Hay muchísima gente que cree que el problema con el mundo de hoy es que la gente no va a la iglesia. Ellos creen que el reto es llevar gente a la iglesia, pero el verdadero reto es llevar la Iglesia a la gente.
Fundamentalmente, estamos fallando en hacer lo que Cristo hizo…es decir, acercarnos y conocer a la gente en su necesidad, en su quebrantamiento. Estamos fallando en cumplir con la misión que Cristo nos encomendó a través de nuestra línea apostólica (cf. Mateo 28, 16-20). Estamos fallando en cumplir con la misión de la Iglesia, que es proclamar las buenas nuevas del Evangelio a las personas de todas las épocas.
Si la gente no viene a la iglesia no es su falta únicamente, también es la nuestra. Debemos preguntarnos, “¿Porqué no vienen a la iglesia?” La gente no viene a la Iglesia porque no encuentra ningún valor en hacerlo. Si los convencieramos del valor de hacerlo, si realmente entendieran la riqueza y belleza del catolicismo, ellos harían que la Iglesia fuera una parte indispensable de sus vidas.
Involucrarse con la gente significa mostrarles como el Evangelio puede transformar sus vidas. Significa mostrarle a la gente que abrazar la vida a la que Dios no llama los liberara de sentirse atraidos a una docena de direcciones diferentes. Involucrarse con la gente significa mostrarles como Dios puede hacer que sus vidas sean mejores.
¿A quién conozco que puede necesitar que yo, ahora mismo, le muestre como puede transformar su vida con el Evangelio? ¿Cómo puedo acercarme a esa persona (o personas) en su necesidad?
Dios de la esperanza, me vuelvo a ti con un corazón abierto y un espíritu que te anhela. Durante esta temporada de Adviento, me mantendré alerta y despierto, escuchando tu palabra y cumpliendo con tus preceptos. Mi esperanza esta en tí, a medida que espero celebrar el nacimiento de Jesús.
1) Oración
Concédenos, Señor Dios nuestro, permanecer alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen.
2) Lectura
Del Evangelio según Mateo 9,35 - 10,1.5-8
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. »
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones:«No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis ».
3) Reflexión
• El evangelio de hoy consta de dos partes: (a) Un breve resumen de la actividad apostólica de Jesús (Mt 9,35-38) y (b) el inicio del “Sermón de la Misión” (Mt 10,1.5-8). El evangelio de la liturgia de hoy omite los nombres de los apóstoles citados en el evangelio de Mateo (Mt 10,2-4).
• Mateo 9,35: Resumen de la actividad misionera de Jesús. “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia”. En pocas palabras Mateo describe los puntos centrales de la actividad misionera de Jesús: (a) Recorrer todas las ciudades y los poblados. Jesús no espera a que la gente venga hasta él, sino que él mismo va en busca de la gente recorriendo todas las ciudades y poblados. (b) Enseñar en las sinagogas, esto es, en las comunidades. Jesús va allí donde la gente está reunida alrededor de su fe en Dios. Es allí donde él anuncia la Buena Nueva del Reino, esto es, la Buena Nueva de Dios. Jesús no enseña doctrinas como si la Buena Nueva fuera un nuevo catecismo, sino que en todo lo que dice y hace deja transparentar algo de la Buena Nueva que le anima por dentro, a saber, Dios, el Reino de Dios. (c) Curar todo tipo de dolencia y enfermedad. Lo que más marcaba la vida de la gente pobre era la dolencia, cualquier tipo de dolencia, y lo que más marca la actividad de Jesús, es consolar a la gente, aliviar su dolor.
• Mateo 9,36: Compasión de Jesús ante la situación de la gente. “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”. Jesús acoge a las personas así como se encuentran ante él: dolientes, abatidas, cansadas. Se porta como el Siervo de Isaías, cuyo mensaje central consistía en “consolar a la gente” (cf. Is 40,1). La actitud de Jesús para con la gente era como la actitud del Siervo, cuya misión era definida así: “No clamará, no gritará ni alzará su voz en las calles. No romperá la caña quebrada ni aplastará la mecha que está por apagarse” (Is 42,2-3). Como el Siervo, Jesús se conmueve ante la situación sufrida de su pueblo “cansada y abatida, como ovejas sin pastor”. Empieza a ser Pastor identificándose con el Siervo que decía: “El Señor Yahvé me ha concedido el poder hablar como su discípulo. Y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar al que está desanimado” (Is 50,4ª). Como el Siervo, Jesús se hace discípulo del Padre y del pueblo y dice: “Cada mañana, él me despierta y lo escucho como lo hacen los discípulos” (Is 49,4b). Del contacto con el Padre saca las palabras de consuelo que hay que comunicar a los pobres.
• Mateo 9,37-38: Jesús implica a los discípulos en la misión. Ante la inmensidad de la tarea misionera, la primera cosa que Jesús pide a los discípulos es rezar: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. La oración es la primera forma de compromiso de los discípulos con la misión. Pues si uno cree en la importancia de la misión que uno tiene, entonces hará todo lo posible para que no muera con uno mismo, sino que continúe en los demás durante su vida y después.
• Mateo 10,1: Jesús confiere a los discípulos el poder de curar y de expulsar a los demonios. “Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia". La segunda cosa que Jesús pide a los discípulos no es que empiecen a enseñar doctrinas y leyes, sino que ayuden a la gente a vencer el miedo a los malos espíritus y que ayuden en la lucha contra las enfermedades. Hoy, lo que más da miedo a los pobres son ciertos misioneros que amenazan a la gente con el castigo de Dios y con el peligro del demonio. Jesús hace el contrario. Lo que más hace es ayudar a la gente a vencer el miedo al demonio: “Pero ¿si no podría ser que yo eche los demonios con el dedo de Dios? Entonces entiendan que el Reino de Dios ha llegado” (Lc 11,20). Es triste decirlo, pero hoy existen personas que necesitan el demonio para poder expulsarlo y así ganar dinero. Por esto merece la pena que Jesús hable contra de los fariseos y de los doctores de la ley (Mt 23).
• Mateo 10,5-6: Id primero a las ovejas perdidas de Israel. “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones:"No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. ¿Quién eran estas ovejas perdidas de Israel? ¿Eran las personas excluidas, como las prostitutas, los publicanos, los impuros, los considerados perdidos y condenados por las autoridades religiosas da época? ¿Eran los dirigentes como los fariseos, los saduceos, los ancianos y sacerdotes que se consideraban el pueblo fiel de Israel? O ¿eran las multitudes que estaban cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor? Probablemente, aquí en el contexto del evangelio de Mateo, se trata de esta gente pobre y abandonada que es acogida por Jesús (Mt 9,36-37). Jesús quería que los discípulos participaran con él en la misión junto a su gente. Pero, en la medida en iba atendiendo a esta gente, Jesús mismo iba ensanchando el horizonte.
En el contacto con la mujer cananea, oveja perdida de otra raza y de otra religión, que pedía ser atendida, Jesús repite a los discípulos: "No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel" (Mt 15,24). Y ante la insistencia de la madre que no desistía en interceder por la hija, Jesús se defendió diciendo: "No se debe echar a los perros el pan de los hijos" (Mt 15,26). Pero la reacción de la madre echa por tierra la defensa de Jesús: "Es verdad, Señor, contesto la mujer, pero los perritos comen las migas que caen de las mesas de sus padrones" (Mt 15,27). Y de hecho, ¡había muchas migas! Doce cestos llenos de pedazos que sobraban de la multiplicación de los panes para las ovejas perdidas de Israel (Mt14,20). La respuesta de la mujer deshizo los argumentos de Jesús. Y el atendió a la mujer: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo". Y en ese momento quedo sana su hija”. (Mt 15,28). Fue a través de la atención continua dada a las ovejas perdidas de Israel que Jesús descubrió que en el mundo entero hay ovejas perdidas que quieren comer de las migas.
• Mateo 10,7-8: Resumen de la actividad de Jesús. “Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca". Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; ¡dadlo gratis!” ¿Cómo revelar la proximidad del Reino? La respuesta es simple y correcta: curando a los dolientes, resucitando a los muertos, purificando a los leprosos, expulsando los demonios y sirviendo gratuitamente, sin enriquecerse por medio del servicio a la gente. Donde esto acontece, el Reino se revela.
4) Para la reflexión personal
• Todos nosotros recibimos la misma misión que Jesús dio a los discípulos y discípulas. ¿Tienes conciencia de tener esta misión? ¿Cómo vives tu misión?
• En tu vida, ¿tuviste algún contacto con las ovejas perdidas, con el pueblo cansado y abatido? ¿Qué lección sacaste?
5) Oración final
El Señor sana los corazones quebrantados,venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas,
llama a cada una por su nombre. (Sal 147,3-4)
Inmaculada Concepción: el diálogo de Dios con la humanidad
La persona de María, su Inmaculada Concepción y su maternidad virginal, no son una especie de “meteorito” caído del cielo, sin relación con el conjunto de la realidad del universo y de la historia humana, tal como los entendemos en el seno del cristianismo. Al contrario, descubrimos una íntima conexión entre la realidad de María como persona singular y la lógica salvífica de Dios, que se manifiesta en el mismo acto de la creación.
Dios creó el mundo “de la nada” de modo que en este mundo no había ni la más mínima sombra de mal: el mundo salió de las manos de Dios, no sólo “bueno”, sino “muy bueno” (cf. Gn 1,31), es decir,
puede decirse que salió de sus manos “lleno de gracia”.
Por otro lado, el pecado, incluso si se considera algo muy radical, no destruye totalmente eso “muy bueno” y, por eso, no excluye la dignidad del hombre como imagen de Dios, si bien la deforma y
oscurece. Y, por ello mismo, el pecado no elimina la esperanza de la salvación, que consiste en vivir de acuerdo con esa dignidad.
¿Cómo reacciona Dios ante el pecado del hombre? O, dicho de otra forma, ¿cómo nos mira Dios? Dios no actúa en la historia sin la colaboración humana. La historia de la salvación es la historia de un diálogo. Dios continúa volviendo a la tierra a “la hora de la brisa” (Gn 3, 8) y busca al hombre que, a causa del pecado, se esconde del rostro de Dios y con gran dificultad consigue mirar al rostro de sus semejantes.
Una consecuencia del pecado consiste precisamente en que el hombre tiene los ojos muy abiertos para el mal, sobre todo, desde luego, para el mal de los otros: “Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu ojo” (Mt 7,3). Por eso, con frecuencia, prestamos gran atención al pecado ajeno, a lo negativo en los otros, a lo que nos molesta, a lo que oculta el bien que portan en sí, más que al bien que, sin duda, también hay en ellos.
Dios, que ve con total claridad el pecado y el mal, nos mira, sin embargo, de otro modo: Dios es capaz de ver eso “muy bueno” que Él creó: el corazón no manchado por el pecado, su propia imagen presente en la creación por medio del hombre. Dios mira así y busca con su mirada aquella realidad capaz de conversar con Él “a la hora de la brisa”, de respetar el árbol del conocimiento del bien y del mal. Es decir, Dios busca en el hombre lo que de amable hay en él: “En ese pondré mis ojos, en el humilde y en el abatido que se estremece ante mi palabra” (Is 66, 2).
Así nos mira Dios, buscando lo bueno, lo sano que hay en el mundo, su propia obra. Dios busca, mira, y encuentra... a María: “Ha mirado la humildad de su sierva” (Lc 1, 48).
María es lo mejor de la humanidad, la obra “muy buena” de Dios, como en el momento mismo de la creación: es la llena de gracia. Y si en la historia de la humanidad ha habido un ser humano, una mujer como María, significa que nuestro mundo no es sólo, ni sobre todo, algo despreciable y definitivamente corrompido, en él no todo está perdido y sin esperanza.
En esta luz podemos entender el dogma de la Inmaculada Concepción, que tiene un enorme significado no sólo como una especial gracia exclusivamente para María, sino que ilumina nuestra comprensión de Dios y del hombre. En María Dios encontró un apoyo para acercarse y encontrarse con nosotros: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Y si María fue inmaculada desde la concepción, nosotros hemos sido elegidos por Dios en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante él por el amor (Ef. 1, 4).
Pero para poner su tienda entre nosotros, como ya hemos dicho, Dios requiere la cooperación humana. Dios entra en el mundo del hombre pidiendo permiso. En María, la humanidad responde Sí a esta petición. El sí de María es el sí de la humanidad, imagen de Dios, capaz de responder a su llamada y acogerlo en su casa.
En la Anunciación María representa a la humanidad entera, a lo mejor de ella. En ella Dios encontró por fin con quien conversar “a la hora de la brisa”. María, sierva del Señor, escucha y acoge la Palabra y la cumple, y se alza frente a Eva que pretendió ser igual a Dios. Y así María “concibió del Espíritu Santo” (cf. Lc 1,26-38).
Adviento. 1ª Semana. Sábado
EL BUEN PASTOR ANUNCIADO POR LOS PROFETAS
— Jesucristo es el Buen Pastor prometido por los Profetas. Nos conoce a cada uno por nuestro nombre.
— El Señor ha dejado en su Iglesia buenos pastores.
— Encontramos al Buen Pastor en la dirección espiritual.
I. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, caminad por él». Una de las gracias mayores que el Señor nos puede dar en esta vida es la de tener claro el camino que nos conduce a Él y contar con una persona que nos ayude a salir de nuestros desvíos y errores para retornar de nuevo al sendero bueno.
En muchos momentos de su historia, el pueblo de Dios se encontró sin rumbo y sin camino, en el desconcierto y abatimiento más grandes, por falta de verdaderos guías. Así halla el Señor a su pueblo: como ovejas sin pastor, según nos narra el Evangelio de la Misa de hoy. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Sus guías se habían comportado más como lobos que como verdaderos pastores del rebaño.
En la larga espera del Antiguo Testamento, los Profetas anunciaron, con siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el Mesías, que guiaría y cuidaría amorosamente su rebaño. Sería un pastor único, que buscaría a la oveja perdida y a la extraviada, vendaría a la herida y curaría a la enferma. Con Él, las ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos pastores con el encargo de cuidarlas y guiarlas: Les daré pastores que de verdad las apacienten, y ya no habrán de temer más, ni angustiarse ni afligirse.
Yo soy el buen pastor, dice Jesús. Ha venido al mundo para congregar al rebaño de Dios: Andabais, nos dice San Pedro, como ovejas descarriadas, mas ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas; viene el Buen Pastor para recoger a su rebaño de su extravío, para guiarlo, para defenderlo, para alimentarlo, para juzgarlo, para conducirlo por fin hasta las praderas definitivas, junto a las aguas de la vida.
Jesús es el Buen Pastor anunciado por los Profetas. En Él se cumplen al pie de la letra todas las profecías. Él conoce y llama a cada una de las ovejas por su nombre. ¡Jesús nos conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos sentimos perdidos en medio de una humanidad inmensa y sin nombre. Somos únicos para Él. Podemos decir con toda exactitud: Me amó y se entregó por mí. Él distingue mi voz entre otras muchas. Ningún cristiano tiene derecho a decir que está solo. Jesucristo está con él, y si se ha perdido por los caminos del mal, el Buen Pastor ha salido ya en su busca. Solo la mala voluntad de la oveja puede hacer fracasar el desvelo del pastor; el no querer regresar al aprisco. Solo eso.
II. Además del título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen de la puerta por la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Ella «es un redil cuya única y obligada puerta es Cristo. Es también una grey de la que el mismo Dios se profetizó Pastor, y cuyas ovejas, aunque conducidas ciertamente por pastores humanos, son, no obstante, guiadas y alimentadas continuamente por el mismo Cristo, Buen Pastor y Príncipe de los pastores, que dio su vida por las ovejas».
Jesús ha dispuesto que haya en su Iglesia buenos pastores para que en su nombre guarden y guíen a sus ovejas. Por encima de todos y como Vicario suyo en la tierra estableció a Pedro y a sus sucesores, a quienes hemos de tener una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa y en comunión con él, a los obispos, como sucesores de los Apóstoles.
Los sacerdotes son buenos pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia, donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. «Recuerden –decía Juan Pablo II– que su ministerio sacerdotal (...) está ordenado, de manera particular, a la gran solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre (...), que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna».
Cada cristiano debe ser un buen pastor también de sus hermanos, especialmente por medio de la corrección fraterna, del ejemplo y de la oración. Pensemos con frecuencia que de alguna forma también nosotros somos buenos pastores de las personas que Dios ha puesto a nuestro lado. Tenemos obligación de ayudarles –con el ejemplo y la oración– a que anden el camino de la santidad y perseveren en la correspondencia a los dones y llamadas del Buen Pastor, que nos conduce a los pastos de la vida eterna.
El oficio de buen pastor es un oficio delicado en extremo: exige mucho amor y mucha paciencia, valentía, competencia, mansedumbre también, prontitud de ánimo y un gran sentido de la responsabilidad. El descuido de esta misión ocasionaría gravísimos daños al pueblo de Dios: «el mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes».
«Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; esta es la principal de todas las cualidades».
A todos nos corresponde pedir insistentemente que no falten nunca los buenos pastores en la Iglesia. Especialmente hemos de pedir por aquellos que Dios ha constituido como buenos pastores para nuestras almas.
III. Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. La falta de objetividad, el apasionamiento con que nos vemos a nosotros mismos y la pereza, van oscureciendo nuestro camino hacia el Señor. Y llega entonces el estancamiento espiritual, la tibieza y el desánimo. En cambio, «de manera semejante a como una nave que tiene buen timonel llega sin peligro a puerto, así también, el alma que tiene un buen pastor lo alcanza fácilmente, aunque haya cometido muchos errores».
«Cualquiera comprende sin dificultad que para realizar la ascensión de una montaña es necesario un guía; lo mismo sucede cuando se trata de la ascensión espiritual...; y tanto más, cuanto que en este caso hay que evitar los lazos que nos tiende alguien (el demonio) muy interesado en impedir que subamos».
La dirección espiritual nos es necesaria para que no tengamos que decir, al final de nuestra vida, lo mismo que los judíos después de vagar por el desierto sin rumbo ni sentido: 40 años hemos dado vueltas alrededor de la montaña. Hemos vivido sin ton ni son, sin saber adónde íbamos, sin que el trabajo o el estudio nos acercara a Dios, sin que la amistad, la familia, la salud y la enfermedad, los éxitos o los fracasos nos ayudaran a dar un paso adelante en lo verdaderamente importante: la santidad, la salvación. Para que no tengamos que decir que hemos vivido de cualquier manera, sin sentido, entretenidos con cuatro cosas pasajeras. Y todo, porque nos faltaron unas metas sobrenaturales en las que luchar, un camino claro y un guía.
Puede ser necesario confiar a alguien la dirección de nuestra alma, porque todos necesitamos una palabra de aliento si llega el desánimo por nuestras derrotas en este camino de Dios. Precisamos entonces de esa voz amiga que nos dice ¡adelante!, ¡no debes pararte, porque tienes la gracia de Dios para superar cualquier dificultad! Dice el Espíritu Santo: Si uno cae el otro lo levanta: pero ¡ay del que está solo, que cuando cae no tiene quien le levante!. Y con esa ayuda nos recomponemos por dentro, y sacamos fuerzas cuando nos parecía que ya no nos quedaba ninguna, y seguimos nuestro camino.
Es una gracia especial de Dios poder contar con esa persona amiga que nos ayuda eficazmente en algo de tanta importancia, a la que podemos abrir el alma en una confidencia llena de sentido humano y sobrenatural. ¡Qué alegría poder comunicar lo más íntimo de nuestros sentimientos, para orientarlos a Dios, a alguien que nos comprende, nos estima, nos abre horizontes nuevos, nos alienta, reza por nosotros, y tiene una gracia especial del Señor para ayudarnos! Pero es importante acudir al que es verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que acudamos.
San Lucas nos narra de qué manera el hijo pródigo siente la necesidad de descargar el peso que agobia su alma. También Judas se siente agobiado por la carga de su traición. El primero se dirige a quien tiene que ir y encuentra una paz que ni siquiera podía imaginar; restableció de nuevo su vida. Judas debió volver a Jesús, quien, a pesar de su pecado, lo hubiera acogido y confortado, como a Pedro. Fue, sin embargo, a quien no debía: a quienes eran incapaces de comprender, y, sobre todo, incapaces de dar a aquel hombre lo que necesitaba. ¿A nosotros qué? Allá tú, le dicen.
En la dirección espiritual encontramos al Buen Pastor que nos da las ayudas necesarias para no perdernos, para recuperar el camino si nos hubiéramos desorientado en nuestro andar hacia Cristo.
Nuestra Madre Santa María nos muestra siempre el sendero seguro que conduce a Cristo.