuelo y esperanza para sus familiares.
María, salud de los enfermos ruega por ellos.
Por tu cruz y tus clavos, perdón señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
Tercera Estación : Jesús cae por primera vez bajo la Cruz
Jesús cae por primera vez bajo el peso de la cruz. Tu Salvador yace por tierra; su rostro divino, encanto de los cielos, confundido con el asqueroso polvo.
A Jesús en la Eucaristía no le faltan mortales caídas. Muchas veces habrá tenido que descender, por fuerza de la obediencia a sus ministros; a ti, mal dispuesto a recibirle. Jesús se ha visto
entonces obligado a unir su Corazón Santísimo contigo,
tierra sucia y hedionda, charca de vicios. ¡Qué humillación, qué caída, qué amor de Jesús!
También hoy, el hombre, sigue cayendo bajo el poder de tantas cosas que lo exprimen y le hacen doblar la rodilla en el suelo y clavar la vista en la tierra. Hoy, tal vez más que nunca, el ser
humano va siendo aplastando bajo la gran cruz de muchas de sus decisiones desacertadas. ¡Cuántas cosas nos alejan de Dios y del Espíritu Evangélico! No es triste caer. Lo penoso es quedarnos
hundidos.
Tan agotado de sangre se vio Jesús después de tres horas de agonía y de los golpes de la flagelación, tan debilitado por la terrible noche que pasó bajo la guardia de sus enemigos, que, tras
algunos momentos de marcha, cae abrumado bajo el peso de la cruz.
¡Cuántas veces cae Jesús sacramentado por tierra en las santas partículas sin que nadie se dé cuenta!
Mas lo que le hace caer de dolor es la vista del primer pecado mortal que mancilló mi alma,
¡Cuánto más dolorosa no es la caída de Jesús en el corazón de un joven que le recibe indignamente en el día de su primera Comunión!
Cae en un corazón helado, que el fuego de su amor no puede derretir; en un espíritu orgulloso y fingido, sin poder conmoverlo; en un cuerpo que no es más que sepulcro lleno de podredumbre.
¿Así por ventura hemos de tratar a Jesús la primera vez que se nos viene tan lleno de amor? ¡Oh Dios! ¡Tan joven y ya tan culpable! ¡Comenzar tan pronto a ser un judas! ¡Cuán sensible es al
Corazón de Jesús una primera Comunión sacrílega!
¡Gracias, oh Jesús mío, por el amor que me mostrasteis en mi Primera Comunión! Nunca lo he de olvidar. Vuestro soy, del mismo modo que Vos sois mío; haced de mí lo que os plazca.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión!
Cómo me angustio, Dueño mío, al considerar vuestra caída bajo el peso de la Cruz y las incontables que habéis sufrido, con tanta paciencia, viniendo sacramentado a mi corazón.
Perdonadme, Señor, y ya me apresuro a levantaros con mi arrepentimiento y a consolarte con el firme propósito de jamás acercarme a la Mesa de los Ángeles sin una fervorosa y digna
preparación.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador.
¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde
del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de
su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8).
En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la
soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión
contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos.
La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de
autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple
debilidad de quien es despreciado.
Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una
especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en
realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído.
Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias, cuando después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos cotidianos.
¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti!
Oh Madre Dolorosa… tu que viviste para cuidar a tu hijo, ¡qué duro fue para ti verlo ahí indefenso! María, todo tu ser reaccionó y quisiste ir a recoger a Jesús, acariciarle, mitigarle su
dolor, igual que cuando niño se caía y tu le limpiabas, le curabas. Pero, no podías hacerlo, debías solo orar y pedirle al Padre Celestial, que le diera las fuerzas necesarias para
continuar…Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Señor, Te pedimos por los que caen en la drogadición, para que reciban ayuda hospitalaria y concédeles amor y cariño.
Oración: Señor, Tú nos dijiste que para seguirte era necesario abandonarlo todo, cargar nuestra cruz y caminar tras de ti. Yo ya tengo la cruz de mi enfermedad sobre mis hombros. Pero no
siempre te la ofrezco a Ti. ¡Cuántas veces no me aferro a ella y me dejo vencer por el miedo y la desesperanza y caigo por tierra! Te pido Señor que me ayudes a renunciar a mí mismo, a mis
miedos, a mis egoísmos, a mis exigencias, a pensar solamente en mis necesidades cuando hay muchos a mi alrededor que también tienen sus problemas y preocupaciones.
Ayúdame a vencer mi egoísmo, y a que mi enfermedad y mi persona no sean lo más importante en mi vida. Ayúdame a poner mi vida en tus manos, a renunciar a querer ser yo el centro de atención,
cuando el centro debes ser sólo Tú. Te doy gracias Señor porque has dado un sentido a mi vida mostrándome la vocación misionera, y te pido por todos los enfermos del mundo que han perdido la
esperanza, para que te encuentren a Ti, que Eres el Camino la Verdad y la Vida.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Por tu paciencia inmensa, Perdón Señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Señor, Te pedimos por los que caen en la drogadición, para que reciban ayuda hospitalaria y concédeles amor y cariño.
María,
salud de los enfermos ruega por ellos.
Por
tu paciencia inmensa, Perdón Señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
Cuarta Estación : Jesús se encuentra con su Madre
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
María encuentra al Hijo de sus entrañas en la calle de la amargura. ¿Cómo lo ve? Sangre, lodo y esputos velan su encantadora Faz. Agudas espinas ciñen sus sienes; su cuerpo es una fuente de
sangre.
La
Madre sufre el más cruel de los martirios, contemplando de esta suerte a su Hijo
Divino. El Sagrario es frecuentemente calle de amargura para María; ahí contempla a su Jesús de nuevo perseguido, llagado, agonizante por los crímenes de sus mismos hijos , Aquella que,
durante nueve meses, llevó en su seno a Cristo llamado a ser eucaristía se encuentra, frente a frente con El, camino del calvario.
También nosotros, cada vez que invocamos el nombre de María, podemos abrirnos al encuentro personal de Aquel que todo lo da para que aprendamos la lección de que, en el amor y en el perdón,
se encuentra la mayor expresión de entrega.
María acompaña a Jesús en el camino del Calvario sufriendo un verdadero martirio en su alma; porque cuando se ama se quiere compadecer.
Hoy en el Corazón Eucarístico de Jesús encuentra en el camino de sus dolores, entre sus enemigos, hijos de su amor, esposas de su Corazón, ministros de sus gracias, que, lejos de consolarle
como María, se juntan a sus verdugos para humillarle y blasfemar y renegar de Él. ¡Cuántos renegados y apóstatas abandonan el servicio y el amor de la Eucaristía tan pronto como este servicio
requiere un sacrificio o un acto de fe práctica!
¡Oh Jesús mío, quiero seguiros con María, mi madre, por más que os vea humillado, insultado y maltratado, y deseo desagraviaros con mi amor!
ORACIÓN
Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Virgen dolorosa y Madre tiernísima, cese vuestro llanto, cese vuestra agonía. El verdadero culpable
y verdugo, así como de Jesús, os ofrece sus lágrimas y su dolor, y os promete no olvidar vuestras penas, amaros con todo el corazón y, unido a Vos, amar sin medida a vuestro Hijo en la
Eucaristía
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de
oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto
muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón.
Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo… Será grande…,
el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría
recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7).
Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está
allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga
el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18,

. Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos
momentos.
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la madre del Altísimo–
también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de
la Iglesia.
Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida. Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día de mi
existencia.
¡Ayúdame Madre!
Oh Madre Dolorosa… tu corazón no aguanta más el deseo de darle un poco de cariño a tu hijo. Entonces, te adentras entre la multitud gritando el nombre que tantas veces llamabas para que fuera
a comer, a estudiar: «¡Jesús, Jesús, Mi hijo…!» y por fin logras llegar a donde está tu hijo Jesús. Tus ojos llenos de lágrimas y angustia …sus ojos llenos de dolor, soledad, mendigando de
los hombres un poco de amor… En ese momento tomaste fuerzas del amor que le tienes y con tu mirada silenciosa pero mucho más elocuentes que las palabras, le dices: «Adelante hijo, hay un
propósito para todo este dolor… la salvación de los hombres, de aquellos a quienes quieres devolverles el poder ser hijos de Tu Padre Celestial. Y regresas, Madre, silenciosa a tu lugar,
escondida entre la muchedumbre, guardando todo esto en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
Señor, por las madres solteras que no rechazaron a su hijo por nacer, y le dieron la vida, que el Inmaculado Corazón de tu Madre las proteja.
Oración: Señor, Tu Madre María te acompañó en todo momento, hasta en los más duros. Ayúdame a imitar su ejemplo, acompañándote Yo también. Sé que cuando me siento solo, no es porque Tú
dejaste de acompañarme, sino porque yo dejé de acompañarte a Ti. Dame fuerzas para perseverar junto a Ti y nunca renegar de Tu Amor infinito, por más difíciles que sean las situaciones que me
toque vivir.
Te ofrezco mi enfermedad Señor diciendo, al igual que María: “Yo soy la esclava del Señor, que se haga en mí su Voluntad”. Yo también quiero ser tu Madre y tu hermano, Señor, por eso escucho
tu Palabra y te pido que me des fuerza y coraje para practicarla. Te pido Señor por todos los hombres del mundo que no te conocen, para que encontrando a María, tu Madre, te encuentren
también a Ti.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Por Tu gran misericordia, Perdón Señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es Tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
Señor, por las madres solteras que no rechazaron a su hijo por nacer, y le dieron la vida, que el Inmaculado Corazón de tu Madre las proteja.
María,
ejemplo de las madres solteras. ruega por ellas.
Por Tu gran misericordia, Perdón Señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es Tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
SANTO VIACRUCIS
Quinta Estación : El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Los sayones obligaron al Cirineo a llevar la Cruz del moribundo Salvador, no porque la compasión los moviera a ello, sino para tener el infernal capricho de contemplarlo crucificado en el
Gólgota
Desde el Tabernáculo, Jesús está continuamente pidiendo un Cirineo que lo consuele y repare con amor y servicio las ingratitudes de sus hijos. «¿No habrá un alma que quiera
sacrificarse por mí? Busco una víctima para mi Corazón, ¿dónde la hallaré?
La eucaristía, en la vida del seguidor de Jesús, se convierte en ayuda puntual y necesaria para ascender y poder llegar a la perfección cristiana. Jesús dejó que, parte del peso del gran
madero, fuese compartido por Simón el de Cirene. Cristo, por su eucaristía, se convierte en nuestro personal Cirineo: Nos empuja. Nos anima. Nos levanta para que sea más fuerte el pan de los
ángeles que las contrariedades y losas de los hombres.
Jesús aparecía cada vez más rendido bajo su peso. Los judíos, que querían que muriese en la cruz, para poner el colmo a sus humillaciones, pidieron a Simón el Cirineo que tomase el madero. Se
negól, y fue obligado para que tomara este instrumento que tan ignominioso le parecía. Mas aceptó al fin y mereció que Jesús le tocara el corazón y lo convirtiera.
En su Sacramento Jesús llama a los hombres y casi nadie acude a sus invitaciones. Convídales al banquete eucarístico y se echa mano de pretextos mil para desoír su llamamiento. El alma
ingrata e infiel se niega a la gracia de Jesucristo, el don más excelente de su amor; y Jesús se queda solo, abandonado, con las manos llenas de gracias que no se quieren: ¡Se tiene miedo a
su amor!
En lugar del respeto que le es debido, Jesús no recibe, las más de las veces, más que irreverencias.. Ruborízase uno de encontrarlo en las calles y se huye de Él así que se le divisa. No se
atreve uno a darle señales exteriores de la propia fe.
¿Será posible, divino Salvador mío? Demasiado cierto es, no puedo menos de sentir los reproches que me dirige mi conciencia. Sí, he desoído muchas veces vuestro amoroso llamamiento, aferrado
como estaba a lo que me agradaba; me he negado cuando tanto me honrabais invitándome a vuestra mesa, movido por vuestro amor. Pésame de lo más hondo de mi corazón. Comprendo que vale mucho
más dejarlo todo que omitir por mi culpa una comunión, que es la mayor y más amable de vuestras gracias. Olvidad, buen Salvador mío, mi pasado y acoged y guardad vos mismo mis resoluciones
para el porvenir.
Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Si hasta ahora he sido vuestra cruz, de hoy para siempre seré vuestro Cirineo; he oído vuestras
angustias quejas y me determinan a deciros desde lo íntimo de mi alma: «Yo quiero sacrificarme por Vos, víctima vuestra quiero ser; dadme vuestra cruz, dadme vuestro amor, nada más os pido».
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su
derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer,
ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21).
Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y
socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para
completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24).
Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la
salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con
nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo.
Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a
construir tu cuerpo, la Iglesia.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto, para realizarnos de una manera particular. ¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo?
Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la de ser Cirineo de los demás, la de ayudar a todos.
¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cirineo?
Oh Madre Dolorosa… qué alivio sentiste cuando viste que un hombre va ayudar a tu pobre y destrozado hijo, a cargar con esa cruz tan pesada. No sabes quien es ese hombre, sabes que no lo hace
por amor o por compasión pues le están obligando a llevar la cruz de tu hijo. Pero lo único que sabes es que jamás olvidarás el rostro de aquel hombre que alivió el dolor de tu hijo… oras y
pides a Dios que mientras carga la cruz, la sangre de Jesús, que corre por el madero, toque su corazón y le haga comprender cuánto amor se revela en esa cruz, cuánta misericordia se
manifiesta en ese evento del cual el está siendo participe.
Y tu, Madre recordarás por siempre el rostro de aquel extraño que desde ese momento se convirtió para ti en un hijo. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque
confiabas en el amor del Padre!
Señor, te pedimos por los enfermos abandonados en los hospitales, para que nuestra visita les de consuelo y los aliente a una pronta recuperación.
Oración: Señor, aquel Cireneo fue capaz de salir de sí mismo para ir a Tu encuentro y ayudarte. Enséñame a descubrir que yo también puedo ser Cireneo en mi vida ayudando en la medida de mis
posibilidades a aquellos que me necesitan. Mi enfermedad no debe ser una excusa para que los demás tengan que ayudarme siempre a mí. Los que me rodean, también tienen problemas y
preocupaciones, y yo puedo encontrar muchas maneras para ayudarlos: escuchando, aconsejando, o simplemente apoyando y amando…
Ayúdame a ser como el Cireneo para las personas que me rodean. Te pido también Señor por todos los Cireneos del mundo, que trabajan día a día por la propagación del Evangelio y de tu Iglesia
por el mundo y, especialmente, por aquellos que dedican su vida a la atención pastoral de los enfermos y ancianos: agentes de Pastoral de la Salud, Ministros de la Eucaristía y Legionarios de
María, que día a día, llevan Tu presencia a los hogares y hospitales donde hay enfermos y ancianos que te esperan, dales fortaleza y perseverancia para cumplir con su misión.
PADRENUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Por soportarlo todo en santo silencio, perdón señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Señor, te pedimos por los enfermos abandonados en los hospitales, para que nuestra visita les de consuelo y los aliente a una pronta recuperación.
María,
salud de los enfermos : Ruega por ellos.
Por soportarlo todo en santo silencio, perdón señor, piedad si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
Sexta Estación : La Verónica limpia el rostro de Jesús
La Verónica enjuga con su velo el rostro de Jesús. No la retraen de acto tan piadoso, la ferocidad de los verdugos ni el temor de aparecer ella sola como la única que no se avergüenza del
divino Sentenciado a la muerte en cruz.
Aunque pocas, no faltan almas abrasadas de amor por la Eucaristía; almas que, hollando el infierno, el funesto «qué dirán» del mundo y su propia flaqueza, tienen su morada en el
Sagrario y ahí, como otras Verónicas, dulcifican las amarguras de Jesús con sus constantes reparaciones , Alma mía, ¿no envidias morada y ocupación tan santas?
Participar en el modo de vida de Jesús sugiere andar por caminos nuevos y con una conciencia lúcida, limpia y recta. Salir al paso del Señor, entrar en comunión con El, supone hacer un
pequeño esfuerzo para que, nuestro interior, quede tan limpio como su rostro quedó en el encuentro con la Verónica. Que la eucaristía deje en lo más hondo de nuestras entrañas el vivo retrato
de un Jesús que sigue vivo y peregrino en medio de nosotros. La eucaristía blanquea todos los días, no el semblante del que la celebra, sino el alma y los corazones de aquellos que la
frecuentan.
El Salvador ya no tiene rostro humano; los verdugos se lo han cubierto de sangre, de lodo y de esputos. El esplendor de Dios se encuentra en tal estado, por lo cubierto de manchas, que no se
le puede reconocer. La piadosa Verónica afronta los soldados; bajo las salivas ha reconocido a su salvador y Dios, y movida de compasión enjuga su augusta faz. Jesús la recompensa imprimiendo
sus facciones en el lienzo con que ella enjuga su cara adorable.
Divino Jesús mío, bien ultrajado, insultado y profanado sois en vuestro adorable Sacramento. Y ¿dónde están las verónicas compasivas que reparen esas abominaciones? ¡Ah! ¡Es para
entristecerse y aterrarse que con tanta facilidad se cometan tantos sacrilegios contra el augusto Sacramento! ¡Diríase que Jesucristo no es entre nosotros sino un extranjero que a nadie
interesa y hasta merece desprecio!
Verdad es que oculta su rostro bajo la nube de especies bien débiles y humildes; pero es para que nuestro amor descubra en ellas por la fe sus divinas facciones. Señor, creo que sois el
Cristo, Hijo de Dios vivo, y adoro bajo el velo eucarístico vuestra faz adorable, llena de gloria y de majestad; dignaos, Señor, imprimir vuestras facciones en mi corazón, para que a todas
partes lleve conmigo a Jesús, y a Jesús sacramentado.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Bien conocéis y sufrís hondamente mi debilidad y bajeza al obrar a impulsos de mis pasiones y del
respeto humano. ¡Cuántas veces, a la sombra de qué dirán, os he abandonado y he renegado de Vos! ¿Qué hacer ahora? Venceré mis pasiones, pisotearé el respeto humano y viviré mis pasiones,
pisotearé el respeto humano y viviré con Vos en el Sagrario.
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros;
despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de
mi salvación.
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica –Berenice, según la tradición griega– encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo
Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios. Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a
Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del
corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca.
«Bienaventurados los limpios de corazón –había dicho el Señor en el Sermón de la montaña–, porque verán a Dios» (Mt 5,

. Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor.
Pero el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en
el dolor más profundo.
Únicamente podemos ver a Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.
Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten
ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte
y mostrar al mundo tu imagen.
Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo, Señor, te abandono cuando me dejo llevar por el «qué dirán», del respeto humano, cuando no me atrevo a
defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti. Y en tantas otras ocasiones.
Ayúdame a no dejarme llevar por el respeto humano, por el «qué dirán».
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Oh Madre Dolorosa, has estado orando y suplicando al Padre que mueva el corazón de alguien para que generosamente corra al auxilio de tu hijo. Deseabas que fuera una mujer, para que con su
delicadeza maternal, aliviara tanta aspereza y brusquedad que ha recibido Jesús. Y cuando ves a la Verónica acercarse a limpiar el rostro todo desfigurado de tu hijo, sientes que tu corazón
va a estallar. Ves como su velo blanco y limpio se posa sobre el rostro sangriento y sudado de tu amado Jesús… Y tu sabes Madre, que ante una acción tan amorosa, tu hijo va a dejar una huella
de su presencia… El rostro de tu hijo, grabado en un velo blanco… así como está grabado en tu Inmaculado Corazón. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque
confiabas en el amor del Padre!
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Señor, por los enfermos necesitados y faltos de auxilio, Te rogamos Tu compasión Señor.
Oración: Te doy gracias Señor porque en el mundo existen personas capaces de “secar el rostro de los demás”. Te doy gracias especialmente por las personas que me rodean y que me brindan su
apoyo: ya sean familiares, amigos, conocidos, médicos, enfermeros. Bendícelos y recompénsalos Señor por el apoyo que me dan. Y si yo puedo ser útil a los que me rodean tal vez brindándoles
consuelo o alguna palabra de aliento, muéstramelo Señor. Te pido por los agentes sanitarios, médicos y enfermeros de todo el mundo, para que ilumines su accionar, y sean instrumentos tuyos a
través de sus acciones y recomendaciones.
Por dejarnos la verdadera imagen de tu rostro, perdón señor piedad
si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
Señor, por los enfermos necesitados y faltos de auxilio, Te rogamos Tu compasión Señor.
María,
salud de los enfermos : Ruega por ellos.
Por dejarnos la verdadera imagen de tu rostro, perdón señor piedad
si grandes son mis dolores, mayor es tú bondad. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
SANTO VIACRUCIS
Séptima Estación : Jesús cae por segunda vez bajo la Cruz
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Jesús cae por segunda vez en tierra. Sus dolores son más intensos que en su primera caída. Con qué dificultad se levanta; le falta el alimento. Y a medida que decrece su fortaleza,
multiplicase el encarnizamiento de sus verdugos. A golpes y fuertes sacudidas, como si tu Dios fuera una bestia, lo obligaban a proseguir
Así
de crueles y humillantes son las segundas caídas de Jesús Hostia, al ser recibido sacrílegamente por aquellos corazones que han gustado las delicias de su amor, y a quienes
incontables veces ha dado el abrazo y el ósculo del perdón. ¿Has sido tú del número de estas almas verdugos?
La eucaristía es fuente y cumbre de vida cristiana. En ella recogemos los mejores deseos y el aliento del Espíritu para calcar nuestra vida en la de Jesús Maestro. Con ella damos gracias a
Dios por tantas cosas que alcanzamos y que son signo elocuente de su presencia. Sucumbimos en nuestros propósitos; a veces es difícil seguir adelante en aquello que prometimos pero, la
eucaristía, camino hacia la Pascua definitiva, nos ayuda siempre a mirar –no tanto hacia atrás- cuanto al horizonte que nos espera: el triunfo con Jesús
A pesar de la ayuda de Simón, Jesús sucumbe por segunda vez a causa de su debilidad, y esto le depara una ocasión para nuevos sufrimientos. Sus rodillas y manos son desgarradas por estas
caídas en camino tan difícil, y los verdugos redoblan de rabia sus malos tratos.
¡Oh, cuán nulo es el socorro del hombre sin el de Jesucristo! ¡Cuántas caídas se prepara el que se apoya en los hombres!
¡Cuántas veces cae por la Comunión hoy el Dios de la Eucaristía, en corazones cobardes y tibios, que le reciben sin preparación, le guardan sin piedad y le dejan marcharse sin un acto de amor
y de agradecimiento! Por nuestra tibieza es Jesús estéril en nosotros.
¿Quién se atrevería a recibir a un grande de la tierra con tan poco cuidado como se recibe todos los días al Rey del Cielo?
Divino Salvador mío, te ofrezco un acto de desagravio por todas las comuniones hechas con tibieza y sin devoción. ¡Cuántas veces habéis venido a mi pecho! ¡Gracias por ello! ¡Quiero seros
fiel en adelante! ¡Dadme vuestro amor, que él me basta!
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! He abusado de vuestro amor paciente; me he escudado con vuestra misericordia para ofenderos con
más saña y libertad. Perdón, mil veces perdón, y haced que vuestras misericordias las aproveche en lo venidero para reparar, con todos mis actos, los sacrilegios que sufrís en el Santísimo
Sacramento.
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis
senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
MEDITACIÓN
La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán –en nuestra condición de seres caídos– y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra
caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos
y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad.
Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya
no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse
del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra.
El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la
concupiscencia. En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver.
Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te
reconozcamos de nuevo.
Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder
levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo..
Caes, Señor, por segunda vez. El Via Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos… ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mal ante los demás, por un error, por una equivocación?. ¿Cuándo aprenderé que también eso se puede convertir en ofrenda?
Oh Madre Dolorosa… sientes que con Jesús tu también vas a caer… Tratas de ir a socorrerlo, pero un soldado te detuvo. Tu corazón parece que va a desfallecer, puedes imaginarte el dolor que
debe sentir tu hijo Jesús al caer y volver a caer sobre las piedras, rasgándose las rodillas y abriéndosele más las llagas de los azotes. Madre, ¿qué sentías, qué deseabas…? Solo si pudieras
llegar hacia donde estaba tu amado hijo, y le dieras un poco de agua, un poco de ternura… Madre tu querías darle todo con tal de aliviar su sufrimiento y su fatiga… Y todo lo guardaste
silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
SEÑOR, POR LOS ENFERMOS QUE TIENEN RECAÍDAS, Y SUFREN INTENSOS DOLORES, TE ROGAMOS QUE SE LOS ALIVIES.
Oración: Señor, dame la fuerza para afrontar las dificultades, tal como tú lo hiciste en tu camino hacia la cruz. Y lo que es aún más importante, lo hiciste por amor. Lo soportaste todo por
mí y por mis pecados. Y yo, a pesar de saber esto, sigo pecando una y otra vez, renegando de Ti, de mí mismo y de mi enfermedad, y de los que me rodean.
Enséñame a soportar mi sufrimiento como Tú lo hiciste y a darle un sentido redentor. Quiero ofrecerlo por mis pecados y por los pecados del mundo entero. Enséñame amar con un amor tan grande
que sea capaz de olvidar mi propio sufrimiento con tal de lograr la felicidad de los demás. Así como “por tus heridas fuimos sanados”, te pido Señor la gracia de unir mis heridas a las tuyas
y que por mis heridas sean sanados tantos hombres y mujeres de todo el mundo que viven en el pecado y en el desconocimiento de tu Amor.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR LA CRUZ TAN PESADA POR NUESTRAS CULPAS, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
SEÑOR, POR LOS ENFERMOS QUE TIENEN RECAÍDAS, Y SUFREN INTENSOS DOLORES, TE ROGAMOS QUE SE LOS ALIVIES.
MARÍA,
SALUD DE LOS ENFERMOS : RUEGA POR ELLOS.
POR LA CRUZ TAN PESADA POR NUESTRAS CULPAS, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE
NOSOTROS
SANTO VIACRUCIS
OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús consuela a las hijas de Israel. ¡Oh, caridad incomparable del Salvador! Hallase sumergido en el mar amargo de todas las angustias y de todos los dolores, y, no obstante, como que olvida
sus propios tormentos para consolar a las afligidas mujeres que lloran por Él.
No
de otra suerte, sino como Consolador divino, aparece Jesús en el Sagrario. A los que sufren, a los que lloran, a los fatigados por la cruz, a todos sin excepción llama y dice:
«Venid a Mí y yo os aliviaré». Ve, alma mía, vuela al Corazón de Jesús que te espera en su prisión de amor. Él te dará paz, consuelo, fortaleza y perseverancia.
El silencio de algunos en un mundo que cabalga entre el bien y el mal, que es tensado entre la injusticia y la injusticia o interpelado por la falsedad y la verdad, es roto por la voz
valiente y decidida de aquellos que saben escuchar una Palabra desciende del cielo. La Eucaristía, en itinerario hacia la Semana Santa, es la propuesta del Señor animándonos a llorar y a ser
solidarios con tantos hermanos nuestros que gritan sin ser escuchados y gimen sin ser consolados
Consolar a los afligidos y perseguidos era la misión del Salvador en los días de su vida mortal, misión a la que quiere ser fiel en el momento mismo de sus mayores sufrimientos. Olvidándose
de sí, enjuga las lágrimas de las piadosas mujeres que lloraban por sus dolores y por su Pasión, ¡Qué bondad!
En su Santísimo Sacramento, Jesús no cuenta con casi nadie que le consuele del abandono de los suyos, de los crímenes de que es objeto. Día y noche se encuentra solo. ¡Ah, si pudieran llorar
sus ojos, cuántas lágrimas no derramarían por la ingratitud y el abandono de los suyos! Si su Corazón pudiera sufrir, ¡qué tormentos padecería al verse desdeñado hasta por sus mismos amigos!
Y aun siendo esto así, tan pronto como venimos hacia Él, nos acoge con bondad, escucha nuestras quejas y el relato con frecuencia bien largo y harto egoísta de nuestras miserias, y
olvidándose de sí nos consuela y reanima. ¿Por qué habré yo, Divino Salvador mío, recurrido a los hombres para hallar consuelo, en lugar de dirigirme a Vos? Ya veo que esto hiere a vuestro
corazón, celoso del mío. Sen en la Eucaristía mi único consuelo, mi único confidente: con una palabra, con una mirada de vuestra bondad me basta. ¡Ameos yo de todo corazón y haced lo que os
plazca!
ORACIÓN
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Consoladme, Jesús mío; Vos no ignoráis mis necesidades y mis angustias; y enseñadme, como a las
hijas de Jerusalén, a llorar primero mis pecados que se ha multiplicado sobre los cabellos de mi cabeza, para llorar después con un corazón muy puro, vuestra sacratísima pasión
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles
y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente
sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre.
Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el
mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no
vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos
solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal
contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros… porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción
del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables
y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como
el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Muchas veces, tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis pesares, de mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido, de
egoísmo, de envidia.
Debería llorar por mi falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que me manifiestan, Señor, cuánto me quieres.
Dame profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia.
Oh Madre Dolorosa… tus lagrimas han ido humedeciendo el camino tan seco y árido que recorre tu hijo; tus lágrimas de amor y sacrificio van mezclándose con la sangre de tu hijo que cae sobre
la tierra. Sufres al ver la frialdad de los hombres ante espectáculo tan doloroso… pero de pronto encuentras que unas mujeres lloran de compasión al ver a tu hijo tan destrozado… y descubres
que Jesús se detiene ante ellas… Les dice que no lloren por El, sino que lloren mas bien por ellas y sus hijos… Quizás ellas no entendieron Madre, pero tu si comprendiste la profundidad de
aquellas palabras de tu hijo. Sabias en tu corazón, que El las llamaba a un arrepentimiento verdadero, a que lloraran mas bien por sus propios pecados. Tu amado hijo, en medio de su gran
sufrimiento seguía siendo el gran maestro de los hombres…Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
POR LOS ENFERMOS INCOMPRENDIDOS Y DOLIENTES, QUE OFRECEN SUS SUFRIMIENTOS Y DOLORES A TI, CONCÉDELES, LA SANACIÓN DE SUS DOLORES Y ENFERMEDADES.
Oración: A aquellas mujeres les dijiste que era inútil lamentarse en vano, que más valía preocuparse por cambiar la vida. Ayúdame a no ser como aquellas mujeres, a no vivir quejándome y
lamentándome por mi enfermedad, por sentir que los que me rodean no me quieren lo suficiente, o preguntándome: “¿Por qué a mí?”. Sé que eso es inútil Señor y que solo contribuiría a hacerme
infeliz. Enséñame, por el contrario, a buscar primero tu Reino, convencido que todo lo demás me será dado por añadidura y a esforzarme por llevar una vida santa y que sea testimonio de amor
para quienes me rodean.
Te ofrezco Señor mi enfermedad. No reniego de ella, no, sino que por el contrario, te agradezco porque es la manera que tengo de estar unido a Ti y a Tu pasión y muerte. Mi enfermedad es la
manera que tengo de participar de tu Cruz y de contribuir ofreciéndola con amor, por la conversión de los que no Te conocen.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR TU AMOR INCONDICIONAL, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
POR LOS ENFERMOS INCOMPRENDIDOS Y DOLIENTES, QUE OFRECEN SUS SUFRIMIENTOS Y DOLORES A TI, CONCÉDELES, LA SANACIÓN DE SUS DOLORES Y ENFERMEDADES.
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS TODOS: RUEGA POR ELLOS.
POR TU AMOR INCONDICIONAL, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
NOVENA ESTACIÓN : JESÚS CAE POR TERCERA VEZ BAJO LA CRUZ
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús cae por tercera vez en tierra. Si su omnipotencia y el deseo omnipotencia y el deseo infinito de padecer aún más por ti, no lo animaran, no hubiera podido levantarse.
Tan
lastimosa fue la caída de tu Salvador. ¡Se levanta por fin! Contempla la cumbre del Calvario, y agonizante, pero gozoso sigue subiendo.
Estas terceras caídas, mortales y doloras sobre toda ponderación, las sufre Jesús en la Eucaristía al descender al criminal corazón de las personas que le están especialmente consagradas. «Si
mi enemigo me ultrajase, lo sufriría ciertamente, pero que tú, hijo mío, quien se sienta conmigo a la Mesa; que tú me ultrajes, ¡ah!, no lo puedo sufrir».
Cien veces que nos proponemos los seres humanos no caer…cien veces que caemos bajo el peso de nuestras propias contradicciones. El Señor, con el leño sobre sus hombros, en cada eucaristía nos
hace una transfusión de vida divina. No son las caídas continuas del discípulo de Cristo las que nos alejan de El, sino el acostumbrarnos, como tantas veces lo hacemos, a vivir bajo la pesada
cruz de la mediocridad, la oscuridad y la tibieza.
¡Cuántos sufrimientos en esta tercera caída! Jesús cae abrumado bajo el peso de la cruz y apenas si a fuerza de malos tratos logran los verdugos levantarle.Jesús cae por tercera vez antes de
ser levantado en cruz como para atestiguar que le pesa el no poder dar la vuelta al mundo cargado con su cruz.
Jesús vendrá a mí por última vez en viático antes de que salga también yo de este valle de destierro. ¡Ah, Señor, concededme esta gracia, la más preciosa de todas y complemento de cuantas he
recibido en mi vida!
¡Pero que reciba bien esta última comunión, tan llena de amor!
¡Qué caída más espantosa la de Jesús, que entra por última vez en el corazón de un moribundo, que a todos sus pecados pasados añade el crimen de sacrilegio y recibe indignamente al mismo que
ha de juzgarle, profanando así el viático de su salvación!
¡En qué estado más doloroso no se ha de ver Jesús en un corazón que le detesta, en un espíritu que le desprecia, en un cuerpo de pecado entregado al demonio! ¡Es el infierno de Jesús en
tierra!
¿Y cuál será el juicio de esos desdichados? Sólo pensarlo causa temblor. ¡Perdón, Señor, perdón por ellos! Os ruego por todos los moribundos. Concededles la gracia de morir en vuestros brazos
después de haberos recibido bien en viático.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Os agradezco con vuestro mismo amor infinito la paciencia que me habéis tenido: ¡Cuánto me amáis y
a qué precio tan subido me habéis rescatado! A vuestro ejemplo, os prometo levantarme siempre que tenga la desgracia de caer, subir gozoso el Calvario que me preparéis y reparar con
especialidad las ofensas que recibís de vuestras almas predilectas.
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda
la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo
sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón
donde entra a menudo.
¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta
suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la
Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión.
La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde
lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su
rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en
ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu
Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes desfallecido, Señor.
Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz.
Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos.
Oh Madre Dolorosa… ves como los soldados obligan a tu hijo a apresurar el paso para así ya acabar con tan incomoda misión. Lo hacen caminar tan rápido, que Jesús en su debilidad y
agotamiento, tropieza y cae de nuevo. Los soldados le gritan y le golpean para que se levante… y tu Madre sufriente, lo único que deseas es susurrar en el oído de tu hijo aquellos cánticos de
amor, aquellos versos tiernos y dulces que le cantabas por las noches. Deseabas abrazarlo y ayudarle a levantarse para que llegara a su meta final, la cruz. Ya le queda muy poco, y tu corazón
está tan desgarrado de compasión por tu hijo que lo único que deseas es que ya llegue a su descanso…Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el
amor del Padre!
Señor, que sepa aceptar con cariño, con amor los servicios que con tanta generosidad me brindan los míos. Que sienta más su amor que mi propia necesidad.
Oración: Señor, a pesar de haber caído por tercera vez, te levantaste y seguiste adelante. A veces me cuesta tanto perseverar en tu camino… Bien sé que mi enfermedad no es ningún castigo,
porque Tú no eres un Dios vengativo, sino que es una circunstancia desagradable de la vida que me ha tocado padecer. Precisamente por eso, tiene mérito soportar este sufrimiento inmerecido,
al igual que Tú tuviste que soportar tu cruz.
Ayúdame a nunca dejar de seguirte, por más que mi enfermedad se prolongue, que nunca me canse de ofrecértela con paciencia y con amor. Tú lo hiciste como ejemplo para que yo siguiera tus
huellas. Te pido Señor por todos los enfermos y ancianos del mundo que se han dado por vencidos y que solo desean morir para acabar con su sufrimiento: dales una luz de esperanza y muéstrales
que nunca está todo perdido, mientras nos quede un aliento de vida.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR TU AMOR INCONDICIONAL, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Señor, que sepa aceptar con cariño, con amor los servicios que con tanta generosidad me brindan los míos. Que sienta más su amor que mi propia necesidad.
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS TODOS: RUEGA POR ELLOS.
POR TU AMOR INCONDICIONAL, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD. SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
DÉCIMA ESTACIÓN : JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDOS
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Bárbaramente, arrancan a Jesús sus vestiduras, renovando todas sus llagas y exacerbando todos sus dolores. Pero sobre todo considera, alma mía, la afrenta que recibe tu Redentor y la
vergüenza que sufre al quedar desnudo ante la soldadesca. ¡Cómo satisface por las deshonestidades! Mil cruces le hubieran sido menos duras que esta
ultraje a su santidad.
Contempla la desnudez de Jesús en el Sagrario. ¡Qué pobreza! Los palacios de los hombres están recubiertos de oro y seda, mientras que el olvidado Tabernáculo carece, a las veces, aún de los
blancos pañales de Belén. Es más pobre que la pobre choza del mendigo.
Vivir, en toda su intensidad la Eucaristía, es compartir la suerte de Aquel que en obediencia a Dios todo lo dio (sufriendo) y de todo fue arrancado. Atender su Palabra es abandonar caminos
equivocados, desprendernos de aquellos disfraces que distorsionan la grandeza que llevamos dentro. Contemplar y vivir la eucaristía es ver a un Señor que, antes de subir a la cruz, es
presentado como vino en Belén por primera vez al mundo: desnudo y despojado de toda riqueza
¡Cuánto no debió sufrir en este cruel e inhumano despojamiento!
¡Arráncasele los vestidos pegados a las llagas, las cuales vuelven a abrirse y desgarrarse!
¡Cuánto no debió sufrir en su modestia viéndose tratado como se tendría vergüenza de tratar a un miserable y a un esclavo, que al menos muere en el sudario en el que ha de ser sepultado!
Jesús es despojado aún hoy de sus vestiduras en el estado sacramental. No contentándose con verle despojado, por amor hacia nosotros, de la gloria de su divinidad y de la hermosura de su
humanidad, sus enemigos le despojan del honor del culto, saquean sus iglesias, profanan los vasos sagrados y los sagrarios, le echan por tierra. Es puesto a merced del sacrilegio, Él, rey y
Salvador de los hombres, como en el día de la crucifixión.
Lo que Jesús se propone al dejarse despojar en la Eucaristía es reducirnos a nosotros al estado de pobres voluntarios, que no tienen apego a nada, y así revestirnos de su vida y virtudes. ¡Oh
Jesús sacramentado, sed mi único bien!
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Me avergüenzo y arrepiento de mis impurezas, causa de vuestra afrentosa desnudes, y os pido, por
esta vuestra pena, imprimáis en mi alma un odio constante e inmenso a vicio tan detestable y bestial. Desnudadme de todo apego a las criaturas y cubridme con el ropaje de vuestra gracia, para
abrigaros con él siempre que tenga la felicidad de recibiros en mi pecho.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se
repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no
es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora
se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la
«primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios.
Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a
los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor
experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida.
Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo
sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.
Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y
necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece privado de
significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su
existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas.
A infinita distancia de tu dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de mí por la pérdida de mis seres queridos. Que yo sepa ofrecerte el recuerdo de las
separaciones que me desgarraron, uniéndome a tu pasión y esforzándome en consolar a los que sufren, huyendo de mi propio egoísmo.
Oh, Madre Dolorosa… en este momento recuerdas ese glorioso momento cuando tuviste a Jesús por primera vez en tus brazos en medio de la pobreza del portal de Belén. Lo envolviste en pañales y
lo colocaste en un pesebre. Querías que no pasara frío, que no estuviera desnudo, sino que esa ropita que le habías hecho con tanto amor cubriera su inmaculado cuerpo. Qué dolor para ti,
María, ver a tu hijo despojado de su ropa… tu que viviste para cubrirlo, protegerlo y cuidarlo, hoy lo ves indefenso, desnudo… muriendo en la misma pobreza en que nació. Y de pronto ves,
Madre, en el rostro de Jesús un gesto de profundo dolor, y es que al quitarle la túnica, también arrancaron pedazos de su cuerpo que se habían pegado a la tela…Y todo lo guardaste
silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste por que confiabas en el amor del Padre!
PARA LOS ENFERMOS QUE CARGAN EN SU CONCIENCIA GRAVES FALTAS, TE ROGAMOS TU PERDÓN E INDULGENCIA, SEÑOR.
Oración: Señor, en tu cruz, te quitaron hasta lo último que tenías: tus ropas, tu túnica, pero no pudieron quitarte lo más grande que tenías y que era el AMOR tan grande a los hombres, que
fue capaz de llevarte hasta la muerte. Te pido Señor que me ayudes a no aferrarme a las cosas materiales, a no depender de ellas, a no desesperarme si a veces no son suficientes, o a no
almacenarlas inútilmente si son demasiadas.
Enséñame a ser pobre, Señor, como Tú lo fuiste en la cruz. Te pido por todas las personas que sufren la pobreza en el mundo, para que no les falte lo indispensable. Y te pido también por
aquellos que tienen de sobra, para que no se pierdan en su egoísmo y aprendan a compartir con los que no tienen.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR SOPORTAR Y ENTREGARLO TODO PERDÓN SEÑOR, PIEDAD
SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
PARA LOS ENFERMOS QUE CARGAN EN SU CONCIENCIA GRAVES FALTAS, TE ROGAMOS TU PERDÓN E INDULGENCIA, SEÑOR.
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS TODOS: RUEGA POR ELLOS
POR SOPORTAR Y ENTREGARLO TODO PERDÓN SEÑOR, PIEDAD
SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
UNDÉCIMA ESTACIÓN : JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús es clavado en la Cruz. Le mandan los verdugos se tienda sobre ella y obedece al punto. «Jesús fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Taladran después con gruesos clavos sus
santísimos pies y manos. Contempla, alma mía, a tu Padre; te espera con los brazos abiertos.
El
amor tiene como clavado a Jesús en la Eucaristía. «Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos»… «Mis delicias son estar con vosotros, hijos de los hombres». Y la
obediencia de Jesús en este Sacramento, ¡qué incomprensible es! Aunque el sacerdote sea otro Judas, lo obedece ciegamente ¡Qué responderás de tu falta de sujeción, de tu habitual
desobediencia a tus superiores?
Ascender al calvario acompañando al Señor, es intentar componer un acorde lo más perfecto posible en nuestra existencia con las notas que El nos marca en el Evangelio. Celebrar la eucaristía
es hacer memoria de aquellas horas santas e históricas de Jesús. Fue clavado para que el hombre entendiese la gran locura de Dios: el amor de Dios por el hombre es capaz de cualquier cosa. La
eucaristía nos anima y nos educa a ver la cruz, no como un adorno cincelado en oro o plata, sino el árbol desde donde nos cae gratuitamente a todos el fruto de la redención
¡Qué tormentos los que sufrió Jesús cuando le crucificaron! Sin un milagro de su poder no le hubiera sido posible soportarlos sin morir.
Con todo, en el calvario Jesús es clavado a un madero inocente y puro, mientras que en una comunión indigna el pecador crucifica a Jesús en su cuerpo de pecado, cual si se atara un cuerpo
vivo a un cadáver en descomposición.
En el calvario fue crucificado por enemigos declarados, mientras que aquí son sus propios hijos los que le crucifican con la hipocresía de su falsa devoción.
En el calvario solo una vez fue crucificado, mientras aquí lo es todos los días y por millares de cristianos.
¡Oh divino Salvador mío, os pido perdón por la inmortificación de mis sentidos, que ha costado expiación tan cruel!
Por vuestra Eucaristía, queréis crucificar mi naturaleza e inmolar al hombre viejo, uniéndome a vuestra vida crucificada y resucitada. Haced, Señor, que me entregue a vos del todo, sin
condición ni reserva.
ORACIÓN
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Para enseñarme a obedecer, Vos, nuestro Dios, os sujetáis a vuestros verdugos, y yo, vilísima
criatura a Vos mismo desobedezco, como otro ángel rebelde. Pero, Salvador y modelo mío, ya no será así; os prometo sujetarme pronta, voluntaria y ciegamente a todos mis superiores, sean
quienes fueren.
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban,
lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los
letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume
conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del
pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado… Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss).
Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de
todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubir su rostro en
aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos
hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la
carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas
ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad
«comprometida» y a encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.
Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en ofrecértelas también por ellos.
Oh, Madre Dolorosa… te preguntas si no es suficiente todo lo que le han hecho, todavía falta más… Ves como colocan a tu hijo en la cruz, ni siquiera podrá pasar sus últimos momentos con algún
descanso. No, ahora ves como amarran a la cruz su cuerpo todo herido. Pero, Virgen Mártir, tu corazón se detuvo al oír los martillazos que atravesaban sus huesos. Sus manos y sus pies
completamente taladrados por esos clavos. Tu, María, recibes esos clavos, como si verdaderamente te clavaran a ti. Quisieras decirles a los soldados que todo eso no era necesario…no
necesitaban clavos para mantener a tu hijo Jesús en la cruz, su amor por los hombres lo hubiera sostenido allí, en la cruz hasta la muerte…Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón…
¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
TE ROGAMOS POR NUESTROS ENFERMOS DE DIABETES, PARA QUE BRILLE EN ELLOS LA LUZ DE TUS OJOS.
Oración: Señor, hasta en el último momento mientras sufrías los dolores de los clavos que te traspasaban, pensaste en cada uno de nosotros suplicando a tu Padre que nos perdonara. Enséñame a
perdonar a mis hermanos. Desde mi enfermedad, tengo la enorme y maravillosa posibilidad de identificarme contigo, doliente en la cruz, y hacer carne propia las palabras de san Pablo: «Estoy
crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí. Vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí«. Quiero compartir tu cruz, Señor. Y que como tu muerte, mi
vida sea útil a los demás, por eso te ofrezco mi enfermedad, Señor, por mis pecados y por los pecados de todos los hombres del mundo.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR TU CRUCIFIXIÓN, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
TE ROGAMOS POR NUESTROS ENFERMOS DE DIABETES, PARA QUE BRILLE EN ELLOS LA LUZ DE TUS OJOS.
MARÍA,
SALUD DE LOS ENFERMOS RUEGA POR ELLOS.
POR TU CRUCIFIXIÓN, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
DUODÉCIMA ESTACIÓN : JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús muere en la Cruz: «E inclinando su cabeza, entregó su espíritu». Alma mía, contempla, si puedes, tu obra. No los sayones, sino tus propios pecados, han arrancado la vida a tu Salvador.
¿Aunque no estás satisfecha? Jesús no puede hacer nada más por ti: su inmaculada Madre, su sangre, su vida, todo te han entregado.
La
muerte de Jesús se repite sin cesar en nuestros altares. Bajo las especies de pan y de vino es inmolado por el Sacerdote y ofrecido al Padre como Hostia de propiciación por los
pecados. También aquí se entrega totalmente a sus hijos: cuerpo, sangre, alma y divinidad; todo se da a quien lo quiere recibir. Jesús, en el Sagrario, ¿qué más puede hacer por ti?
No hay triunfo sin esfuerzo, ni herida sin dolor. El calvario era y sigue siendo un monte para todo aquel que quiera entender, mirar y comprender la salvación de Dios: la Palabra clavada nos
habla escandalosamente, como en Belén también un día lo hizo, del amor que Dios nos tiene. Nos descoloca. Nació en la soledad de una noche y murió solitario en la hora de nona.
La eucaristía es presencia real y misteriosa de un Jesús que muere y resucita, que habla y se presenta con la misma actualidad con la que lo hizo en aquellos que vivieron codo con codo sus
días de pasión y de gloria.
Jesús muere para rescatarnos; la última gracia es el perdón concedido a los verdugos; el último don de su amor, su divina Madre; la sed de sufrir, su último deseo; y el abandono de su alma y
de su vida en manos de su Padre, el último acto.
En la Sagrada Eucaristía continúa el amor que nos mostró Jesús al morir; todas las mañanas se inmola en el santo sacrificio y va los que le reciben a perder su existencia sacramental. Muere
en el corazón del pecador para su condenación.
Desde la Sagrada Hostia me ofrece las gracias de mi redención y el precio de mi salvación. Pero para poderlas recibir, muera yo junto a Él y para Él, según es su voluntad.
Dadme, Dios mío, la gracia de morir al pecado y a mí mismo, gracia de no vivir más que para amaros en vuestra Eucaristía.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Yo, inhumano, os he dado la muerte, y Vos, misericordiosísimo, me habéis dado la vida y vida
eterna. «¿Qué devolveré al Señor por todos sus beneficios?» Aquí estoy, Señor, dispón de mí según vuestra divina voluntad. Mas no sé ni puedo deciros.
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde
crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una
caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al
ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
Sobre la cruz –en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo
prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque
habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el
rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este
modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor.
Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2).
Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente
vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el
ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran
sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama,
eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la
necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las heridas de los clavos, la lanzada del costado… ¡Gracias, Señor, gracias!
Has muerto por salvarme, por salvarnos. Dame responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por mi salvación, ayudado de tu gracia. Y dame trabajar con ahínco por la salvación de
mis hermanos.
Madre Dolorosa, ahí estás tu, al pie de la Cruz de tu hijo… firme, de pie como toda una Reina. Al lado de tu hijo, ofreciéndote tu como sacrificio de consolación. Y ves como un soldado
traspasa con una lanza el corazón de tu hijo… y tu corazón Maria es en ese momento traspasado espiritualmente por la misma lanza… La unión indisoluble de tu corazón con el corazón de Jesús,
queda revelada para toda la eternidad. Tu corazón recibe místicamente los efectos del traspaso físico del corazón de tu Hijo. Oh Madre, tu hijo ha muerto, y sientes el dolor, el vacío, la
soledad, pero también el descanso de saber que ya el mundo con toda su hostilidad no le pueden hacer mas daño… Qué grande eres María; tu, igual que tu hijo Jesús, llegaste hasta el final. Es
en la cima del Monte Calvario, en esa cruz donde tu hijo es elevado en su trono de Rey, que tu te conviertes en Reina. Tu reinado María, lo alcanza tu gran amor y tu fidelidad en el dolor.
Todo parece acabado… y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
SEÑOR JESÚS, AYÚDANOS A SER FIELES A TU PALABRA Y QUE SEPAMOS COMPARTIR CON NUESTROS HERMANOS LA DICHA DE SEGUIRTE EN EL CAMINO A LA CRUZ
Oración: «No hay mayor amor que dar la vida por los que se ama», nos dijiste una vez, y no fueron sólo palabras sino que lo comprobaste con hechos, muriendo por nosotros. Tú lo diste todo,
sin medida, diste tu propia vida. ¿Qué soy yo capaz de dar por Ti y por los que me rodean? Enséñame a amar como Tú lo hiciste: a todos por igual y sin medida, y que sea capaz de entregarlo
todo por todos.
Te pido Señor por todos aquellos que en distintos lugares del mundo, entregan su vida por amor a los demás a través de su trabajo, especialmente a los que ofrecen su tiempo para cuidar y
atender a los enfermos y ancianos. Fortalécelos, Señor, y haz que la entrega de sus vidas no sea en vano.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR TU PASIÓN Y MUERTE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SEÑOR JESÚS, AYÚDANOS A SER FIELES A TU PALABRA Y QUE SEPAMOS COMPARTIR CON NUESTROS HERMANOS LA DICHA DE SEGUIRTE EN EL CAMINO A LA CRUZ
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS RUEGA POR ELLOS. .
POR TU PASIÓN Y MUERTE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR
PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
Décimo tercera Estación : Jesús bajado de la Cruz a los brazos de su Madre
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Bajan de la Cruz el cuerpo divino del Salvador y lo depositan en los brazos de su afligidísima Madre, ¿No conocéis a vuestro Hijo, Señora? Es el mismo «hermosísimo entre los hijos de los
hombres que llevabais a vuestros pechos virginales». Su amor lo ha desfigurado. Y tú eres, alma mía, el reo y eres también
el verdugo.
El sacerdote puede bajas algunas veces a Jesús, Hostia del Sagrario donde ha sido ultrajado, al corazón de verdaderos amantes; de almas que saben como María, compadecer a su Dios y lavar y
ungir su destrozado cuerpo con lágrimas de arrepentimiento y con besos de amor. Sé tú, alma mía, no ya verdugo, sino del número dichoso de estas almas reparadoras.
Subir para bajar y bajar para subir. Es el doble movimiento de la Pascua que nos espera. Subió Jesús al madero y, con él, nos abrió la puerta a la Resurrección. La eucaristía, día tras día,
nos enseña que el Señor sigue bajando para hacernos escalar a las más altas cotas de generosidad y de entrega, de perdón y de sacrificio, de humildad y de reconciliación, de fe y de esperanza
¿Seremos capaces de ver la otra cara de la cruz o nos quedaremos enganchados en la simple astilla de madera que produce sufrimiento y llanto?
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su divina Madre, quien le recibe entre sus brazos y contra su corazón, ofreciéndolo a Dios como víctima de nuestra salvación.
A nosotros nos toca ahora ofrecer a Jesús como víctima en el altar y en nuestros corazones para nosotros y para los nuestros. Nuestro es, pues Dios Padre nos le ha dado y El mismo se nos da
también para que hagamos uso de Él.
¡Qué desdicha el que este precio infinito quede infructuoso entre nuestras manos, a causa de nuestra indiferencia! Ofrezcámoslo en unión con María y pidamos a esta buena Madre que lo ofrezca
por nosotros.
¡Oh Corazón Eucarístico de Jesús, perdón, misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión! Virgen dolorosa, yo quiero reparar mi crimen y así mitigar vuestro quebranto. Para conseguirlo,
adoptadme por hijo, hacedme participante de vuestros dolores y dadme con largueza vuestra compasión y amor siempre que tenga la felicidad de recibir a vuestro Jesús en la Eucaristía, para
consolarlo y amarlo dignamente.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde
lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los
cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el verdadero
cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y
de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba.
Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde
Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín
manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer por el agua y el
Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de
la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo
nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha
puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la
oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te
acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver
por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.
Déjame estar a tu lado, Madre, especialmente en estos momentos de tu dolor incomparable. Déjame estar a tu lado. Más te pido: que hoy y siempre me tengas cerca de Ti y te compadezcas de mí.
¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía!
Oh Madre Dolorosa, ahora si puedes tener a tu hijo en tus brazos. Te parece mentira, que aquel niño que tantas veces acunaste, arrullaste y estrechaste contra tu pecho, luce hoy como un
despojo humano. Pero lo único que importa en ese momento es tenerlo a El de nuevo en tus brazos maternales. Sabes que el no puede sentir tus caricias, ni tus besos, pero aun así lo besas y lo
acaricias… quieres como borrarle el horror de lo que los hombres le hicieron a través de tu ternura y de tu amor. Madre, cómo lo estrechabas, cómo abrazabas ese cuerpo tan desfigurado… sabias
que El había llevado sobre si toda nuestra culpa, que con su dolor El había sanado las llagas de nuestros pecados, que con su ser todo destrozado El había devuelto la belleza a nuestras
almas… Y al mirarlo ahí posando inmóvil en tus brazos solo pensabas que El vivió para amar y ahí estaba la prueba más grande de su amor. Y por eso… todo lo guardaste silenciosamente en tu
corazón… ¡Todo lo hiciste por que confiabas en el amor del Padre!
A LAS MADRES Y DEMÁS FAMILIARES QUE LLORAN LA DESAPARICIÓN DE SUS SERES QUERIDOS, CONCÉDELES SEÑOR LÁGRIMAS DE ESPERANZA CRISTIANA.
Oración: Señor, con tu muerte nos diste la Vida, y Vida en abundancia. Tu muerte nos trajo la salvación. Ayúdame a se digno merecedor de tu salvación buscando siempre la santidad en las cosas
de todos los días. Señor, tu muerte no ha sido en vano. Gracias a Ti, muchos hoy podemos vivir la alegría de ser hijos de Dios.
Te doy gracias porque con tu muerte en la cruz nos reconciliaste con Dios y hoy podemos ser sus amigos. Te pido Señor por todos los hombres del mundo que no te conocen, que no saben de esta
obra maravillosa que hiciste por la humanidad, para que reciban esta Buena Noticia y lleguen al conocimiento de la Verdad.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR TU DIVINA MADRE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
A LAS MADRES Y DEMÁS FAMILIARES QUE LLORAN LA DESAPARICIÓN DE SUS SERES QUERIDOS, CONCÉDELES SEÑOR LÁGRIMAS DE ESPERANZA CRISTIANA.
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS TODOS: RUEGA POR ELLOS.
POR TU DIVINA MADRE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TENED PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
SANTO VIACRUCIS
DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN JESÚS PUESTO EN EL SANTO SEPULCRO
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
La Santísima Virgen deja el cuerpo de su Hijo en el sepulcro y ahí deja también su purísimo y lacerado corazón, como guardia fiel que cuida el más rico de los tesoros. María tiene que volver
al a ciudad deicida. «¡Grande como el mar es su quebranto!»…. «¡Oh, vosotros que cruzáis por el camino de la vida, atended y ved si hay
dolor semejante a su dolor!»
El Sagrario es, ¡ay!, por el abandono en que se halla, un sepulcro para el Corazón amante de Jesús. Ahí está Él, por el amor infinito que te tiene, real y verdaderamente presente, de día y de
noche y siempre esperándote. Alma mía, enciérrate con Jesús en el Sagrario, haz ahí tu morada eterna. Jesús es tu tesoro, tu corazón, tu bienaventuranza.
Hay que morir para vivir y, aunque muchos se empeñen en lo contrario, hay que vivir para aprender a morir. Es la gran lección que, magistralmente, Jesús nos enseña en este vía crucis. Por
Dios y por el hombre ¡todo! Sin Dios y sin el hombre ¡nada!
La eucaristía es el sacramento de la presencia de un Dios que en la aparente debilidad de la especie del pan y del vino nos ayuda a fructificar y a prepararnos para el auténtico banquete que
nos espera: el cielo
En cada eucaristía quedan sepultados millones de granos de fe, que como la mostaza, serán un día grandes árboles en los que anidarán para siempre y felizmente los hijos que creyeron y
esperaron en las promesas de Jesús en la tierra.
¿Vivimos cada eucaristía como un aperitivo de aquello que nos espera por gustar en compañía de Dios el día de mañana?
Jesús quiere sufrir la humillación del sepulcro; es abandonado a la guarda de sus enemigos, haciéndose prisionero suyo.
Mas en la Eucaristía aparece Jesús sepultado con toda verdad, y, en lugar de tres días, queda siempre, invitándonos a nosotros a que le hagamos guardia; es nuestro prisionero de amor.
Los corporales le envuelven como un sudario; arde la lámpara delante de su altar lo mismo que delante de las tumbas; en torno suyo, reina silencio de muerte.
Al venir a nuestro corazón por la comunión, Jesús quiere sepultarse en nosotros; preparémosle un sepulcro honroso, nuevo, blanco, que no esté ocupado por afectos terrenales; embalsamémosle
con el perfume de nuestras virtudes.
Vengamos, por todos los que no vienen, a honrarle, adorarle en su sagrario, consolarle en su prisión, y pidámosle la gracia del recogimiento y de la muerte al mundo, para llevar una vida
oculta en la Eucaristía.
¡Oh, Corazón Eucarístico de Jesús, perdón misericordia; yo soy el verdugo en vuestra Pasión!
Recibid, en reparación de mis crímenes que claman venganza al Cielo, mi última y la más fervorosa y humilde de mis promesas: llorar mis pecados, nunca más ofenderos, vivir con Vos en el
Tabernáculo y trabajar cuanto pueda, por vuestra gloria Corazón Eucarístico de mi Dios, si tengo que separarme del Sagrario por mis deberes,concededme el inmerecido don de que mi alma jamás
se separe de este divino Nido, testimonio el más elocuente del infinito amor que me tenéis. Ahí en el Sagrario, quiero vivir eternamente.
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la
entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor.
Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de
la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos […]
el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su
sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de
trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplica-ción del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la
humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio
de la Eucaristía.
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad.
Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la
encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a
través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de
trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo.
Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el
sepulcro: el sepulcro está vacío porque él –el Padre– no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has
resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos ale-grarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu
resurrección.
Todo ha terminado. Pero no: después de la muerte, la Resurrección. Enséñame a ver lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que perdura. Y que esa luz ilumine todos mis actos. Así sea.
Madre Dolorosa, tu nunca dejas a tu hijo, vas con los que lo llevan a enterrar, pues quieres acompañarle hasta su tumba. Tu quisieras arreglar su cuerpo, vestirlo, ponerle un manto blanco,
suave y perfumado, pero nada de eso se te permite hacer. Recuerdas en ese momento, los nueve meses que lo tuviste en tu vientre. Donde lo guardabas con tanto amor, refugiándolo y cuidándolo
del maltrato del mundo. Y es así como lo depositas en esta tumba. Es hora de dejarlo y de cerrar la puerta del sepulcro. Qué dolor Madre, saber que El se queda ahí, y que tu debes continuar
aquí en la tierra, enfrentándote a la oscuridad, a la burla, a la indiferencia, al desprecio que aun después de muerto sigan haciéndole los hombres. María, tu caminas despacio como no
queriendo separarte de tu hijo… pero… una gran paz envuelve tu corazón traspasado de dolor… La paz y el gozo de saber que tu hijo muy pronto… RESUCITARÁ
JESÚS,MARÍA Y JOSÉ, ASÍSTANME EN MI ÚLTIMA AGONÍA.
PARA TODOS LOS DIFUNTOS, TE ROGAMOS SEÑOR, CRISTIANA SEPULTURA.
Oración: Señor, tu muerte nos abrió la esperanza de la resurrección. Tú nos prometiste la vida eterna. Haz que viva de acuerdo a esta Gracia que me regalaste, buscando siempre amarte y amar a
aquellos que me diste por hermanos. Muchas veces yo también me siento sepultado por mi enfermedad.
Ayúdame a no quedarme sumergido en mi dolor, sino que sepa comprender que el sufrimiento es camino a la gloria, como para ti el sepulcro fue la puerta para la resurrección. Dame fuerzas señor
para ser testigo de esperanza entre quienes me rodean, y acuérdate de todos aquellos valientes misioneros, hombres y mujeres, que asumen la responsabilidad de llevar tu esperanza a todos los
pueblos del mundo. Perdón, Señor, porque pequé contra Ti.
MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS RUEGA POR ELLOS.
PADRE NUESTRO
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén
AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
POR EL DOLOR DE TU SANTÍSIMA MADRE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS
PARA TODOS LOS DIFUNTOS, TE ROGAMOS SEÑOR, CRISTIANA SEPULTURA.
MARÍA,
SALUD DE LOS ENFERMOS RUEGA POR ELLOS.
POR EL DOLOR DE TU SANTÍSIMA MADRE, PERDÓN SEÑOR, PIEDAD SI GRANDES SON MIS DOLORES, MAYOR ES TÚ BONDAD.SEÑOR PEQUE TEN PIEDAD Y MISERICORDIA DE NOSOTROS.
Padre Santo, después de recorrer
paso a paso el camino de la cruz, concédenos la gracia de grabar en nuestra mente y nuestro corazón la imagen de tu Hijo crucificado en este acto supremo de amor con el que ha quebrado la
amargura y el sinsentido del dolor, convirtiéndolo en dulzura y medio indispensable de salvación y santificación. Que a la constancia del dolor en nuestra vida, sepamos responder con la
constancia del amor, y a la intensidad del sufrimiento, con la intensidad
del ofrecimiento. Por el
mismo Cristo nuestro Señor.Amen
Te suplico, Señor, que me concedas,
por intercesión de tu Madre la Virgen, que cada vez que medite tu Pasión, quede grabado en mí con marca de actualidad constante, lo que Tú has hecho por mí y tus constantes beneficios. Haz,
Señor, que me acompañe, durante toda mi vida, un agradecimiento inmenso a tu Bondad. Amén.
Virgen Santísima de los Dolores,
mírame cargando la cruz de mi sufrimiento; acompáñame como acompañaste a tu Hijo Jesús en el camino del Calvario; eres mi Madre y te necesito. Ayúdame a sufrir con amor y esperanza para que mi
dolor sea dolor redentor que en las manos de Dios se convierta en un gran bien para la salvación de las almas. Amén.